UNA MIRADA DIFERENTE

¿Y el paso siguiente será cancelar las elecciones?

La sociedad real, estupefacta, duda si entender lo que hace y dice Fernández como fruto del odio y el desprecio o como parte de la ejecución de un plan monárquico burocrático.

Puestos en la obligación de definir el sentimiento de la enorme masa de argentinos que aún cree en el mandato de trabajo, esfuerzo, sacrificio, conducta y grandeza que le legaron sus mayores y los próceres de la patria, lo primero que surge es la sensación general de haber sido insultados.  En su fe, en su esperanza, en su vocación de construir un futuro en su país, de creer en la democracia tantas veces pregonada y tantas veces mentida y usada, un insulto en la cara de cada uno y su familia, que no sólo no merece, sino que no está dispuestos a aceptar, ni a olvidar, ni a perdonar.

Con su viejo estilo de enojo sobreactuado, como un marido traicionado o maltratado, el Presidente agredió el miércoles a los médicos, los hospitales, las clínicas, las prepagas y obras sociales, que según su discurso, y como si se tratase de un viaje de placer a las zonas turísticas, decidieron relajarse y operar a enfermos graves, casi terminales, postergados, que habían cometido el delito de enfermarse de otras cosas que no fueran covid, y que, junto con sus familias, estaban y están desesperados por conseguir un lugar para recibir una atención de la que dependían sus vidas. Un atropello impiadoso y grosero que nadie se merece, cualquiera fuese su edad, ideología, lugar de residencia o condición socioeconómica. Una absurda calificación. Como si hubiera muertes diferenciales, o muertes con grieta.

Los médicos y científicos, por otra parte, han tenido desde siempre el afecto y el reconocimiento de la comunidad y fueron un símbolo de progreso personal, de la calidad educativa argentina, de respeto y admiración, de influencia en la vida familiar. Desde la inolvidable “Mi hijo, el doctor” hasta los tres premios Nobel de ciencia que exhibe el país con orgullo.  La ofensa que se les ha infligido, reiterada ayer en el discurso poslarreta seudomesurado, es una ofensa a la educación y a todos. Es, igualmente - no sea cuestión de eludir la opinión - una demostración rampante de ignorancia y desagradecimiento. El trabajo heroico de los profesionales de la salud en los hospitales, ambulancias y salas no es un fenómeno sólo pandémico. Es una constante que cualquiera verifica todos los días desde hace decenas de décadas.

La innecesaria, injusta y cruel mención a los niños discapacitados, además de ser una grosera discriminación, desconoce, aparte de la particular sensibilidad, empatía, cooperación e intuición de esos chicos, el esfuerzo sobrehumano que realizan sus padres y maestros para educarlos e integrarlos. Y asímismo desconoce lo que acontece en la práctica, en cada aula. Por supuesto que no los agrede y ofende sólo a ellos, sino a todas las personas de bien.

Atacar la enseñanza

La acusación contra la educación de CABA, en el sentido de ser la principal fuente de propagación del crecimiento de la pandemia, además de no estar apoyada en números verdaderos, (como lo espetó y demostró con toda precisión y puntillosidad ayer a la tarde Rodriguez Larreta en su conferencia de prensa en el barrio opulento de la Villa 31) más allá de las afirmaciones presidenciales, tradicional y alevosamente falsas o distorsionadas, o que ocultan el hecho de que al aumentar el número de testeos aumentan los casos detectados, no reales,  ataca nuevamente a la enseñanza y torpedea la presencialidad, un crimen social que está casualmente en línea con la ponencia disolvente de los grotescos gremialistas sindicales, sospechados con bastante justicia de ser los instigadores de este aborto intelectual. Lo que a su vez está casualmente en línea con el pensamiento perverso de quien es percibida como apuradora o urgidora del Presidente en este ataque, la vicepresidenta de la Nación, todavía en modo mute, por ahora.

Aunque cabe otra inferencia algo más elaborada. Este ataque tiene un objetivo oculto: destrozar las bases de la enseñanza privada, como se está haciendo con el sistema de prepagas y aún de obras sociales, que han terminado de rodillas suplicando ante el Estado y con médicos y profesionales muertos de hambre y alejándose. Un modo de subordinar esos sistemas al control de la burocracia estatal, y el paso previo a bastardear los contenidos y a crear gremios que saboteen, manoseen e ideologicen la educación privada, como ocurre en el sistema público. Es que, ante la incomprensión de semejante crueldad planificada, los mal pensados adivinan la mano de la abuela del Instituto Patria, y madre de su führer, Máximo Kirchner. Las medidas kirchneristas siempre tienen alguna razón adicional al dorso. Y varios dorsos.

