ANA MARIA SHUA ABORDA EN SU ULTIMO LIBRO LA DESOLACION QUE AFLIGE A CIERTOS PADRES

Cuando un hijo abraza el mal

La autora, que había adoptado el punto de vista de los menores en "La muerte como efecto secundario", dice que todo lo que escribe tiene que ver con lo que ya escribió. Libertad, manipulación y culpa están presentes en la novela.

En Hija, Ana María Shua se sumerge en la historia de un mujer que luego de vivir en París con su marido, como consecuencia del último régimen de facto argentino, regresa a Buenos Aires y a partir de una trabajosa búsqueda logra quedar embarazada y tener una hija que a medida que va creciendo le demuestra que no es en absoluto la persona que ella hubiera imaginado.

En el libro, editado por Emecé, Shua va configurando, a la par de la ficción, un diario, que es como una trastienda del libro, donde expone las dudas que le surgieron durante la composición de la obra y explica a partir de qué situaciones o de qué personas se originaron algunos de los personajes. Antes de que se inicie la novela, la escritora aclara al lector que puede optar por leer o no ese "diario".

Autora de libros de cuentos, novelas como Los amores de Laurita, El peso de la tentación, microrrelatos y leyendas infantiles, Shua dialogó con Télam acerca de su nueva novela.

"Todo lo que uno escribe tiene que ver con lo que ya escribió. Yo había escrito acerca de los problemas que los hijos pueden tener con los padres, sobre todo en mi novela La muerte como efecto secundario. Entonces esta vez tuve ganas de mostrar las cosas desde el otro lado: cómo puede sentirse una madre ante una hija que ella misma crió, que ella misma educó y que no es en absoluto como ella hubiese esperado. Algo que nos pasa siempre a los padres en relación a nuestros hijos, pero llevado a una exageración extrema.

-¿Cómo organizó este personaje y esa historia para lograrlo?

-Pensé en una historia que llevara al extremo esa sensación tan extraña que las madres y los padres tenemos de que los hijos son seres humanos diferentes de nosotros, y eso que parece tan sencillo de decir y es tan difícil de aceptar. Entonces pensé en qué le pasa a una madre cuando se encuentra con una hija que no es buena persona, que no siente culpa, que no es sádica ni cruel pero es capaz de hacer daño si se trata de conseguir lo que quiere. Los padres, Guido y Esmé, son gente normal, pero la hija es particularmente indiferente a cualquier cuestión ética, es amoral.

-No hay algo que explique cómo se fue gestando la personalidad de esta hija...

-Eso es algo que se pregunta uno acerca de sus propios hijos: de dónde salió este extraterrestre, y es difícil de aceptar. Los hijos no son solo hijos de los padres, son hijos de sus circunstancias, de su época, de la sociedad que los rodea, de la cultura en la que se desarrollan. Yo quise contar una historia muy políticamente incorrecta, de una hija que no es mala porque sus padres la castigaron o la maltrataron o fueron indiferentes, sino que simplemente fue así. Hay un capítulo de Corazón, de Edmundo de Amicis, donde un personaje es malo porque en sus venas corre sangre de maldad y se me ocurrió qué pasaría si traía eso a la actualidad y se me ocurrió un personaje que manipula a los padres y les tiene cierto afecto porque le resulta práctico.

-La madre no quiere darse cuenta de cómo es su hija, ¿por qué?

-A la madre hay algo que le hace ruido pero trata de entender, de justificar. Es una madre muy culposa, que todo el tiempo siente culpa en relación con lo que le pasa a su hija y está desesperada por cuidar que su hija no vaya a sentirse culpable, pero la hija no se siente culpable en absoluto, no le importa nada.

-¿Por qué contextualiza el inicio de la historia en la dictadura?

-Me parecía que en esa familia lo que había ocurrido en aquella época tenía que ver con lo que pasaba después con la hija, así como el hecho de que la madre tuviera una hermana muerta en la dictadura. También esta novela es como una ucronía personal: son cosas que no me pasaron pero me podrían haber pasado. Mi hermana se fue en 1976, alcanzó a escaparse pero la podrían haber matado. Yo me fui a París, me quedé seis meses, pero podría haberme quedado seis años; trabajé en publicidad entre los 19 y los 34 años, pero podría no haberme dedicado a la literatura y seguir en publicidad toda la vida; me casé con un marido maravilloso pero podría haberme tocado un marido conflictivo como le sucedió a Esmé, mi personaje. De alguna manera fui siguiendo mi historia personal como si me hubieran sucedido esas cosas terribles que no me sucedieron, porque me identifico bastante con Esmé.

-¿Cómo surgió la decisión de ir escribiendo el diario como trastienda de la novela?

-Fue un poco arbitrario, escribí el primer capítulo del diario y me gustó, me pareció que podía ser interesante. Fue una decisión casi como lectora, porque soy una lectora muy salvaje: cuando leo me creo todo lo que me cuentan, siempre me parece que le pasó al escritor, a pesar que soy del metier y debería tener conciencia de que no es así. Y como lectora me encantaría tener un escritor que me vaya contando mientras escribe cuáles son las dificultades con que se encuentra, de dónde sacó los materiales, qué inventó, que le contaron, qué vivió personalmente. Entonces pensé que a los lectores les podía interesar y divertir que le contaran esas cosas y al que no, se lo puede saltear.

-¿En qué género se siente más cómoda?

-Me siento muy cómoda con todo lo que es narrativa, aunque la novela tiene algo desdichado para todo el mundo, inclusive para autores que han escrito más novelas que yo: uno va avanzando y tiene la sensación de que va dejando atrás un sucio borrador, porque uno puede quedarse corrigiendo eternamente la primera parte y ahí no está la novela, el material va a estar cuando llegue el final, entonces hay que seguir avanzando aunque a uno no le guste del todo lo que dejó atrás. Y eso provoca una sensación de angustia. En cambio el microrrelato, que es el otro extremo, es un género más placentero y feliz, porque uno puede darse el lujo de empezar y terminar un texto, pulirlo, y dejarlo brillante como una joya, o tirarlo a la basura si no sirve, en unas pocas horas. En cambio en la novela uno puede estar meses y hasta años trabajando sin saber todavía si eso va a ser o no una novela.