Una historia de curiosos regímenes para adelgazar

Hasta hace unas décadas atrás era gordo quien podía, el resto de la humanidad no tenía posibilidad de acceder a dietas con exceso calórico y si lo hacía era para compensar las necesidades energéticas de sus trabajos. 

Nuestros ancestros debían caminar kilómetros por día por sus trabajos, para llevar adelante las tareas agrícolas en las que estaban comprometidos. Y, para colmo, no siempre tenían a mano la suficiente comida para satisfacer su hambre y el de su familia.

La vida urbana, el sedentarismo y el abaratamiento de la comida (además de la cuarentena) trajo aparejada la obesidad y con ella la necesidad de disminuir esos antiestéticos rollitos. Basta bajar la ingesta y aumentar la actividad física para disminuir de peso, pero la solución lógica no siempre es la opción deseada. Debe existir un recurso mágico que adelgace mientras uno continúa comiendo pochoclos y mirando televisión. El pensamiento mágico sigue tan intacto en nuestra cultura como en la época de los Neanderthal.

El resultado ha sido la propuesta de una serie de dietas, regímenes o procedimientos que faciliten bajar de peso, aunque algunos de ellos implicasen una estafa y hasta un peligro para la salud. 

En búsqueda de la dieta ideal se barajaron algunas hipótesis "discutibles" como la observaron del Dr. Thomas Short, quien en 1727 afirmó que la gente obesa vive cerca de los pantanos, razón por la cual bastaba alejarse de las ciénagas para adelgazar. Como nos podemos imaginar, está hipótesis no soportó la prueba del tiempo.

Algunos personajes célebres vivían (y muchos no tan célebres aún viven) atormentados por su tendencia al sobrepeso, como el famoso Lord Byron, quien a pesar de su maratónica carrera sexual, sufría por los antiestéticos rollitos que insistían en acumularse alrededor de su cintura. Para mantenerse en forma, llegaba al extremo de consumir solo vinagre, pasar períodos a pan, agua y abusar de los laxantes (qué difícil debe haber sido mantener la inspiración de las musas a pesar del hambre y las frecuentes deposiciones).

El primero en promover la dieta que disocia las proteínas de los carbohidratos no fue el Dr. Atkins (nombre con el que se conoce esta dieta) sino el Dr. William Banting en su artículo de 1863 llamado "Corpulencia, un llamado al público". ¿Notan la delicadeza? Nada de obesidad ni gordura... corpulencia. Aquí comienza a gestarse la indulgencia: quiero adelgazar, pero no quiero dejar de comer.

Banting promovía comer carne, pero eliminar las papas, el pan, el azúcar, la leche y ¡el Champagne! Este esquema alimentario fue tan famoso que en un momento la palabra dieta fue reemplazada por "banting".

El Sr. Horace Fletcher era un "marchant" de arte conocido por su sobrepeso. Cuando le fue negado un seguro de vida por su obesidad mórbida, se propuso adelgazar con una idea que le vino a la mente y le ganó un lugar en la historia: mastique la comida. No dos o tres veces... ¡Cien! Y siga masticando. No en vano lo llamaron "The great Masticator" (no es chiste). El caballero sostenía que a la larga se lograba la misma sensación de saciedad y el ejercicio de los maseteros (músculos que sostienen y activan las mandíbulas) al trabajar tanto contribuían a quemar calorías... Lo curioso del caso es que un reciente estudio científico con una pequeña muestra de pacientes demostró que el tal Fletcher podía estar en lo cierto.

El Dr. Lulu Hunt Peters llegó a afirmar durante la Primera Guerra Mundial que estar delgado no solo tenía valor estético y era saludable, sino que también era un deber patriótico. En un momento de racionamiento de comida era políticamente correcto que las damas mantuviesen la línea, a fin de disponer de más comida para los combatientes y los niños. La política del Dr. Hunt Peters se conoció como "La dieta anti Kaiser". 

Una conocida firma de cigarrillos afirmaba en la publicidad que fumar ayudaba a mantener la línea y que era preferible fumar a comer un caramelo. En tiempos más recientes, algunos médicos recomendaban la ingesta de parásitos para adelgazar. Una locura pero que fue verdad. La conocida cantante lírica María Callas ingirió una Tenia Saginatta que la asistió a lucir una espléndida figura y mantener el exquisito timbre de su voz... ¡pero no por eso se exponga a los parásitos!

Otra ingesta menos peligrosa era la del pomelo. En muchas películas de la década del 30´ los protagonistas siempre desayunaban pomelos, ya que entonces se creía que dicha fruta tenía una enzima que asistía a quemar las grasas. Esta dieta volvió a popularizarse en los 70´ y pasó a llamarse -por una razón que no se conoce- la dieta de la Clínica Mayo, aunque esta célebre institución nunca la propuso oficialmente. 

Otra dieta célebre en los 50 era la de la sopa de coliflor. El interesado en bajar de peso debía tomar dos sopas al día de esta verdura y solo ingerir algunas frutas y vegetales. La dieta solo duraba una semana, pero tiene la desventaja de sentirse hambreado y apestar a coliflor pero con algunos kilos menos.

En 1976,el Dr. Roger Linn presentó una opción de proteínas que ingeniosamente llamó Prolinn. Está poción fue prohibida después de la muerte de sesenta pacientes que adherían a la ingesta de Prolinn.

En los ochenta apareció un grupo de dietistas extremos conocidos como los Aireados (breatherians en inglés), que se mantenían en armonía con el universo sin ingerir comidas  o agua... solo aire... Era efectiva para perder peso y también la vida en el intento.

En 1977 el Dr. D'Adamo promovía una dieta especial para cada grupo sanguíneo (no anduvo) y en el 2000 salió la dieta de la visión que promovía el usar anteojos de tinte azulado porque, según su promotor, la comida vista con ese tinte se ve menos apetitosa. Hubo otras memorables, como la del helado o la de la luna entre las docenas de propuestas que hacían a través de distintos medios, que prometían lucir una espléndida figura en pocos días y casi sin esfuerzo. Lo esencial es tener una ingesta moderada y ejercicio correspondiente para gastar el exceso calórico. Lo demás, es pensamiento mágico.