Sobre la impersonalidad del autor

UNA SELECCION DE CARTAS DE FLAUBERT REVELA SU OBSESIVO PROCESO ESTETICO

POR BEATRIZ SARLO

Me animaría a decir que esta selección de cartas de Gustave Flaubert es un acontecimiento, porque muestran a un escritor genial en el acto de pensar su literatura y trazar su programa. Correspondencia teórica. Cartas sobre problemas literarios, que seleccionó y tradujo Damián Tabarovsky y editó Mardulce, también podría reclamar un título como "el absoluto literario".

En 1857, Flaubert le escribió a una amiga: "La precisión de la idea hace a la de la frase". Con esta síntesis, liquidaba el debate sobre las relaciones de forma y contenido. La belleza literaria no es el encuentro o la suma de una sustancia y una forma que vienen de mundos diferentes. La belleza es una inconmovible unidad donde no puede distinguirse entre forma e idea. La modernidad está encerrada en la frase que Flaubert escribe el mismo año en que publica Madame Bovary.

Cinco años antes, en carta a Louise Colet, su amiga literaria y sentimental, Flaubert trasmitía un programa tan vanguardista y moderno que él mismo no realizó, porque no habían llegado los tiempos: "Lo que me parece bello, lo que quisiera escribir, es un libro sobre nada. Un libro sin atadura exterior, que se sostenga solo por la fuerza interna del estilo o que al menos el tema sea casi invisible, si algo así existe. Las obras más bellas son las que tienen menos materia".

Flaubert adivinaba que en el próximo siglo escribirían Samuel Beckett y Nathalie Sarraute. Y quizás sea injusto decir que Salammbó no sea, casi, un libro sobre nada: ficción extrema sobre la violencia y la belleza, tal como podía escribirse a mediados del siglo XIX.

Madame Bovary le llevó años de un trabajo que Flaubert juzgaba imposible, pero al que se había comprometido. Conocemos los variables estados de un ánimo torturado por la insatisfacción, porque los comunicaba en sus cartas a Louise Colet. Lograr sólo cinco o seis páginas aceptables por semana, después de incesantes correcciones, horas recostado en su diván, jornadas hundido en un pantano, prisionero del hastío, vacilando entre la seguridad de que se ha descubierto algo y la desilusión. Flaubert sabía lo que buscaba y que en esa búsqueda era el primero; pero allí también estaba la dificultad. Le escribe a su amiga: "Creo que no tienes la menor idea de qué clase de libro es este. Ningún lirismo, ninguna reflexión, ausente la personalidad del autor". Se propone borrar los restos del romanticismo y de la literatura "de ideas". Hace limpieza.

Hoy es sencillo entender su convicción, porque están Madame Bovary, Tres cuentos, La educación sentimental, Bouvard y Pécuchet. Pero sus palabras sonaban solitarias y arrogantes a mediados del siglo XIX; también apasionadas: "Sueño con tu admiración hasta volverme voluptuoso", le escribe a Louise Colet. (Dicho sea de paso, a esa mujer le dedica una frase de rara intimidad: "Esta mañana, cuando me acosté, soñé con el estremecimiento que me recorrió en Mantes, cuando sentí en la cama tu muslo en mi vientre y tu cintura en mis brazos; los efectos de ese recuerdo me han durado todo el día".).

EL IDEAL

Flaubert repite en sus cartas un ideal: la independencia del arte, sobre todo, respecto de su productor. Y ofrece una prueba irrefutable. El lirismo de Byron pierde sus efectos ante la impersonalidad de Shakespeare: "¿Sabemos si él estaba triste o feliz? El artista debe ingeniárselas para hacer creer a la posteridad que él no ha vivido. Cuantas menos ideas me haga de él, más grande es. No puedo imaginarme la personalidad de Homero, de Miguel Angel; solo veo de espaldas a un viejo de estatura colosal esculpiendo en la noche iluminada". Así inicia un largo proceso de ruptura con el romanticismo, la exaltación de la subjetividad y la figura de los poetas como faros de su tiempo. Lo hace cuando Victor Hugo todavía era considerado el más grande del siglo y antes de que Baudelaire publicara Las flores del mal, obra sobre la que Flaubert le envía una carta elogiosa.

En la consigna de impersonalidad se reconocen algunas vanguardias del siglo XX. Flaubert rompe con una idea de valor literario sostenida en clave subjetiva y biográfica que habría que descifrar en la relación de lo escrito con la "vida" de sus autores o con la figura pública que construyeron. Chateaubriand es grande, pero no simplemente porque escribió mucho sobre sí mismo en sus Memorias de ultratumba.

¿Erraba Sartre cuando escribió El idiota de la familia? Las 2100 páginas de ese libro no son un intento de encontrar a Flaubert como hombre, como burgués de provincia, como subjetividad, y descubrirlo en sus novelas. Sartre sigue, en cambio, todas las fases y el "movimiento dialéctico" a través del cual Flaubert se convierte en el autor de Madame Bovary, es decir en alguien que puede escribir ese libro, no para autorepresentarse allí. El autor queda separado de sus personajes, pero subsiste como su productor. Su conciencia estética, su crítica de la trivialidad y la ironía, la perfección del detalle son parte de un largo proceso de aprendizaje. Estas Cartas sobre problemas literarios, cuya primera persona es omnipresente, presentan ese obsesivo proceso estético. Revelan lo que Flaubert desea y lo que desprecia; finalmente anuncian lo que vendrá.

Los temas de estas cartas son conocidos porque la crítica ha venido trabajando durante décadas sobre la obra de Flaubert, donde sus obsesiones estéticas se han realizado de modo perfecto y extremo. Después de haberlas leído, los lectores estamos mejor preparados para leer toda una zona de la gran literatura del siglo XX, de Kafka a Musil, de Nathalie Sarraute a Robbe-Grillet. Las cartas de Flaubert demuestran una prodigiosa anticipación teórica, porque explican Madame Bovary o Bouvard y Pécuchet antes de que hubiera una crítica que las consagrara definitivamente. Flaubert lo supo cuando, en 1866, le dijo a su amiga, la escritora George Sand: "Creo que el gran arte es científico e impersonal. Con gran esfuerzo, hay que dejarse transportar hacia los personajes, y no hacerlos venir hacia uno". El gran arte no expresa, sino que entiende. Por eso, "los grandes genios no terminan nunca".

Elegidas entre la inmensa correspondencia de Flaubert, editada en Francia por La Pléiade, estas cartas naturalmente acompañan un volumen anterior, también publicado por Mardulce en 2011: El origen del narrador. Actas completas de los juicios a Flaubert y Baudelaire. Se sabe que Flaubert fue absuelto de una acusación judicial de "ofensa a la moral pública y a la religión". Como afirma Tabarovsky en su prólogo, lo que se juzgaba era una forma de hacer literatura. También las cartas publicadas ahora, de haber sido conocidas en su época, podrían haber recibido la acusación de exponer, sin ambivalencias, una moral de la forma, irreductible al sentimentalismo y a la autobiografía. Y que tales ideas condujeron inevitablemente a que "Madame Bovary sea un libro sobre nada", como lo dijo Jean Rousset: un adulterio en una aldea normanda, un suicidio, la banalidad en la vida de una mujer que no pudo olvidar un baile espléndido y lejano en el palacio de un marqués.

(c) Télam