Etica versus acción política

Santiago Kovadloff aborda el eterno dilema en "Locos de Dios". El ensayo pretende comprender la misión del profeta y su esencia. Traza una comparación con figuras en apariencia tan disímiles como Sócrates, Jesús, el bufón del rey o Albert Camus.

En la eterna pugna entre ética y poder, entre moral y política, los resultados cuando se dividen, se enfrentan o se anulan, son trágicos. Los argentinos tenemos cierta experiencia.

En momentos tan significativos para nuestro país, Santiago Kovadloff presenta, en este ensayo (Locos de Dios, Emecé, 179 páginas) un recorrido selectivo por algunos personajes e intelectuales de la historia para reflejar que aquella conflictiva relación siempre existió y que también siempre surgió alguien para alertar y prender la luz roja de la conciencia y la necesidad de volver a los ideales de justicia.
La base de todo su escrito, que le llevó cinco largos años de labor, es la figura del profeta judío del Antiguo Testamento. A lo largo de casi tres siglos, asegura, fueron muchos los profetas empeñados en sacudir el letargo moral de Israel.

El profeta bíblico no tiene precedentes y como nadie antes en el mundo antiguo convoca a la justicia social y se presenta como vocero de Dios. Tanto es el revuelo que origina que sus contemporáneos lo consideran un provocador, lo acusan de farsante y lo terminan calificando de manera despectiva como "Loco de Dios".

Su misión es apuntar contra los representantes del poder político, económico y religioso y acusarlos de estar moralmente prostituidos, de explotar a los desamparados, de entregarse a la idolatría y de comprometer con su miopía y egoísmo, la supervivencia de Israel.

Ante esta decadencia, explica Kovadloff, Dios se da por desoído y la voz de su queja es el profeta, quien no solo condena sino llama a la autocrítica e incíta al arrepentimiento y la sensatez. En definitiva, lo que busca el profeta es la reconciliación entre ética y política.

Una vez establecida la esencia de la misión del profeta, Kovadloff elabora un paralelismo con Sócrates. Asegura que el profeta y el filósofo tienen un espíritu cercano. A ambos, por ejemplo, los escandaliza la indigencia moral de sus dirigentes y aseguran que sus respectivas comunidades han perdido el rumbo y agonizan en la transgresión. Ambos se sienten desoídos. Sin embargo, difieren en los métodos que emplean: mientras al profeta le fue revelada la verdad, el filósofo la tiene que descubrir. Un misión, a grandes rasgos, que guarda ciertas similitudes con Jesús y San Pablo.

Por otra parte, resulta interesante la comparación que lleva adelante entre el profeta y la función que tenía el bufón en la corte del Rey: Impedir que la mentira prospere, hacer saber a quienes simulan autenticidad que se los ha descubierto, desnudar el cinismo que había alrededor del rey y denunciar la mentira que corrompe el poder. Como se puede observar, ambos (bufón y profeta) resaltan la asimetría entre apariencia y realidad.

La autosuficiencia, la vanidad, el abuso del poder y la jactancia suelen ser, lo recuerdan ambos, los peores consejeros del príncipe.

Y hablando de príncipes, Kovadloff hace mención a Maquiavelo y sostiene que no fue maquiavélico. "El escritor florentino aspiraba a una sociedad más justa que la que le tocó vivir -sostiene- y su libro es un espejo de los hechos que por entonces tienen lugar y no es un repertorio de convicciones personales. El que no le ve así se debe a una lectura sesgada de su obra".

ALBERT CAMUS

Y en esta noble tarea de exhibir y fundamentar que más allá de la época y la cultura, la política para que pueda cumplir su magna función debe, de alguna manera, subordinarse a la ética, Kovadloff también hace relucir el pensamiento de Albert Camus.

El pensador francés "actúa como profeta, denuncia el extravío moral de la política. No la acepta, no la justifica. Se niega a naturalizar la perversión. Camus llama a elegir: o se está con la claudicación moral o se está con la resistencia".

La renuncia moral, para Camus, equivale a convalidar el crimen político. Sin embargo es una lucha trágica porque se lo debe enfrentar pero no se lo puede erradicar.

Y de eso se trata, apunta Kovadloff a manera de síntesis de este impecable, imperdible y actual ensayo: lo fundamental es una ética resuelta a confrontar con la acción política. No con la presunción de terminar con el delito, sino decidida a impedir que el delito termine con ella. Camus está persuadido de que un mundo mejor no es un mundo justo, es un mundo que combate la injusticia. Un ejemplo contemporáneo, para el autor, es la figura de Mandela, a quien elogia por haber podido lograr la conjunción entre política y ética.