"Los guerrilleros ni siquiera se arrepentían de haber matado a soldados"

A 30 años del ataque al Regimiento de La Tablada. Esteban Lamadrid y Aldo Franco, por entonces tenientes, se presentaron en forma voluntaria para recuperar los regimientos. Recuerdan con asombro el fanatismo que exhibían los terroristas de izquierda.

POR HERNAN MAURETTE

Durante el copamiento guerrillero y la recuperación del Regimiento de La Tablada yo era periodista en el diario La Nación. Aunque no me tocó cubrir el incidente, tengo un recuerdo muy vívido de aquellos días. Con el tiempo, tuve el gusto y el honor de hacer amistad con dos militares que tuvieron destacada labor en ese triste episodio de nuestra historia y no pude resistir hacerles algunas preguntas a 30 años de aquellos nefastos sucesos. Estos son sus testimonios.

El teniente Esteban Vilgre Lamadrid estaba de licencia en el Hospital Militar para acompañar a su mujer, en reposo tras dar a luz a su primer hija, luego de tres embarazos frustrados. Al pasar por la guardia observó mucho movimiento de ambulancias y, ante su consulta, se enteró del copamiento de La Tablada por el Movimiento de Todos por la Patria (MTP).

Sin pensarlo dos veces salió hacia su cuartel para cambiar sus traje de baño, remera y ojotas por el uniforme de combate, y se presentó ante su superior para solicitar acudir en defensa de la guarnición. Le explicó que conocía bien el lugar porque había estado haciendo un curso allí y que tenía experiencia de combate (es veterano de Malvinas), a diferencia de los que habían sido enviados a cargo del operativo. Se le concedió permiso para ir a abastecer de comida y bebida a la fracción que acababa de partir.

"Salimos en una combi con un suboficial cocinero, Burgueño; paré en un restaurante, compré sandwiches de milanesa; luego en un kiosko para llevar bebidas frías, y las metimos en una heladerita. Al llegar, nos detuvo la policía y nos advirtió que tengamos cuidado con los francotiradores (desplegados en terrazas de las viviendas vecinas para dificultar las tareas de recuperación de la unidad militar), por lo que tenía que ir asomado por la ventanilla con el fusil. Avanzamos por la avenida Crovara, entramos por el casino de oficiales y nos dirigimos a la cancha de paleta en donde estaba el general a cargo de la operación. Le dije que necesitaba llegar hasta la fracción de Patricios, para alcanzarles la comida y la bebida, y me enviaron la Guardia de Prevención, que estaba del otro lado, por lo que tuve que cruzar la Plaza de Armas. Cuando estamos por llegar, nos disparan; contesté el fuego y ví saltar a algunos de ellos; traté de alcanzarlos, mientras me cubría el suboficial que estaba conmigo, y alcancé a ver que se metían en la Compañía B.

Ahí me encontré con el jefe de la compañía de comandos, mayor Sergio Fernandez, quién me pidió que me quede con ellos y que los dirija cuando les ordene ingresar. Lo demás es historia conocida: el asalto a la Compañía B, al Casino de Oficiales, las muertes de (el teniente Ricardo) Rolón, (los sargentos primeros Ramón) Orué, (Ricardo) Esquivel... hasta que se fue haciendo de noche".

DIA AGOBIANTE

Había sido un día de calor sofocante. Una jornada de inesperada acción a plena adrenalina que vino a cortar de cuajo el clima de luna de miel que llevaba hacía veinte días en Pinamar. Como tantos militares que se sintieron avasallados al enterarse de la toma del regimiento de La Tablada aquella madrugada del 23 de enero de 1989, otro joven que no alcanzaba los treinta años, el entonces teniente Aldo Franco se presentó en forma voluntaria para repeler la agresión y recuperar el cuartel.

Tras un lustro de humillaciones y de desconsideración, los efectivos de las fuerzas armadas y de seguridad vibraban de ansiedad por demostrar lo que eran capaces de hacer para defender su honor, el del Ejército, a su Patria y al estado de derecho. 