El ataque contra la educación pública es, innegablemente, un ataque contra el tejido mismo social, en el que parecen ensañarse quienes en hipócrita paradoja claman por los derechos humanos, la justicia social y el bienestar. Estos niños que ya llevan un siglo de no presencialidad, o de educación a medias, híbrida entre la nada y la casi nada, tal vez jamás recuperen la brecha, el bache, la real grieta que se está creando y que se ensancha ahora. En un mundo en que la velocidad de cambio requerirá una continua adaptación y reinvención, negar la educación – aún con la poco creíble promesa de temporalidad – es un crimen. Esos niños cada vez con menos chances, también son nuestros niños, nuestros hijos. Y de nuevo se está forzado a pensar que hay algo más profundo en este deliberado insulto a la trama social. Y de nuevo aparece la figura de la führerin, entre bambalinas, o desde lo alto del proscenio, quizás, moviendo los hilos.

Sistema antirrepublicano

Porque hay un insulto mayor encerrado en este DNU, ese mecanismo inconstitucional y tiránico que todos los políticos toleran desde la Constitución de 1994 y la ley 26122, el sistema antirrepublicano que permite al presidente hacer leyes sin el Congreso y en minoría. Nada más insultante que gobernar de modo deliberadamente inconstitucional, obligado al resto de la sociedad a tener que oponer amparos infinitos, interminables y cajoneables a cada una de sus decisiones, como ocurre en este caso, siguiendo la teoría del Gambito de Dama, o la gambeta de la dama, como se prefiera. Entre las que se aprovecha para cumplirle otro sueño a la dueña del Senado: invadir y reducir la autonomía de CABA, la Ciudad a la que considera una enemiga personal, con el mismo desprecio e inseguridad que alguna vez sintió Eva Perón. Y otra vez detrás de la ofensa se vuelve a sospechar que el insulto no es más que la consecuencia de una orden mal cumplida o cumplida de urgencia de alguien que está detrás de bambalinas. El enojo presidencial no es más que una réplica del enojo vicepresidencial. Que esconde designios más graves que la simple forma o el precario estilo. Afortunadamente se olvidó de incluir en el DNU la amenaza del uso de las fuerzas armadas para imponer su voluntad, otra barbaridad.

No es esperable que en una pandemia las decisiones sean todas acertadas, todas definitivas y todas perfectas. No lo ha sido así nunca, tampoco ahora, en ninguna parte y en ningún caso. Ni siquiera el modesto virus de la influenza se ha podido vencer. Pero también son refutables con facilidad las excusas plañideras conque suele mezclar sus enojos el Presidente en ejercicio cuando se lo critica o se lo confronta ante decisiones como la del miércoles. Pero se olvida de sus propios antecedentes. Las veces que le mintió a la sociedad, o hizo promesas o afirmaciones vacunatorias o de testeos que nunca cumplió. O cuando defendió al indefendible ministro de salud González García como si fuera Pasteur. Las falsas comparaciones con situaciones de otros países que fueron desmentidas, verdaderos papelones que siguieron hasta la semana pasada.

Tampoco se explicó nunca, fuera del balbuceo, la fatal (sic) discusión con Pfizer, salvo una explicación que la empresa prefirió responder con silencio, y en la que nadie cree. Ni mucho menos el “generoso acuerdo” con Astrazeneca, el inefable Hugo Sigman y el billonario Slim, que pasó de ser una especie de milagro argentino sin fines de lucro a un trabalenguas también incomprensible en el que jamás se desmintió el pago del 60% de una compra de un cargamento de vacunas que nunca llegó ni se sabe si alguien devolvió. Ambas costaron muertes adicionales evitables.  Será difícil sostener que la pandemia fue “en todas partes igual”. Ni tampoco se aclaró en serio y en toda su dimensión el criminal vacunatorio de amigas, amigos y amantes VIP, donde se transó con confesar públicamente unas pocas excepciones, mientras faltan explicar decenas o cientos de miles de dosis faltantes de los patrióticos y costosos vuelos de Aerolíneas.

¿Qué autoridad moral?

¿Cuál es la autoridad moral que exhibe o esgrime hoy este gobierno? No es cuestión de pedir milagros. Es cuestión de mostrar todas las cifras, todos los contratos y todas las excepciones y explicarlas. ¿Esa es la autoridad moral conque se manda al muere a la educación, a la actividad de cientos de miles de pequeños empresarios, a los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires, y se torpedea a su gobierno, casualmente opositor?  Y si no tiene importancia la autoridad moral, ¿cuál es la autoridad científica o profesional de la ministra de salud, o del gobernador Kicillof, cuando se puede entender lo que expresa? Sus afirmaciones tampoco han resultado ciertas en la mayoría de los casos.  Hay un comité asesor, es cierto. Dispar, claro. Y discutido, claro. Y no demasiado creíble, claro. Será por esa falta de autoridad que se recurre al enojo y al insulto.

