Un texto cascarrabias

Por cierto, no estoy precisamente afectado de grafomanía, aunque indicios superficiales pueden llevar a inferir lo contrario. Sin embargo, debo admitir que, de vez en cuando, tropiezo con viejos escritos cuya existencia ni siquiera recordaba.

En el verano del año 2003, y bajo los efectos de un más que probable ataque de malhumor, escribí un texto que jamás publiqué. Por ende, aunque su redacción excede los cinco lustros, su nacimiento público se produce exactamente ahora, bajo el título “Sobre islas, pañuelos y topónimos”.

Sobre islas, pañuelos y topónimos (2003)

Acaso impelido por el calor y atraído por el aire acondicionado, entré en el cine para ver la película Otro día para morir (Die Another Day), la vigésima, según dicen, perteneciente a la serie de James Bond, el agente 007. Sólo para que mi insensatez recibiera justo castigo, no escapé despavorido de la sala, ante la enfermedad que –ávida de vandalismo, estrépito, golpes, carreras, choques, disparos, estampidos, estampidas, estallidos, explosiones, implosiones, derrumbes, incendios, humaredas, gritos, catástrofes, muertes ajenas– aqueja a la frenética Anglosajonia. Mi irritación por haber dilapidado unos pesos en disparates, hipocresías, maniqueísmos e incoherencias narrativas me obnubiló lo suficiente para no observar, en el horrendo producto, un detalle que sí advirtió una lectora del diario La Nación (17 de febrero de 2003):

En una de las escenas, la señora “M” indica al señor Bond que, como resultado de una misión que parecía fracasada, lo enviaría para una especie de reentrenamiento a las Falklands. Pero con asombro compruebo que el subtitulado en español no se traduce correctamente, sino que figura el mismo nombre con que los británicos denominan a nuestro territorio usurpado. 

Comprendo los problemas de traducción a nuestro idioma de las películas extranjeras, sobre todo en países cuyos intérpretes no conocen nuestro legítimo reclamo ni las resoluciones de las Naciones Unidas respecto de las islas Malvinas. 

[…].

El sentido común indica que es deber de nuestra Cancillería no permitir este tipo de deslices. Y más aún cuando existe una resolución de aquel organismo internacional que indica que el nombre de las islas debe expresarse con ambos términos hasta que la controversia quede resuelta. 

Creo profundamente que la vida de todos aquellos valientes argentinos que lucharon por nuestras islas Malvinas reclama día tras día que su sacrificio no resulte vano.

El 19 de febrero esta carta mereció la siguiente réplica de un lector cuyo nombre de pila es Marc:

Es cierto que las películas de James Bond ocurren en un mundo de fantasía. Pero ni en un mundo de fantasía desenfrenada puede representarse a un alto funcionario británico hablando de las “Malvinas”, y no de las “Falklands”. 

La señora María de la Paz Fermepin tiene que enfrentar la realidad: los ingleses dicen “Falklands”. ¿Se imagina el ridículo de una película –con subtítulos en inglés– en la cual un argentino hablara de las “Falklands”? 

Aun antes de analizar el contenido de ambas misivas, yo me hallaba predispuesto en favor de la primera: por su generosidad, por llevar su autora un nombre tan bello como María de la Paz y porque me lo indicaba mi deber.

Pero, dejando a un lado estas irracionales simpatías, debo decir que el caballero confunde la representación verbal de un objeto en una lengua dada con la representación verbal de ese mismo objeto en otra lengua dada.

En efecto, si Margaret Hilda (que no sabe español) necesitara, en presencia de su amado Augusto José Ramón (que tal vez ignora el inglés), sonarse la nariz, enjugarse las babas, lustrarse los quelíceros o intentar limpiar las manchas de sangre de sus uñas, sin duda le reclamará a su glamoroso compinche a very large handkerchief; pero un intérprete –sentado entre ambos arcángeles– deberá trasmitir, en vez de esa frase inglesa, la española un pañuelo bien grande. 

Independientemente de cómo denominan los hablantes de cada lugar a los países, ciudades o accidentes geográficos que poseen por el derecho o usurpan por la violencia, cada lengua tiene su manera propia de denominarlos. 

Por eso, en español hablamos de Alemania, Polonia, Hungría, Austria, Albania o de la República Popular China, y no de términos tan extravagantes y difíciles como Deutschland, Polska, Magyarország, Österreich, Shqiperia o Chunghwa Jenmin Kungho Kuo. Entonces, ¿cómo imaginar que a los naturales de la comarca triangular que se extiende por el sur de la América del Sur nos agradará pronunciar dos sílabas tan onomatopéyicas de huevo cascado como Falklands?

Para refuerzo de mi tesis, me encantaría haber cometido algún error en la grafía de los topónimos extranjeros transcriptos.