Doctrina Social de la Iglesia

Aborto y eutanasia. Dos fracasos de la democracia argentina.

El Congreso de la Nación, institución fundamental de la democracia argentina, al menos respecto de la promoción y defensa de la vida humana, refleja el fracaso de la dirigencia política acerca de la búsqueda del bien común. A fines de 2020 fue sancionada la inicua ley que legalizó el crimen abominable del aborto –esta denominación corresponde al Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, 51–. Hace unos días, en los medios de comunicación, comenzó a hablarse del próximo tratamiento de un proyecto de ley para legalizar la eutanasia –práctica infamante según el mismo documento conciliar–.

La dimensión del fracaso resulta todavía más grave si se tiene presente que los niños por nacer y los enfermos que sufren son inocentes. Ni unos ni otros pueden considerarse agresores de los ciudadanos y habitantes que viven en el territorio argentino.

En ambos casos, ellos resultan víctimas del criterio reduccionista de “calidad de vida” formulado por el hedonismo individualista y el subjetivismo libertario. Los niños por nacer y los enfermos que sufren deben ser literalmente descartados porque, según esta lógica, se convierten en un obstáculo para el cumplimiento de los deseos e intereses de la población “activa” desde un punto de vista económico y laboral. No aportan, entonces deber ser eliminados con la excusa de motivos que se enuncian de modo eufemístico.

Hablamos, del fracaso de la dirigencia política argentina. Sin perder de vista la responsabilidad de los ciudadanos por votar a gobernantes y a legisladores que responden a los intereses de los partidos políticos y no a los del pueblo, que se someta a deliberación el cuidado y la defensa de la vida humana es una muestra del extravío de un número determinante y representativo de quienes llegan a ocupar el sillón de Rivadavia (Poder Ejecutivo Nacional) o una banca de senadores o diputados (Congreso de la Nación). Ninguno de ellos puede descargar la responsabilidad en otras instancias de gobierno o de representación política. Ellos son la cara visible de una democracia con la que “no se come, no se cura ni se educa” –lo que desmiente un dicho célebre del principal santo laico de la democracia instalada a partir de 1983–. Ellos, más los jueces de turno que fallan en contra de la Constitución Nacional, son los responsables de que, en la República Argentina, se hayan legalizado el infame crimen del aborto y, próximamente, la infamante eutanasia.

Como puntualizó san Juan Pablo II en la Carta Encíclica Centesimus annus –1° de mayo de 1991–, una auténtica democracia “es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Centesimus annus, 46).

Antes que una verdad última que guíe y oriente la acción política, lo que cunde en la Argentina democrática fagocitadora de la República es la mentira. Basta recurrir a los archivos para comprobar la incoherencia y la carencia de la más básica integridad moral de los que, una veces como “oficialismo” y otras como “oposición”, se alternan en el ejercicio del poder político.

A la vista está –es un hecho de experiencia, no una construcción ideológica– que con la democracia argentina a partir de 1983 no se come –alrededor de 50% de pobreza–, no se cura –basta repasar el funcionamiento de la salud pública– ni se educa –entre otros índices, se podrían repasar los resultados del programa PISA de evaluación de estudiantes–. Con la democracia argentina fagocitadora de la República, entre otras abominaciones e infamias, se mata a los inocentes por nacer y a los enfermos que sufren.

El aborto –mentirosamente denominado “interrupción voluntaria del embarazo” – y la eutanasia –a la que se la quiere vender como “muerte digna” – son un botón de muestra de fracaso de la democracia argentina.

¿Qué hacer para salir de esta situación? (Continuará en la próxima columna).