El discurso de Fernández de ayer al mediodía contiene otra amenaza latente: la de vaciar las camas que se han ocupado con pacientes internados u operados de otras dolencias. Sólo cabe rogar que no los intimen a desalojar, aunque habrá que verlo.

Nada de lo dicho aquí intenta opinar sobre la pandemia en sí, por ignorancia obvia y confesa. Ni sobre su evolución ni sobre su tratamiento. Pero el ensañamiento prohibitorio, inconsulto, sin consenso y pasando por sobre las leyes del gobierno, empieza a hacer dudar sobre dónde se pondrán los límites. ¿Si se cierran escuelas se abrirán para elecciones? ¿Habrá vacunas en un futuro cercano? Aparentemente el ritmo se ha ralentizado hasta la parálisis. Los jueces electorales claman por vacunas para proteger a los involucrados en el conteo. Los fiscales son 100,000 por partido, aproximadamente. Supóngase que se baja ese número con la boleta sábana, si se adopta. La suma total de involucrados sigue siendo un número complicado. Ni hablar el personal de soporte, vigilancia y los votantes. Buena excusa con la que se arrojará a la sociedad. Porque hay una pregunta ineludible: ¿qué vocación tiene el gobierno de tener una elección cuando la inflación golpea y golpeará más, el financiamiento se acabó, las tasas no alcanzan a frenar el consumo ni a permitir la absorción de efectivo sobrante? ¿Cuándo el enfrentamiento con el campo va a un camino sin retorno y además manejado con el delirio de los nuevos ROE y de una funcionaria desconocedora de los mercados?

Un cierre sin respaldo legal evidente, ni consenso alguno, con la sociedad agotada en todo sentido después de un año en que se han consumido las reservas de todo tipo, cuando el FMI por buenudo que intenten ser el Papa y su fiel Georgieva se va a chocar con su propio estatuto y la crueldad egoísta de sus socios que se niegan a ser solidarios. Cuando el inexorable Club de París reclama sin tregua lo que se le debe y hay que arreglar sin apelación con los pocos dólares que están entrando o entrarán.  Cuando los empresarios chicos y medianos se han muerto, se han extinguido o se han agotado y los grandes, para llamarlos de algún modo, no creen en ningún funcionario del gobierno. Ni en el futuro. Cuando se persigue a cualquiera con impuestos y se amenaza con más. Cuando se obliga a las empresas a producir a pérdida. Cuando se las humilla cada día. En cada trámite. Cuando los emprendedores se fugan.  Cuando el pequeño empresario ha perdido su capital, su negocio, sus ganas y su empresa. Cuando la coima de los contratistas al gobierno de turno está a un paso de volver a santificarse.  Cuando los alquileres han dejado sin vivienda o en la incertidumbre a un número increíble de familias, cuando el empleo está jaqueado por la imposibilidad de despedir que es la imposibilidad de contratar, en el supuesto caso de que alguien estuviera suficientemente alterado como para intentarlo. Cuando los jubilados con aportes son burlados y estafados todos los días. Cuando nada de lo que se hace es serio ni sensato. Cuando se sigue aferrado a un proteccionismo inviable y prebendario y paralizando al Mercosur, ¿cuál será la opinión del votante?

¿Cómo se pasa desde aquí a un escenario electoral con chances para el oficialismo? Fuera de las grietas, los fanatismos, las polarizaciones, hasta los más optimistas kirchneristas temen una consulta popular. ¿No es este insultante DNU un ensayo general de arbitrariedad? O al menos ¿no es un camino allanado para el paso siguiente, que es postergar primero por un tiempo y luego por dos o tres o cuatro meses más las elecciones esperando un milagro que todos saben que más allá de las vacunas- aún lejos de conseguirse- y de la pandemia -aún lejos de terminar – no ocurrirá, porque si se toman todas las medidas equivocadas, la economía mata más que la pandemia. Y aquí la columna no duda ni se abstiene, como en el caso de la pandemia: todas las medidas fueron equivocadas.

Si ahora se agrega el costo del nuevo cierre-toque de queda sanitario, que se adivina será más largo de lo que se dice hoy, como ha sido en el pasado, la inflación será peor, el ministro de economía se irá a su casa, cansado, agobiado y gastado, y las elecciones deberían realizarse en medio de un caos.

Todo indica que Alberto Fernández se enojará más que nunca. Y ni imaginar Cristina. ¿Cancelarán las elecciones? ¿Se buscará algún ejemplo internacional para justificarlo? ¿Se postergarán? ¿Por cuánto tiempo? Los amparos saturarán los juzgados. Preparen nuevos edificios, servers y aprietes.