CON PERDON DE LA PALABRA

Las mesetas fósiles

Siempre he tenido la vaga sensación de que los argentinos tenemos una deuda pendiente con la Patagonia. Con esas mesetas fósiles que no hemos terminado de poblar con argentinos. Como si estuviéramos esquivando el mandato de terminar su ocupación.

Incluso sostengo que el gobierno central debería ofrecer gratuitamente en propiedad tierras fiscales patagónicas a quienes estén dispuestos a instalarse allí con la familia, abandonando su cómodo asentamiento en Buenos Aires y sus aledaños, en La Plata, Rosario, Córdoba o algún otro centro urbano densamente poblado. Incluso propicio que, a los que acepten esta oferta, se les impartan conocimientos agrarios y se les provean herramientas de labranza, también gratuitamente.

Son pocos los connacionales que conocen la Patagonia. Yo, al menos, la conozco bastante. He estado más de una vez en Comodoro Rivadavia, Cutral Co, Río Gallegos, Gaiman... La he sobrevolado en aviones de la Armada, me he asomado desde ella al Estrecho de Magallanes.

También ubiqué en la Patagonia el comienzo de mi novela El Penúltimo Ataque.­

 

Pues bien, esta introducción responde a mi deseo de comentar el libro Historias de la Patagonia, escrito por Francisco N. Juárez, Ediciones B. ­

Un libro recomendable, ya que resulta instrumento adecuado para informar sobre esas tierras australes argentinas, que costó soldar al mapa nacional y que corrieron riesgo de perderse en varias oportunidades.­

Por lo pronto, su titularidad resultaba un tanto nebulosa hasta que Juan Manuel de Rosas realizó su expedición al Río Negro y el general Roca la consolidó en 1879. Incorporación que corrió peligro cuando, durante la guerra por las Malvinas, Chile se aprestó a pegar un zarpazo para quedarse con ellas.

El libro de Juárez nos ilustra sobre las asperezas de esa zona de frontera, entre el siglo XIX y el XX. Respecto a la dura existencia de sus pobladores, a la acción benéfica de algún sacerdote salesiano, a las abundantes pepitas de oro que se encontraban en la ribera de sus cursos de agua, a la presencia allí de numerosos norteamericanos muchos de ellos asaltantes de bancos, a las habilidades de cierto tirador de revólver capaz de arrancar con un tiro el cigarrillo que alguien sostenía en sus labios, a la dudosa presencia de un plesiosaurio sobreviviente. Respecto a esto formulo un reparo: creo que se dice plesiosaurio y no plesiosauro pues se trata de un saurio.

Excelente libro el de Juárez. Que nos impulsa a los argentinos a ocupar un lugar en la Patagonia, del cual acaso hayamos desertado.