Una puesta carente de emoción

"Rigoletto", en la apertura de la temporada lírica del Colón.

 

"Rigoletto". Melodrama en tres actos, con texto de Francesco Maria Piave y música de Giuseppe Verdi. Iluminación: José Luis Fiorruccio. Escenografía: Nicolás Boni. Vestuario: Jesús Ruiz. Régie: Jorge Takla. Con: Pavel Valushin, Fabián Veloz, Ekaterina Siurina, George Andguladze, Guadalupe Barrientos, Ricardo Seguel, Christian Peregrino. Coro (dir.: Miguel Fabián Martínez) y Orquesta Estable (Maurizio Benini) del Teatro Colón. El martes 12, en el teatro Colón.


El recinto estuvo totalmente colmado, pero las expectativas artísticas no. El Colón inauguró su temporada lírica oficial con una nueva producción de "Rigoletto" que no quedará, por cierto, en la memoria. Porque la versión del inigualable trabajo de Verdi, si se quiere irrelevante como denominador común, puso en evidencia de manera primordial ausencia de comunicatividad emocional, factor absolutamente axial, digamos sine qua non, en las vivencias teatrales de la tragedia del bufón Triboulet.

En lo que hace al marco visual, sin perjuicio de los agraciados trajes creados por el español Jesús Ruiz, la escenografía diseñada por el rosarino Nicolás Boni, en la que alternaron el surrealismo y la figuración abstracta, el realismo y el impresionismo, pareció decididamente estrafalaria. La iluminación a cargo de José Luis Fiorruccio se vio dudosa y ambigua, y en cuanto a la puesta, presidida por el brasilero Jorge Takla, cabe apuntar que resultó elemental, sin nada positivamente llamativo.

Preparado por Miguel Fabián Martínez, el coro de la casa se manejó con esbeltez y un apreciable oficio técnico que le permitió seguir a un maestro de tiempos por momentos muy veloces, ello sin desmedro de leves desincronizaciones entre sus distintas cuerdas masculinas.
En el podio estuvo Maurizio Benini, maestro italiano que al frente de una orquesta correcta condujo con líneas de discreta, esmerada rutina, salpicadas por ciertos énfasis exagerados, destinados según se supone a otorgar mayor vigor dramático a la versión (aclaremos: sonoridad más intensa no es sinónimo de mejor expresividad).

CLAROSCUROS
En el plano vocal, el tenor bielorruso Pavel Valuzhin (Duque), si bien mostró slancio, se caracterizó por su emisión irregular, debilidad en centros y graves, ausencia de medias tintas (el exquisito cantabile "Parmi veder le lagrime") y pasaje alto y agudos por cierto airosos, pero en más de una oportunidad rígidos y muy apretados.

En cuanto a nuestro compatriota Fabián Veloz (Rigoletto), barítono lírico puesto en los paños de un cantante dramático verdiano, cabe apuntar que su voz homogénea, bonita, bien timbrada, le permitió cumplir con su papel sin sobresaltos mayores, pero como bien se lo puede suponer, su cometido, carente de expansión comunicativa, de pastosidad, sin las honduras que Víctor Hugo trazó para el personaje, no pasó de lo meramente epidérmico.

Por su lado, Christian Peregrino (Marullo) hizo oír un registro de agradable sonoridad, y la mezzo Guadalupe Barrientos (Maddalena), merecedora de una buena carrera en el exterior, prodigó una vez más su metal opulento, entero, sin fisuras.A todo esto, una pregunta: ¿valía la pena traer de Georgia al bajo George Andguladze (Sparafucile), de metal señalemos eufemísticamente tan poco bello?

UNA GILDA DE CATEGORIA
La figura más importante de la noche fue, desde ya, Ekaterina Siurina (Gilda). Excelente actriz, intérprete de la misma parte en muy importantes casas de ópera (Moscú, Covent Garden, el Met, la Arena), la soprano rusa acreditó registro cristalino y terso, bien armado, y depurada técnica. Muy musical, sin ser dueña de un caudal excesivo, su legato, coloratura, atrayentes timbre y armónicos la distinguieron por sobre el resto del elenco. Esposa del tenor estadounidense Charles Castronovo (postulado por su labor en "Roberto Devereux" para los International Opera Awards 2019), la performance de la artista de Ekaterimburg fue realmente impecable.

Calificación: Regular