HISTORIA Y LITERATURA A DOS SIGLOS DE LA MUERTE DEL EMPERADOR DE LOS FRANCESES

Lecturas napoleónicas

La primera parte de la biografía de Patrice Gueniffey es el añadido más reciente a una biblioteca inagotable. En ella conviven lo mejor de la novela decimonónica con ensayos clásicos de Belloc, Cooper, Chandler o Keegan.

De pocas figuras históricas se ha escrito más que de Napoleón Bonaparte. El historiador inglés Andrew Roberts ha calculado que desde su muerte en 1821, hace dos siglos, se han publicado más libros que llevan su nombre en el título que la cantidad de días transcurridos a partir de aquel año. La literatura, la historia, la sociología, la ciencia política, hasta la teología se han detenido en su vida, en su ascenso prodigioso y en su derrumbe no menos impresionante. Una vasta bibliografía que no deja de crecer en torno a un hombre erigido en mito, leyenda y demonio.

¿Qué puede encontrar hoy un lector argentino que, dejando de lado lo accesible en Internet, que es inabarcable, se acerque a una librería buscando leer algo sobre Napoleón y su tiempo?

Dado que buena parte de la leyenda napoleónica la estableció la gran literatura del siglo XIX, ese es un buen punto de partida. Victor Hugo, Stendhal, Dumas, Thackeray, De Vigny y hasta Tolstoi (que incluyó al corso en el reparto de la inmortal Guerra y paz) estamparon el espíritu de la época encarnado en personajes y momentos inolvidables, como el de la gran confusión de la batalla de Waterloo en La cartuja de Parma, o el combate naval de Trafalgar, según la versión clásica de Benito Pérez-Galdós, varios de cuyos Episodios Nacionales abordan la invasión napoleónica de España.
Otros nombres ilustres abrevaron en la mitología del "emperador de los franceses", desde Joseph Conrad (El duelo o Los duelistas) y Anthony Burgess (Sinfonía Napoleónica) a Bernard Cornwell (lo hizo en la saga del fusilero Richard Sharpe), Max Gallo (con su cuarteto de novelas biográficas) o Arturo Pérez-Reverte, autor de más de un libro situado en la época y quien en Cabo Trafalgar (2004) se animó a completar lo escrito por Galdós. Pero dos series de novelas de tema naval se destacan del resto: primero la de C.S. Forester (1899-1966) protagonizada por el almirante Horatio Hornblower, y luego, la muy similar pero más refinada y extensa (alcanza veinte títulos) de Patrick O"Brian (1914-2000), uno de los más persuasivos novelistas históricos de las últimas décadas.

Las dos series reseñan la guerra marítima contra Napoleón emprendida por Inglaterra y sus aliados. En ambos casos la visión es parcial y se derrama en elogios al indudable poderío naval inglés de la época, en el que se ha querido ver una de las causas de la derrota del imperio.

BIOGRAFIAS Y BALANCES

Hasta ahí, la literatura. Si se trata de biografías o balances históricos, la oferta disponible al lector no especializado resulta más acotada. Puede conseguirse, por caso, el Napoleón de Hilaire Belloc (CS Ediciones, 301 páginas) un recorrido biográfico episódico que está entre lo mejor que escribió el autor inglés de origen galo.

Belloc simpatizaba con Napoleón. Lo demuestra en la introducción, que por sí sola justifica el libro, en donde alega que la derrota del emperador frustró un proyecto de reconstrucción unificada de Europa que consagrara la herencia del legado romano. "Napoleón Bonaparte -observó- estuvo muy cerca de restablecer nuestra civilización, de fijarla para siempre en una forma renovada, estable y noble. Al lograrlo hubiera restaurado el alma de nuestra cultura, dándole paz".

En el rubro biografías, el añadido más reciente en español es la monumental Bonaparte 1769-1802, del francés Patrice Gueniffey (Fondo de Cultura Económica, 913 páginas), primera de las dos partes de la obra proyectada. Escrito por un especialista en la Revolución Francesa, el estudio es una biografía más analítica que narrativa, minuciosa y profusamente anotada, que aprovecha la publicación a partir de 2002 de la correspondencia completa, sin ediciones ni omisiones, del biografiado.

