Páginas de la historia

Leonardo Da Vinci

“Los oscuros combaten la luz. Los iluminados la oscuridad”.                                                

Aludir a un ser humano, diciendo que fue uno de los hombres más inteligentes y creadores que hayan existido en miles de años, no es poco decir.  Leonardo Da Vinci había nacido casi exactamente 40 años antes del descubrimiento de América, en 1452, en la Toscana italiana. Fue hijo de un escribano y de una moza de taberna a la que aquel abandonó dejándole a su hijo. Leonardo tenía ya 13 años cuando recién conoció a su progenitor, en cuya aristocrática residencia, cada vez que iba de visita, era observado con cierto desprecio, incluso por su propio padre.

El chico, precozmente inteligente, captó rápidamente su triste situación. Es que era uno de esos niños huérfanos, cuyos padres viven.
Fue un muchacho retraído, muy afectivo, como todo ser necesitado de afecto. Pero también, era un gran observador de la naturaleza. Y, caso curioso en un niño, fue muy amigo de la soledad y de la contemplación. Y como en la soledad no se siente soledad, nunca estaba solo. Lo acompañaba su espíritu inteligente. Tempranamente, murió su madre. Leonardo la lloró 8 días seguidos. Es que hay dolores para los que las lágrimas no alcanzan. Transcurrió el tiempo.

Ya tenía 17 años, cuando su familia -su padre se había casado nuevamente- y su madrastra, se mudaron a Florencia y lo llevaron con ellos.
Leonardo tenía particular predisposición para el dibujo. Y se acercó también –paso ineludible- a la pintura y a la escultura. Frecuentó varias academias. Los profesores se asombraban de su facilidad para aprender. Lo que sus compañeros demoraban 2 ó 3 meses, a Leonardo le bastaba con una o dos clases.

A los 30 años se instaló en Milán. Vivió en total 66 años, pero su obra es inabarcable. Porque es inmensa, ya que fue grande como pintor, como escultor, como científico y como músico. Sus pinturas y esculturas, asombran aun hoy, ¡500 años después! 

Recordemos su pintura de “La Santa Cena”, los frescos del techo de la capilla Sixtina del Vaticano, “La Gioconda” o “Mona Lisa”, de rostro imperturbable.
Hubiera quedado en la gran Historia del Arte, solamente con lo que acabo de mencionar. Pero además… fue arquitecto, ingeniero, biólogo, botánico y sobre todo, inventor. ¿Qué inventó? Pues nada menos que una especie de proyecto de máquinas voladoras, precursoras del avión.
También rudimentarias escaleras mecánicas, un barco con rueda de paletas e incluso concibió obras hidráulicas.

Además, estudió, ya como botánico, la vida de las plantas. 

Como ingeniero, dirigió la construcción de casi todos los canales de Lombardía y concibió y bocetó una especie de paracaídas. Inventó la cámara oscura. En fin, no hay calificativo que abarque su talento. Porque fue realmente, un elegido. Como verdadero artista que era, quería ser comprendido, no admirado. Pero fue un ser humano, diría, normal.

Porque la gran obra del artista, suele superar al artista. Tuvo y no podía ser de otra manera, adversarios. Porque quien expone, se expone. Y los que vuelan, rozan con sus alas a los que no pueden volar. Pero sólo sentía pena por ellos.

El rey de Francia, Francisco I, le ofreció el cargo de pintor oficial de la Corte. Aceptó. Fueron años felices, de paz y de creación. Se lo veía radiante. Y una anécdota final. Abril de 1519.

A pocos Km del castillo dónde residía, había un escribano del cual se había hecho amigo.

Le dijo al profesional:

-“Vengo a redactar mi testamento”.
-“Tengo mucho trabajo”, contestó el Escribano. “Vuelva por favor en 15 días”.
-“No viviré tanto”, le contestó Leonardo.
-“¿Se siente Ud. mal?”.
-“No. Pero sé que tengo pocos días de vida. Lo presiento. Le ruego copie ya mi testamento”. El notario no pudo negarse. Diez días después, un 2 de mayo de 1519, a los 66 años, moría un grande del talento. Y un aforismo final para este ser humano que voló muy alto y que, por ello, dejó huellas muy… profundas:  “Hay metas que parecen inalcanzables. Pero hay hombres… nacidos… para alcanzarlas”.