El latido de la cultura

La escritura de los márgenes

En el mundillo de las artes existe la idea de que formar una familia y ser artista son cosas incompatibles. No son pocos los escritores que dejaron de escribir al momento de irse a vivir con su pareja o cuando nacieron sus hijos. Lo primero implica resignarse a perder ciertas libertades además de un tiempo y espacio que, en el pasado, podía estar dedicado exclusivamente a la escritura o la lectura. Lo segundo supone una enorme renuncia, porque el hambre o el llanto de un niño no entienden de postergaciones.­

Sin embargo, varios escritores tuvieron que hacer conciliar su arte con las obligaciones familiares. Es el caso de J. R. R Tolkien, quien entre sus veinticinco y sus treinta y siete años tuvo cuatro hijos, fruto de su unión con su esposa Edith Mary Blath. Se dice que buena parte de la saga de `El Señor de los Anillos' surgió de la imaginación del escritor inglés, orientada a los cuentos que les contaba a sus hijos antes de que se fueran a dormir. Ray Bradbury, en tanto, fue padre de Ramona, Bettina, Susan y Alexandra. En sus años de juventud, Bradbury -quien además solo pasó por la Universidad para recibir dos Doctorados Honoris Causa- tuvo una vida llena de privaciones. Escribió `Farenheit 451' con los nueve dólares que le permitieron alquilar una máquina de escribir en el sótano de una biblioteca pública. Para encontrar un momento propicio poder trabajar en sus textos, la poetisa y ensayista norteamericana Silvia Plath solía levantarse antes de que sus pequeños hijos se despertaran, un esfuerzo enorme para una madre.­

PRECIADO MOMENTO­

Solo una cosa me une a estos grandes autores, a quienes admiro. Se trata de que desde hace cuatro años, además de dedicarme a la escritura la vida me ha convertido en padre. La paternidad me ha restado energías y horas de sueño, además de algo de tiempo de lectura. Pero irónicamente noto que mi creatividad no ha disminuido. Quizás se deba a que, como ahora que es escaso, mis momentos literarios son preciados. Entiendo que será diferente en cada caso pero en el mío diría que, por el contrario, los hijos despertado una cuota de sensibilidad.

Disponer de tiempo para la escritura supone ahora armar un rompecabezas de horarios. Escribir en los márgenes del día. Desde el nacimiento de mi segundo hijo, hace casi un año, escribo con un horario fijo, de lunes a viernes de 6 a 9 de la mañana, con la rigidez y precisión de un comercio que solo atiende en esa franja horaria. Los sábados y domingos solo lectura. No elegí estos horarios. Es lo que hay y hay que aprovecharlos con empeño. O tal vez la realidad sea otra y, como alguna vez me dijo un querido amigo: "no se escribe cuando te sentás delante de la hoja. Todo el tiempo estás escribiendo''.­

Lo curioso es que no recuerdo bien cómo es que escribía tan poco cuando disponía de tiempo de más. Antes de ser padre fui un Emo. Para escribir necesitaba una torre, ojeras y la hostilidad del mundo cruel como combustible. Ahora, escribo con mis hijos colgados de los brazos. Un hijo lo manda a uno a tomar la sopa.