"EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO", LA GIGANTESCA NOVELA DE MARCEL PROUST

Triunfo de la inteligencia

Ediciones especiales, coloquios y homenajes saludan este mes el centenario del libro del escritor francés cuya primera parte, "Por el camino de Swann", se publicó por cuenta suya el 14 de noviembre de 1913.

Hoy se considera a "En busca del tiempo perdido" una obra fundamental de la literatura del siglo XX, un fresco legendario de excepcional profundidad sobre el fin de una era que concluiría con la Primera Guerra Mundial, capaz de ahuyentar el mundo de los Guermantes y dejar paso a los Ballets Rusos y al cubismo de Picasso y a una clase media de incesante crecimiento.

Pero hace cien años nadie estaba interesado en publicar el libro que ahora la crítica considera como refundador de la novela francesa.

Ni André Gide en la "Nouvelle Revue Franaise", quien luego dijo que "nunca se perdonaría" su error, ni el editor Alfred Humblot, que descalificó la obra diciendo no entender "cómo un hombre puede emplear treinta páginas en describir cómo se vuelve y revuelve en la cama antes de lograr dormirse".

EL RECONOCIMIENTO

Sin embargo, "Por el camino de Swann" obtuvo un reconocimiento casi inmediato gracias a su tratamiento del tiempo y la memoria, cuyo emblema es la escena donde el narrador rememora vívidamente las escenas de su infancia a partir de una magdalena mojada en una taza de té de tilo.

En 1919, el segundo volumen -"A la sombra de las muchachas en flor"- obtuvo el premio Goncourt. Proust murió en 1922, pero el último tomo de la obra -"El tiempo recobrado"- recién se publicó póstumamente en 1927.
Desde entonces "En busca del tiempo perdido", junto con el "Ulises" de James Joyce, conserva la clave de la literatura de todo un siglo y resume las luces y las sombras de los hombres de todas las épocas.

La leyenda de Proust, multiplicada en una inmensurable obra crítica y hasta en libros que explican cómo hacer para dar la impresión de haber leído los seis -o siete- tomos de "A la recherche du temps perdu" sin haberlo hecho nunca, no ha dejado de crecer.

Illiers, donde aún está la casa -convertida en museo-, de su tía Léonie, retratada en "Por el camino de Swann", incluso cambió de nombre para adoptar también su denominación literaria y ahora se llama Illiers-Combray y es una pequeña ciudad sin gente en las calles, hasta la que se llega fácilmente desde Chartres.

Una sala del Museo Carnavalet de París reproduce la habitación revestida de corcho -para atenuar los ruidos- en la que Proust, que sufría de asma, pasó recluido los últimos años de su vida terminando su obra maestra, atendido por la fiel Céleste Albaret, ya sin familia cerca, excepción hecha de su hermano Robert.

RECUERDOS VISIBLES

Una placa lo recuerda en la Rue de Hamelin 44, donde estuvo en sus últimos años, y el banco que ahora funciona en la que fue su casa del Boulevard Haussmann también convirtió su habitación en un museo.
La peregrinación Proust incluye la tumba del escritor en el cementerio del Pre-Lachaise, donde sus admiradores mantienen siempre las flores frescas.

"En busca del tiempo perdido" fue llevada al cine pocas veces y con éxito dispar (como el intento de Raoul Ruiz), también quiso hacerlo, pero prefirió no atreverse, Luchino Visconti, y la obra tiene además reinterpretaciones en lenguaje actual y hasta una popular canción llamada "Du coté de chez Swann".

Un siglo después, sus minuciosas descripciones y largos párrafos -dolor de cabeza de todos los traductores, incluido nuestro antológico Marcelo Menasché- parecen resistir intactos la velocidad informática de esta época: como escribió Roland Barthes, en su centenario, "La recherche" sigue siendo "la obra de referencia, la mathesis general, el mandala de toda la cosmogonía literaria".