LA MIRADA GLOBAL

Estados Unidos se retira de Afganistán

A tenor los anuncios formulados recientemente por el presidente norteamericano Joe Biden, en los próximos meses no habrá ya más tropas militares norteamericanas, ni de la OTAN, en Afganistán. Dos décadas después de perpetrados los atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York, los Estados Unidos comenzarán a retirar progresivamente los contingentes militares estacionados en Afganistán. 

Como ocurriera alguna vez con Rusia, el retiro de los efectivos norteamericanos no luce victorioso. El costo de tratar de serenar y enderezar a Afganistán ha sido muy alto. A lo largo de los años, unos 2.300 militares norteamericanos perdieron la vida sirviendo a su país en Afganistán. 

    También es cierto que el violento Osama Bin Laden está muerto y que el fanático movimiento que alguna vez liderara, denominado Al Qaeda, no es hoy lo peligroso que alguna vez fuera. Particularmente en su capacidad para desplegar el terrorismo violento a lo largo y ancho del mundo.

    El esfuerzo norteamericano en Afganistán no sólo ha sido duro, en términos de vida, sino que también ha sido largo y desgastante. Joe Biden es el cuarto presidente norteamericano que conduce el esfuerzo militar de su país en Afganistán. Es cierto, las guerras pueden ser largas, aunque también lo es que las guerras no duran eternamente, queda visto. 

La violencia continúa    

A esta altura de las circunstancias, cabe preguntarse hasta qué punto, después de dos trágicas décadas de conflicto armado, la situación interna en Afganistán ha mejorado, o no.

    La respuesta a ese interrogante es bien compleja. La violencia continúa en Afganistán, como constante propia de una sociedad en la que grupos fanatizados tienen aún un rol preponderante. Prueba de ello es que, el año pasado solamente, la violencia generó allí más 3.000 muertes y más de 8.000 heridos. Y la cosa no parece haber cambiado, desde que esas cifras continuaron creciendo significativamente, a lo largo de los primeros meses de este año.

    Respecto de las mujeres, que en la década del 90 no estaban siquiera autorizadas a concurrir a las escuelas afganas, su situación social parece haber mejorado un poco. En efecto, en la actualidad unas 87.000 mujeres trabajan en las distintas estructuras del Estado y en sus organismos públicos. En el año 2004, la cifra antedicha era de unas 50.000 mujeres. El progreso, queda visto, no ha sido realmente extraordinario.

    Curiosamente también aumentó el número de mujeres enroladas en las fuerzas policiales, donde hoy trabajan unas 3.600 de ellas.

    Algo parecido ocurrió asimismo en la órbita del Poder Judicial afgano, donde a lo largo de la última década el número de magistrados de sexo femenino creció constantemente; a punto tal, que hoy el 13% del personal judicial afgano está compuesto por mujeres.

    La presencia de las mujeres en el sistema educativo de Afganistán debe todavía mejorar. Es del orden del 40%, lo que por sí solo sugiere que todavía hay mucho camino que recorrer en un importante capítulo de la educación.

    Otro dato preocupante es que todavía hoy unos 3,7 millones de niños afganos no van a la escuela. De ese contingente, un 60% son mujeres. Y esta proporción es más baja, como cabía suponer, en aquellas regiones afganas que aún hoy están controladas por los líderes fanáticos del Talibán. Siempre en el capítulo de la educación, apenas una tercera parte del personal docente de las escuelas afganas está conformado por mujeres.

    En el plano de la economía, Afganistán crece a un 4% anual de su PBI, ritmo claramente insuficiente para generar una mejoría económica y social que sea satisfactoria para un país sumido todavía en un atraso económico relativo. 

Lo antedicho tiene aún otro limitante desde que el motor del ritmo del crecimiento económico afgano sigue siendo la ayuda internacional, factor inestable y, además, siempre contingente.

    Como cabía esperar, la pobreza continúa siendo una triste realidad en todo Afganistán. Ella está tan extendida que afecta al 53% de la población afgana. Pero cabe, para nosotros, una reflexión. Ocurre que ese alto porcentual, comparado con nuestra propia situación, en la que el 56% de los niños argentinos viven bajo la línea de la pobreza, es una señal más de alarma sobre lo que nos está sucediendo, mientras seguimos inmersos en el peligroso tobogán de decadencia, en el que hemos estado viajando a lo largo de nuestras últimas siete lamentables décadas, en materia de desarrollo.

    En función de los comentarios precedentes parece evidente que el anunciado retiro de las fuerzas militares norteamericanas de Afganistán no dejará tras de sí una nación cuya situación interna haya mejorado sensiblemente. Todo lo contrario, los problemas propios de Afganistán no han desaparecido. Una vez más es evidente que las guerras, que a veces devienen inevitables, no son necesariamente la solución para los problemas que las provocan. Afganistán parece ser un ejemplo más en ese sentido, de los tantos que la historia del mundo provee. 

Desconfianza universal    

Por casos como el de Afganistán, antes reseñado, es que las sociedades desconfían fuertemente de sus “clases políticas”, a las que cada vez más suponen, sin temor a equivocarse demasiado, como dedicadas sustancialmente a vivir de los demás, esto es a “ordeñarlos”. Ejemplo de esto es que así piensan nada menos que el 65% de los franceses, el 52% de los ingleses, y el 42% de los alemanes. Esas opiniones parecieran ser compartidas por muchos entre nosotros mismos.

    En Alemania, apenas un 39% de los votantes confía efectivamente en sus candidatos electorales. Por esto, cuando el voto no es obligatorio, cada vez son menos los ciudadanos que voluntariamente concurren a las urnas. También por esto, pareciera haber un creciente y obvio desinterés por la política, que afecta a la mayor parte de quienes están legalmente autorizados para concurrir a las urnas.

    A su vez, apenas un 16% de los ciudadanos franceses manifiesta tener fe en sus políticos, a los que acompañan sólo el 32% de los británicos y el 39% de los siempre ordenados ciudadanos alemanes. 

La reciente condena a prisión del cuestionado ex presidente francés, Nicolas Sarkozy, no ha hecho sino evidenciar de alguna manera que hay razones que impactan en la credibilidad de la gente en sus representantes políticos. 

Lo mismo ocurre, obviamente, con el conjunto de procesos judiciales por corrupción que avanzan en nuestro país contra algunos patológicos personajes del desigual mosaico político argentino. 

Pese a su falta de credibilidad, la mayor parte de los políticos no tiene en cuenta el desprestigio en que están sumergidos. Por ello, no toman las medidas correctivas necesarias. Allí están, dañando a todos, desde hace décadas, sin advertir que, en algunos casos, su grave falta de percepción de la realidad termina provocando guerras –como la de Afganistán- que, aunque no sean eternas, pudieron haber sido evitadas.

Afganistán sigue siendo el principal proveedor de heroína del mundo. Sus drogas abastecen a Europa con exportaciones que equivalen a la cuarta parte del PBI afgano. Francia solamente tiene más de 150.000 consumidores de heroína afgana proveniente de las aproximadamente 9.000 toneladas de opio que Afganistán produce por año y vende sustancialmente a los consumidores del Viejo Continente. Las guerras no han terminado con este azote.