La nueva realidad: la salud redefinida

En la primera entrega de esta caracterización de la nueva realidad, describimos los abruptos cambios que impusieron las medidas tomadas y la justificación que las acompañaba. En esta segunda parte, evaluamos cómo las concepciones de salud conocidas fueron alteradas por completo, dando lugar a un panorama donde lo que provee salud desaparece y donde se impone que reine el miedo como disuasivo de cualquier acción contraria a las normas.

SALUD MENTAL, IRRELEVANTE
Las definiciones de salud establecidas vinculan hace tiempo la salud física a la salud mental como un todo inseparable. Sin embargo, en este nuevo orden de cosas, la salud mental no apareció considerada en ninguna parte. Fue tomada como una categoría inferior a la salud física, que no tiene lugar para ser considerada algo a cuidar. El disfrute, la alegría, el vincularse, la motivación, el trabajo. las mismas ganas de vivir, antes pilares fundamentales del bienestar, perdieron todo su valor. Esta idea aparece como fundamental en un contexto donde todo lo que se está imponiendo es enormemente perjudicial para la misma.
Como consecuencia del punto anterior, inevitablemente se desprende una mirada que pone al cuerpo como un objeto que puede o no enfermar en contacto con un virus. Por lo tanto y en contra del saber existente, nada de lo que sucede mentalmente tiene efectos sobre la salud física. Quedan anulados, por caso, todos los conocimientos que vinculan las emociones positivas con un sistema inmunológico fortalecido, y las negativas como la angustia y el estrés con el debilitamiento del mismo. Si esto no fuera así, se impondría una seria discusión sobre el impacto y el beneficio de las medidas tomadas.

LO PATOLOGICO ES SANO
Limpiar obsesivamente es un síntoma de una patología que impide disfrutar la vida, ya que el que todo sea impoluto se impone sobre cualquier disfrute. Y el mundo se resiste a ser impoluto. Aquí, sin embargo, fue igualado a ser responsable y cuidadoso con los demás. 
La fobia es una patología que limita enormemente la vida, ya que toda situación que provoque temor debe ser evitada, quedando muchas veces poco que puede hacerse sin sufrir una ansiedad insoportable. Desde 2020, sin embargo, carecer de algún grado de esa sensación fue igualado a ser irresponsable, inconsciente, falto de solidaridad, y negacionista. 
El aislamiento y la reclusión totales son, según los criterios conocidos, señales inequívocas de un problema de salud mental. En estos tiempos, esto se volvió sinónimo de salud, criterio, y hasta de heroísmo.

AUSENCIA DE UN VIRUS
Según el relato oficial, nada se puede hacer para fortalecerse para ser protagonista de la propia salud. El fomento de la salud dejó de existir. No hay como tener un cuerpo más saludable, un sistema inmunológico fortalecido. Si bien se reconoce que existen grupos de riesgo, no se advierte la posibilidad de entrar en estos por los hábitos impuestos o de salir de ellos con hábitos saludables. Ni la alimentación sana ni el ejercicio cambian algo en cuanto al riesgo. De la noche a la mañana una gran parte de lo que era saludable fue quitado, prohibido, o limitado. Salir al aire libre, abrazarse, visitar a los seres queridos, ir a estudiar, salir a bailar, salir a festejar algo, eran antes señales de salud física y mental. Caracterizándolas como actividades potencialmente mortales, no solo se negaron sus beneficios, sino que pasaron a ser penalizadas. Se transmitió, una y otra vez, que la evitación de un patógeno es la única acción posible.

MIEDO A LA MUERTE
La muerte ronda tras cada semáforo, tras cada dolor extraño que aparece en el cuerpo, ante cada pérdida que se tiene en la vida. Es omnipresente y, sin embargo, entendemos que no podemos pasar nuestra vida con miedo a ella. Pero en esta nueva normalidad, los números de muertes que nunca se observaban tomaron el escenario.
Y ya que el bienestar psicológico es intrascendente para la salud, hay vía libre para aterrorizar. Más miedo son más precauciones tomadas. Para este fin, no dieron descanso los conteos de muertes, contagios, presagios sombríos, un virus pintado como incomprensible y siempre amenazador. Asimismo, cualquier idea que intentaba reducir la preocupación fue tapada por cien anécdotas para demostrar que nadie, en ningún momento, está a salvo.
Si bien la propia muerte es el miedo más fundamental, el miedo a la pérdida de lo que se ama es en muchos casos aún peor. El dolor de no tener a quien se ama es tan grande que puede llegar a superar al deseo de vivir. En este escenario, no dejó de fomentarse el constante temor de que si no es por uno mismo, al menos se debe tener miedo de que la muerte le llegue a nuestros afectos, sobredimensionando para esto sus posibles vulnerabilidades.
Siguiendo con la cronología de los miedos, el siguiente es el miedo a ser la causa de contagio y consiguiente muerte del otro. Si las anteriores no disuaden de intentar cualquier actividad básica con cierta tranquilidad, la culpa de ser el "causante" de la muerte del otro, aparece como otro poderoso eslabón del terror, ya que cuando se habla de un elemento tan abstracto como la transmisión de algo imperceptible, es imposible descartar por completo la posibilidad de que esto ocurra.
El deseo, esa fuerza que impulsa a un ser humano hacia lo que quiere, no tuvo lugar en el mundo propuesto. Sin deseo, la persona no tiene razones para actuar. Y eso es mejor, ya que quien desea otro cuerpo, el contacto, quien desea reír, cantar y bailar (fuera de la soledad de la casa) es egoísta, un criminal desconsiderado con sus semejantes, y aquí no hay exageración posible, ya que estas actividades se volvieron del dominio de lo ilegal.
El valor primordial que queda como corolario es la evitación de la muerte, y una idea novedosa de cómo se cuida la salud propia y la de los demás que se hizo ley.

Lic. Matías Martín
Psicólogo (M.N 44.326).
Miembro de Epidemiólogos
Argentinos Metadisciplinarios.
@MatiasSMartin1