Verdades de un reaccionario

Las ideas de Nicolás Gómez Davila (1913-1994) resumen una crítica profunda a la modernidad. El pensamiento del filósofo colombiano constituye una defensa de la Tradición frente a las patologías de nuestro tiempo. Sus reflexiones expresadas en forma de "escolios" son a la vez ejemplos de agudeza y humildad intelectual.

POR SEBASTIAN SANCHEZ 

"El hombre sólo es importante si es verdad que un Dios ha muerto por él.''                                                        Nicolás Gómez Dávila 

­No faltan entre nosotros quienes consideran que Hispanoamérica -Argentina incluida- no posee cultura auténtica, sino más bien una mera adhesión a la forma mentis europea. No existen -dicen lo que así piensan- filosofía o literatura propiamente hispanoamericanas dignas de consideración universal sino tan sólo un afán mimético, apenas un mohín plagiario frente al espejo de la vieja Europa. En realidad no hacen sino revisitar la vieja falacia de "civilización-barbarie", de acuerdo a la cual obras como la de Rubén Darío, Lugones, Cuadra, Marechal o Castellani -por dar unos pocos nombres- se explicarían a partir de la determinante reproducción de lo europeo.

Algo de eso sucede con Nicolás Gómez Dávila (1913-1994), notabilísimo escritor al que no sin arbitrariedad se le achaca el mote de "Nietzsche colombiano", como dando a entender que no puede salir de Colombia, de Hispanoamérica, un pensador original sin que sea analogado de inmediato con un equivalente europeo. Pues no, se equivocan, Gómez Dávila es "nuestro" y es también un pensador universal.

Es cierto que a temprana edad vivió unos años en Europa, que en Francia estudió con los monjes benedictinos y que fue influenciado por la lectura de Maurice Barrès, Charles Maurras o Joseph de Maistre. Pero no menos verdad es que, tras aquella formación inicial, Gómez Dávila retornó a Colombia y allí desarrolló una obra de enorme hondura filosófica. En él, lo recibido -la cultura del tradicionalismo europeo- tomó la forma del recipiente, esto es, nuestra propia cultura hispanoamericana.

Sabemos que a temprana edad Gómez Dávila sufrió un infortunado accidente que lo confinó en su biblioteca -la que holgadamente pasó los 30.000 volúmenes- y que allí se forjó como docto indiscutido en literatura, filosofía, historia y teología. Fue además un consumado políglota, lo que le permitió leer los clásicos en su lengua original. Y también sabemos que, una vez retornado de su juvenil periplo europeo, nunca más dejó su patria. 

Gómez Dávila escribió en un particularísimo estilo: el de los escolios, esto es el nombre que recibían los comentarios que los glosadores o escoliastas escribían al margen de un texto. Es el lenguaje de las sentencias, los aforismos, los apotegmas y el precepto. Un estilo casi impensado en nuestra época, aunque con antecedentes de la talla de Pascal por ejemplo, elegido por él porque entendía que "las glosas o escolios son la expresión verbal más discreta y más vecina al silencio".

A su vez, tal elección es una muestra de humildad poco común en el ámbito filosófico: Gómez Dávila no quería escribir discursos -"que tienden a ocultar las rupturas del ser"- sino fragmentos -escolios, glosas, comentarios- que "son expresión del pensamiento honrado". 

TEXTO IMPLICITO

El pensamiento expresado en fragmentos sí, más no pensamiento fragmentario. Por el contario, la obra gomezdaviliana tiene una ínsita unidad sintetizada en varias compilaciones a las que tituló Escolios a un texto implícito". No es posible afirmar taxativamente cuál es aquél "texto implícito" que él insiste en glosar: ¿será acaso la suma de la Tradición? 

Honesto, punzante, no pocas veces cáustico, Gómez Dávila se definía como un "auténtico reaccionario". Es que en sus escolios -frutos de un pensamiento reposado- se atisba la detracción de la Modernidad, como pueden dar cuenta un par de frases escogidas al azar: "La humanidad cayó en la historia moderna como en una trampa" o "el máximo error moderno no es anunciar que Dios murió, sino creer que el diablo ha muerto". O aquella otra: "El moderno no tiene vida interior, apenas conflictos internos". 

En peculiar taxonomía Chesterton dice que un pesimista es un imbécil triste y un optimista un imbécil alegre. Ajeno a tal polarización, Gómez Dávila reconoce que el reaccionario es un realista que comunica una tradición que lo trasciende: "No pertenezco a un mundo que perece. Prolongo y trasmito una verdad que no muere"

En el mismo sentido las "verdades" que anuncia confluyen en la Verdad a la que procura ser fiel. Y es que no se puede comprenderlo sin detenerse en su férrea profesión de fe: "el catolicismo es mi patria". Y para que no queden dudas lanza un aserto diamantino: "no viviría ni una fracción de segundo si dejara de sentir el amparo de la existencia de Dios"

Comprendió nuestro autor, Colacho como afectuosamente le llamaban, que "el cristiano sabe que el Cristianismo cojeará hasta el final del mundo" y por eso no dudó en señalar los dislates de la iglesia influenciada por el modernismo. Vayan unos ejemplos, entre muchos: "La religión no se originó en la urgencia por asegurar la seguridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo". O este otro: "La Iglesia antes absolvía a los pecadores, ahora ha resuelto absolver a los pecados".

EN NUESTRA EPOCA

La extensa obra de Gómez Dávila, de extraordinaria profundidad, ofrece un buen camino para reflexionar sobre las cosas actuales. Sus escolios pueden ser una herramienta útil a la hora de diagnosticar las muchas patologías de nuestra época. 

Hombre del siglo XX al fin, su crítica de lo moderno se centró en el relativismo de cuño liberal al que tan bien supo definir: "porque las opiniones cambian, el relativista cree que cambian las verdades". Aunque los slogans digan lo contrario, "no vivimos hoy en un pluralismo de opiniones sino en una unanimidad asfixiante"

Comprendió asimismo que el relativismo posibilita que el Estado se erija totalitariamente en conciencia de la comunidad. Lo que los argentinos vivimos en estos días aciagos es buen ejemplo de ello. "Ya no basta que el ciudadano se resigne -escribe descarnadamente- el estado moderno exige cómplices". 

Gómez Dávila supo que los males actuales son esencialmente espirituales, morales y culturales -mucho antes que físicos- y que el hombre atenta contra sí mismo cuanto más humanista se proclama. De ahí que "el suicidio más acostumbrado de nuestro tiempo consiste en pegarse un balazo en el alma"

A pesar de que su obra ha comenzado a difundirse -gracias en parte al prematuramente fallecido filósofo Franco Volpi- no resulta tarea sencilla conseguir las libros en papel de este gran escritor. No obstante varias de sus obras se encuentran en la Web, búsqueda que nos apresuramos a recomendar, aunque no sin una advertencia: una vez que se le ha leído es muy difícil abandonarlo. No diga el lector que no está sobre aviso.