Pero tanto entusiasmo, tropas y poder de fuego no sirvieron para liberar inmediatamente las instalaciones; por el contrario, hubo mucha gente tomando decisiones en forma individual y, en muchos casos, que no respetaron la cadena de mandos. 

Por su parte, los terroristas no habían improvisado y estaban bien interiorizados de lo que había que hacer: ingresaron por la guardia, marcharon directamente a los tanques -que no lograron poner en marcha- y de allí salieron para la Compañía B en donde estaban los soldados conscriptos, a los que tomaron de rehenes, cuenta Aldo.

Las fuerzas de la ley habían recuperado ese lugar pero, ante la falta de entrenamiento específico -dado el nuevo contexto legal, que no suponía la hipótesis del combate urbano-, aquellas instalaciones recuperadas no se supieron mantener bajo control y dieron nuevamente refugio a algunos insurgentes.

LOS COMANDOS

Debido al evidente el desorden operacional, el comando a cargo de la Fuerza decidió que se dejara exclusivamente al grupo de comandos todo el control de la operación que, enseguida, tendió un cerco en torno del reducto guerrillero.

La tensión, la ansiedad, la incertidumbre, el calor y el cansancio hicieron su trabajo de desgaste; el suboficial Sierra, prisionero de los rebeldes, colaboró con su prédica que instaba a la rendición. 
Cuando maduró el contexto se produjo la arremetida liberadora. En esa acción Aldo cayó herido.

Eso le valió el ascenso a mayor y una condecoración pero al mismo tiempo lo dejó en retiro efectivo de la fuerza.

Ese oficial que había decidido que su vocación sería la defensa de la Patria, si era necesario a costa de su vida, y que había sobrevivido a la Guerra de Malvinas alcanzó demasiado rápidamente su meta y debió reciclarse, como lo terminara haciendo, como un exitoso empresario de la logística; actualmente es dueño del Grupo Detall.

Tampoco obtuvo mayor recompensa Esteban al regresar a su regimiento -el de Infantería I de Patricios- cuando se presentó ante su superior quien, en lugar de darle contención y de felicitarlo, éste lo sancionó y lo envió castigado a la pieza, porque supuestamente no le había dado autorización de quedarse en el combate. Recién pudo llegar a los dos días a su casa y tranquilizar a su mujer, que no sabía nada de él, y besar a su hijita.

RUIDO EN LA CABEZA

"Malvinas no me dejó tanto ruido en la cabeza como La Tablada, que durante un par de semanas me produjo pesadillas nocturnas y el temor de que se me aparezca un guerrillero en la calle y me mate por haber combatido contra ellos", asegura Esteban. 

Esos días fueron anímicamente duros. Además, eran tiempos en que se definía qué tipo de Ejercito se estaría configurando a futuro. Todo era muy incierto para una profesión que precisa bases sólidas.

Ambos describen en forma similar a los dos perfiles de guerrilleros. Para Aldo, "estaban los que habían sido parte de la Brigada del Café hacía un año en Nicaragua (abril y mayo del año anterior, 1988), gente muy preparada; algunos entre sus pertenencias tenían hasta cuatro tarjetas de crédito, pasaportes. El resto eran perejiles; gente que, en lugar de haber ido a la obra los habían llevado a una manifestación. Habías bastantes mujeres, y muchos estaban en zapatillas".

También coinciden en que este combate les dejó un sabor mucho más amargo que Malvinas. "El terrorismo les infunde un fanatismo que lleva a relativizar completamente la muerte; la ajena y la propia. En sus testimonios, no reflejan arrepentimiento ni siquiera por haber matado a soldados conscriptos. En Malvinas, teníamos enfrente a soldados profesionales que uno sabía que si caía lo iban a atender; en La Tablada tenía a compatriotas, hombres y mujeres, civiles -el militar no está preparado para combatir con ellos- y gente que yo sabía que si me podía rematar herido, lo iban a hacer. Sabíamos que no podíamos caer prisioneros de ellos", dice Esteban.