Consciente de las limitaciones de la biografía como género, y reconociendo que en el último siglo las "vidas" de Napoleón fueron contadas mayormente por autores de habla inglesa (J. Holland Rose, Herbert Butterfield, J.M. Thompson, Felix Markham, Vincent Cronin, Alan Schom, el acerbo Paul Johnson, Steven Englund, Philip Dwyer y el más reciente, Andrew Roberts), Gueniffey no rechazó el desafío de entrelazar el relato de la época y la trayectoria personal del con frecuencia enigmático militar que por veinte años dominó Europa. Hacia el final de su introducción, Gueniffey cita al Borges de "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz" como guía en su propósito de dilucidar el momento preciso, decisivo, en el que también Napoleón supo para siempre quién era.

Como el emperador fue "el gran capitán" de la historia, sus hazañas en el campo de batalla han sido muchas veces frecuentadas por los historiadores. La obra de referencia sigue siendo Las campañas de Napoleón (hay una edición en castellano de La Esfera de los Libros), del británico David Chandler. En un solo volumen, bien que gigantesco, el historiador que fue profesor de la Real Academia Militar de Sandhurst se interna en las batallas más destacadas y procura desentrañar las razones del genio bélico del corso y las claves que explican su declive. "(Napoleón) siempre fue partidario de un tipo de guerra relativamente humano -escribió Chandler en la introducción del libro -: deseó la campaña brusca, breve, concluyente, nunca la agonía larga, prolongada del desgaste por el desgaste mismo. Pero cuando esa meta lo eludió -como sucedió por lo general a partir de diciembre de 1806- podía apelar a una impiedad y a una ferocidad animal que también eran parte de su herencia corsa. Sin duda había límites en su paciencia y su grandeza".

Waterloo, librada en 1815, fue la última de las sesenta batallas que orlan la fulgurante trayectoria militar napoleónica. Fue también la derrota definitiva de las siete que experimentó. El historiador italiano Alessandro Barbero la volvió a contar en Waterloo. La última batalla de Napoleón (Pasado & Presente). Es un relato prolijo, dinámico, que va directo al grano y se concentra en la acción armada sin entrar en otro tipo de consideraciones históricas o políticas.
También John Keegan analizó Waterloo. Lo hizo en uno de los capítulos de El rostro de la batalla (Turner), el gran ensayo publicado originalmente en 1976 que renovó la manera de escribir la historia militar en el mundo de habla inglesa. La razón es que abandonó la narración distante, abstracta, de planes y movimientos de unidades, por otra nacida de la experiencia concreta del soldado en el terreno.

Aplicada a Waterloo, esa visión no se limita a la mirada estratégica de los comandantes enfrentados. En sus páginas los protagonistas son los combatientes (infantes, artilleros o jinetes), y, junto con ellos, las armas y municiones, la impedimenta, el clima, los accidentes geográficos, la logística, las horribles heridas y los precarios recursos médicos que existían en la época para atenderlas.

"No intento escribir sobre generales y su conducción -aclaró Keegan en el texto introductorio que es un breve ensayo acerca de cómo debería contarse la guerra-. Intento tratar las lesiones y su tratamiento, la mecánica de ser tomado prisionero, la índole del liderazgo al nivel más bajo, el papel que tenía la compulsión en lograr que los hombres se aferraran al terreno, la incidencia de accidentes como causa de muerte en la guerra y, por encima de todo, las dimensiones de los peligros que diferentes variedades de armas presentaban al soldado en el campo de batalla".

Antes de Waterloo y de la desastrosa invasión de Rusia, la otra gran derrota de Napoleón sucedió en el mar. El investigador inglés Roy Adkins estudió en Trafalgar: biografía de una batalla (Planeta, 2005), las características del combate naval de 1805 con brío narrativo y minuciosa elocuencia. Una vez más se trata del punto de vista británico, acompañado en este caso por todos los elementos necesarios para entender mejor la guerra marítima tal como se libraba hace dos siglos: mapas, planos, glosarios y una selección de lecturas recomendadas.

Por último, otro clásico. Está disponible una edición de Claridad de la muy elogiada biografía de Talleyrand por el inglés Duff Cooper, vizconde de Norwich. Con prosa elegante y medida, el libro traza el perfil del sinuoso obispo que fue, al mismo tiempo, hombre de confianza y principal adversario de Napoleón mientras conservó poder en las entrañas de su imperio.

Es el retrato de una personalidad astuta y acomodaticia que simboliza la perturbadora época de transición que le tocó vivir, con el añadido de que quien lo pintó sabía de lo que hablaba. Un siglo después de Talleyrand también Cooper fue político, diplomático y hombre de estado (integró el gobierno de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial), ganó fama como historiador y llegó a ser padre y abuelo de historiadores notables.