El buen combate de Carlos Sacheri

Sacheri era un hombre joven, formado y muy escuchado por un amplio arco de sectores que iban desde las Fuerzas Armadas y el nacionalismo a parte del peronismo y el sindicalismo que a fines de 1974 gobernaban el país.

Lo asesinaron delante de toda su familia, rodeado por su esposa y sus siete hijos, en el auto en el que volvían de misa en la catedral de San Isidro.

Fue el domingo 22 de diciembre de 1974. Han pasado ya 44 años del  asesinato de Carlos Alberto Sacheri, el valiente profesor católico que levantó la voz en defensa de la Fe y la Verdad en tiempos de violencia ideológica y odio fratricida.

Se ha dicho que sus enemigos, los guerrilleros marxistas lanzados a imponer el socialismo a sangre y fuego, eligieron bien el blanco. Sacheri era un hombre joven, formado y muy escuchado por un amplio arco de sectores que iban desde las Fuerzas Armadas y el nacionalismo a parte del peronismo y el sindicalismo que a fines de 1974 gobernaban el país. 

Se descontaba que la suya era una figura de recambio, un intelectual de principios sólidos del que no podría prescindirse en todo intento por  reencauzar a un país que se encaminaba al abismo.

Sacheri siempre libró el buen combate. Lo disputó primero dentro de la Iglesia, cuando a fines de la década de 1960 denunció la infiltración de una nueva herejía, el tercermundismo, que buscaba adulterar las verdades de la Fe mezclándolas con el más craso materialismo marxista. Su finalidad, alertaba, era “adaptar la Iglesia al mundo…en vez de intentar convertir y salvar al mundo dentro de la Iglesia”.

Fue de los primeros en dar la alarma y dejó plena constancia del peligro en un libro insoslayable: La Iglesia clandestina (1970).

Luego se embarcó en la lucha por la educación. Docente de toda la vida,  hombre didáctico y paciente, Sacheri vio también el riesgo que  comportaba entregar la educación -en especial la universitaria- a los ideólogos de la violencia guerrillera. Dio clases en entidades privadas 
y católicas, y a numerosos grupos de jóvenes que lo buscaban para  pedirle orientación y consejo en tiempos aciagos. Era, además, un conferencista incansable, que recorrió gran parte del país –y algunos países extranjeros- llevando sus enseñanzas ante todo tipo de auditorios.

Pero también fue profesor en la anarquizada Universidad de Buenos Aires, que en aquella primera mitad de la década de 1970 se debatía entre su agnóstica tradición liberal y el azote del vendaval socialista y ateo. 

No era el mejor lugar para un católico militante. Y Sacheri no se arredró.  “Acá escucharán algo distinto de lo que están acostumbrados a escuchar”, les advertía a los alumnos de Filosofía e Historia de las Ideas Filosóficas en la Facultad de Derecho. Sus adversarios lo desafiaban, pero terminaban por escuchar su voz serena y persuasiva.

El 9 de junio de 1973, ante un salón colmado por 1.200 personas en el Colegio Misericordia del barrio porteño de Belgrano, Sacheri pronunció la más recordada de sus conferencias. La tituló “El universitario y la doctrina marxista”.

En ella volvió a advertir de la amenaza que  implicaba ceder la educación universitaria -y también los medios de  comunicación- al activismo de izquierda. Los militantes pretendían “paralizar los reflejos más naturales y más espirituales del hombre, su condición de ser libre y responsable” para permitir de ese modo que ocupen terreno “los grupos, siempre minoritarios, del comunismo”.

Sacheri insistía en un punto: los extremistas de izquierda eran pocos y tenían conciencia de que el pueblo argentino iba a repeler “la cosa marxista en cuanto marxista”. Por eso se apresuraban a “quemar las naves” y por eso también apelaban al disimulo y al engaño. Ante ese estado de situación, la respuesta de los católicos debía ser empeñarse en un combate intelectual y moral hasta el extremo del heroísmo.

Yo no creo jugar a la fácil profecía…en la Argentina de 1973 correrá mucha sangre -advertía-, y si nosotros los católicos, universitarios católicos, no estamos dispuestos a dejar correr nuestra propia sangre en una militancia heroica, la Argentina será marxista y no será católica. En nuestras manos está eso. Sin sangre no hay Redención”.

El 22 de diciembre de 1974, Carlos Alberto Sacheri dio ese testimonio último por la Fe y la Verdad. Hoy más que nunca, su ejemplo heroico sigue iluminando estos días opacos de manipulación y conformismo.