El encanto de los excéntricos

Nobles y rebeldes
Por Jessica Mitford
Libros del Asteroide. 312 páginas

Una afortunada elección en el tono explica el encanto de esta autobiografía de Jessica Mitford, integrante de una tradicional familia aristocrática británica que en la primera mitad del siglo XX se hizo célebre por el talento de sus vástagos para llamar la atención con sus desplantes y extravagancias.

Jessica Mitford (1917-1996) era la sexta de siete hermanos y la más insurrecta. Simpatizante de izquierda en una familia conservadora, a los 19 años se fugó junto con un primo segundo (y sobrino de Winston Churchill) para luchar en la Guerra Civil Española del lado republicano, proyecto que fracasó a poco de empezar y que pronto la forzó a conocer, en Gran Bretaña primero y luego en Estados Unidos, las penurias de la vida real que sus padres se habían empeñado en ocultarle.

En Nobles y rebeldes, publicada originalmente en 1960, queda claro que su autora toma partido por los segundos, pero lo hace con un humor y un espíritu general de liviandad que en ningún momento envilece el relato. Las excentricidades de sus padres, él un hombre severo y tajante en sus definiciones, ella una desconfiada pertinaz de la medicina moderna y la educación formal, son narradas con trazo de caricatura, pero de una caricatura cariñosa. En el recuerdo nunca dejan de ser "Mamu" y "Papu".

Los hermanos tampoco quedan mal parados. Nancy, la hermana mayor escritora, exhibe el ingenio filoso que la haría famosa en el mundo literario británico. Deborah, tres años menor, es una comparsa simpática en su afán por casarse con un duque (sueño que hizo realidad). Los otros, Pam, Tom y Diana, quien fue amante y esposa del líder fascista Sir Oswald Mosley, apenas hacen algunas apariciones. Pero es Unity (apodada Gorgo en la traducción) la que mejor ilustra el talante del libro. Simpatizante como Diana del nazismo y admiradora de Hitler, Unity fue la compañera de juegos de Jessica y su mayor rival cuando se dividieron las aguas europeas. Hasta esa pugna, que otra pluma presentaría con pinceladas oscuras y frases altisonantes, termina endulzada por las anécdotas divertidas y el perdurable amor fraternal.

El tono aligera la lectura a la vez que modifica (o distorsiona) los hechos que se recuerdan. No todo debe haber sido tan divertido en una familia desgarrada por las disputas políticas, la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y las travesuras de una hija díscola que con espíritu autocrítico se tacha de "comunista de salón de baile". Algunos pasajes así lo confirman. En cualquier caso, se agradece la decisión de convertir en comedia de costumbres lo que podría haber sido un latoso manifiesto ideológico.