Bajo la fuerza del bicentenario

Por DAMASO J. URIBURU MONTES

El mes de mayo tiene una especial significación dentro del calendario patrio. En él se festejan acontecimientos fundadores de nuestra argentinidad. Arranca con el Día del Trabajo, que para cualquier argentino es sinónimo de protección, de familia, de compromiso. También celebramos el aniversario de la creación de la Armada Nacional y del glorioso Ejército Argentino. Festejos a los que se añade la llamada Semana de Mayo. En ella, las sucesivas reuniones que se realizaron en el Cabildo de Buenos Aires, culminaron con el Cabildo Abierto del 25 de Mayo de 1810. Una sola palabra resumió el espíritu del pueblo congregado en la plaza y el de los delegados reunidos en la histórica casa: Libertad.

Desde entonces a hoy han transcurrido dos siglos. La celebración del bicentenario, y todo lo que en torno a esa fecha se proyecte o ejecute, marcará la principal agenda política del país. La inercia de los acontecimientos políticos, económicos o sociales es incontenible. Nada ni nadie podrá separarnos del proceso evolutivo que seguimos como Nación. Y en él existe una comparación inevitable: qué éramos al nacer, qué fuimos al llegar al primer centenario, y cómo somos ahora en las puertas del bicentenario.

Si en apariencia el hecho político de mayor trascendencia nacional son las elecciones del próximo 28 de junio, por el efecto bisagra que pueden tener en la gestión del gobierno (¡y vaya si las tienen!), desde este 25 de mayo eso ya no es así. La verdadera bisagra está en el 2010.

Las elecciones podrán ser el tema obligado en los próximos días. Pero ahora todo ocurrirá con miras al bicentenario. La fuerza que ejercen dos siglos de historia es mucho más potente que lo que pueda ocurrir en un solo día, el 28 de junio. En todo caso, el resultado de las elecciones no se trata de Leónidas vencido en Las Termópilas. Ni la caída del Imperio Romano. Ni el descubrimiento de América. Y tampoco el desembarco aliado en Normandía. Es el acto comicial, al cual la ambición desmedida de algunos candidatos y gobernantes lo han exacerbado indebidamente. En cambio, más allá del resultado de las elecciones, sí tiene gran trascendencia la forma en que como país lleguemos al bicentenario.

El 25 de mayo de 2010, el pensamiento de Ortega y Gasset será más cierto que nunca: El Estado es un espejo en el que la sociedad se mira a sí misma. Los 200 años más que una fecha se convertirán en un hito. Y frente a la imagen que el espejo refleje de nuestra libremente elegida realidad, nacerán impulsos de cambio político cuya fuerza será inversamente proporcionar a lo positivo o negativo del balance que se haga. Los cuales pasarán por alto los cambios que se produzcan en estas elecciones.


Cuando se cumpla el bicentenario que desde el 25 de mayo de este año hemos empezado a transitar, ya no importarán los agravios de campaña ni las chicanas electorales. Ni el modelo del que habla el Gobierno. Ni su insólita política exterior, que nos ha cercenado nuestra relación con pueblos hermanos, nacidos al impulso de la misma Revolución de Mayo. Queriéndonos animar al modelo cubano o al de Chávez que nada tiene que ver con nuestra realidad.

Tampoco importará el degradante clientelismo político. Ni a Néstor Kirchner le dan miedo o no las Fuerzas Armadas. Esa no es la vara con la que se mide la gloria de una nación. El paso de las instituciones fundacionales de la patria, y la patria misma, están por encima de esas pequeñeces. Con ellas se puede escribir una historieta, no la historia.

En cambio si va a importar nuestra consolidación como nación, sin discriminación alguna. Ya no hay tiempo de cambiar el balance de este segundo siglo, pues eso tornará años. Pero sí hay tiempo suficiente de torcer el rumbo que actualmente llevamos. Para eso sólo hace falta convicción y principios. Dos cosas que el pueblo argentino tiene de sobras. Y si las grandes distancias se cubren dando el primer paso, empecemos por el respeto a la ley y a nuestros conciudadanos. Que el olvido de esa regla quizás haya sido la causa de tanto desatino y retroceso, en todo sentido. Cumpliendo este sencillo principio cívico, sin dudas todo lo demás será mucho más fácil y fructífero.