POR Marcos Falcone *
Carlos Nino escribió hace unos años que "la existencia en la sociedad argentina de una pronunciada tendencia general a la ilegalidad y a la anomia resulta bastante fácil de percibir". En Un país al margen de la ley, el afamado académico del derecho además sostuvo que las normas que necesitamos existen, pero el apego por ellas no, y que, dado que esas normas son beneficiosas para el conjunto de la ciudadanía, nuestra anomia es "boba".
Queremos muchas leyes, pero no cumplirlas.
¿Por qué ni el Estado ni las personas cumplen la ley? Los funcionarios aducen que la gente solo se queja e incumple con sus obligaciones cada vez que puede, por lo que no tienen recursos. Los ciudadanos, a su vez, se lamentan de lo cara que paga una atención del Estado que es insuficiente, ineficiente y está infectada de corrupción. Claramente tenemos un problema de descoordinación entre lo que queremos y lo que pasa: nos sale caro el Estado, y su desempeño es pésimo. ¿Por qué?
CAMPEONES MUNDIALES
El problema es que los argentinos, en realidad, somos campeones mundiales del "haz lo que digo, pero no lo que hago": forzamos a los políticos a que nos prometan todo, pero luego al Estado no le damos nada. Queremos escuelas, hospitales, caminos de excelencia; también queremos preservar todos los edificios históricos que existan, subsidiar todas las películas que se quieran hacer, e incluso que haya un veterinario pagado por el Estado en la plaza, entre otros. El problema viene a la hora de financiar tamañas empresas: si los impuestos se vuelven caros, dejamos de pagarlos y especulamos con una moratoria; si somos monotributistas, lo somos en la categoría más baja; si construimos unos metros cuadrados más, compramos dólares o tenemos plata afuera, no lo declaramos. Los ejemplos abundan.
¿Por qué no le pagamos al Estado? Más allá de si existe un instinto de desobediencia argentino a la Martín Fierro, cabe preguntarse: ¿Cómo no va a haber desconfianza hacia un Estado que aplica una de las presiones fiscales más altas del mundo, altera las reglas del juego para la inversión a piacere, y pulveriza el dinero de sus ciudadanos periódicamente de las maneras más creativas posibles, mediante hiperinflaciones o corralitos? Para peor, ¿quién puede confiar, como si lo anterior no fuera suficiente, en un Estado cuyos ocupantes rutinariamente sustraen millones de él sin sufrir consecuencias? Las razones para no confiar en el Estado argentino sobran: a decir verdad, lo raro sería que los ciudadanos confiaran en él.
¿Y entonces?
Pero no podemos quedarnos cruzados de brazos frente a un problema semejante, porque evidentemente los resultados no son buenos. Por lo tanto, si no existe confianza hacia el Estado, debemos hacer dos cosas: construirla, para exigirle, o no construirla, pero liberarnos de él. Es útil, en este sentido, ponernos objetivos, ver en la realidad qué es lo que podemos lograr.
DOS CAMINOS
Podemos imaginar, por un lado, que el camino de la exigencia al Estado es el de la tradición europea del norte. Nos es claro que Alemania, por ejemplo, es un ejemplo de sociedad donde se busca que las leyes sean muchas y regulen la vida social de manera activa, y donde la cultura frente a ellas es una de respeto y obediencia. Al mismo tiempo, su sociedad es también una altamente exitosa en términos de bienestar.
Por otro lado, el camino de la liberación del Estado es uno que, en líneas generales, podemos ver en la tradición estadounidense: en Estados Unidos está extendida la idea de que las leyes solo defienden a las personas del Estado. Esto quiere decir que, en lugar de que la ley garantice un "bien común", se supone que garantiza que cada uno alcance sus objetivos en el marco de una convivencia armoniosa. Como en el caso anterior, el éxito estadounidense en términos de bienestar también es evidente.
Virar hacia cualquiera de los dos modelos implica que se den cambios importantes en el país: se requieren reformas estadounidenses para desandar el avance estatal en términos de los llamados nuevos derechos, o bien cambios de paradigmas alemanes en las relaciones sociales para pagar de buena gana los costos de la intervención estatal.
Pero sea el tipo ideal a elegir, lo que debería ser claro a esta altura es que no se puede, al mismo tiempo, exigirle todo al Estado y darle siempre la espalda. No podemos ser Sócrates, que cumplía la ley aunque eso significara su encarcelamiento y muerte, y Critón, que quería ayudarlo a fugarse, al mismo tiempo. No podemos tener muchas leyes y simultáneamente no cumplirlas. El resultado de esa contradicción es un problema: se llama Argentina.
* Politólogo (Universidad Torcuato di Tella).