La belleza de los libros

Sus restos NO deben quemarse…

 

 

Para algún cumpleaños de mi primera década, un tío de la rama materna me regaló un libro de tapas duras, muy bien encuadernado en cuerina azul y perteneciente a la Biblioteca Billiken: Remeditos de Escalada, de Arturo Capdevila. Desde entonces han transcurrido más de seis décadas, pero el ejemplar, ahora un poco deteriorado, ha permanecido en mi biblioteca hasta el día de hoy.

Más tarde, en diversos momentos de mi vida y conducido por el azar, adquirí otros cuatro libros de Capdevila, que, debidamente catalogados, se hallan en mis anaqueles de archivero aficionado. 

Tanto Oráculos nacionales como Babel y el castellano son libros de ensayos: puedo decir que los leí con diversos grados de interés. La novela El gran Reidor Segovia me pareció –no debo ocultarlo– un conjunto de despropósitos narrativos. Las tres obras discurren bajo un denominador común: se resienten de un estilo que, por absurdamente hispanizante, me atrevería a calificar de estrafalario. Quizá la prosa no fuera el punto fuerte de Capdevila. Hasta aquí no encuentro motivos para cantarle loas.

Es sabido que Horacio Rega Molina, en algún número de la revista Martín Fierro (1924-1927), le había dedicado a Capdevila un filoso epitafio, digno de ser celebrado y difundido:

Aquí yace bien sepulto

Capdevila en este osario.

Fue niño, joven y adulto,

pero nunca necesario.

Sus restos deben quemarse

para evitar desaciertos.

Murió para presentarse

en un concurso de muertos.

Sin embargo, creo que las mofas y descalificaciones que, con frecuencia, sufrieron Capdevila y su obra son, en general, injustas y exageradas. Por lo menos en mi caso, el brulote de Rega Molina no me disuadió de comprar la Primera antología de mis versos, (1) selección que el poeta realizó en 1943 y cuyos alcances explicó en el prólogo: 

En cuanto al criterio que me ha guiado para esta selección, no ha sido otro que el muy simple de ofrecer lo más característico de cada libro, y en el total, lo más completo y diverso de las posibilidades líricas del autor.

De manera que, a pesar del ingenioso humor de Rega Molina, lo cierto es que jamás me arrepentí de haber efectuado dicha compra y menos aún de haber recorrido con desinteresado placer, y más de cuatro veces, el florilegio compilado por don Arturo.

Gustos dinosáuricos

Es muy posible que, en materia poética, yo sea una suerte de pterodáctico o, peor aún, ranforrinco literario, a quien le agrada que las poesías sean legibles, puedan entenderse, tengan contenido, tengan ritmo, tengan música, tengan rima… Que resulten, en fin, gratas al corazón, al entendimiento y al oído del lector.

A riesgo (que no me hace ni fu ni fa) de que algún colérico (y sufriente) cultor de la ineptitud métrica y conceptual dirija sus temblorosos dardos contra mí, voy a transcribir uno de los tantos hermosos poemas incluidos en esa Primera antología. Peor aún: para exhibirme, si cabe, más abominable, he elegido un soneto, forma que, por sus exigencias y sus dificultades, resulta inaccesible para la copiosa grey de militantes del poema tartamudo.

Apareció por vez primera en El poema de nenúfar (1915), cuando el joven Capdevila (1889-1967) transitaba sus primeros cinco lustros de vida:

En vano

¡Cuánto verso de amor, cantado en vano!

¡Oh, cómo el alma se me torna vieja

cuando me doy a recordar la añeja

historia absurda del ayer lejano!

 

¡Cuánto verso de amor, gemido en vano!

Primero, fue el nectario, y yo la abeja…

Después mi corazón halló en tu reja

la amarga nieve que la ha vuelto anciano.

 

¡Cuánto verso de amor, perdido en vano!

Hoy están mis ventanas bien abiertas;

hay sol…, hay muchas flores… y es verano…

 

Pero da pena ver, junto a mis puertas,

en un montón de mariposas muertas,

¡tanto verso de amor, llorado en vano!

¿Qué quieren que les diga…? A mi juicio, es una poesía bellísima.


(1) Los cinco libros de Arturo Capdevila citados: Remeditos de Escalada, Buenos Aires, Atlántida, 2.ª ed., 1950, 164 págs.; Oráculos nacionales. Seis meditaciones argentinas, Buenos Aires, Raigal, 1956, 150 págs.; Babel y el castellano, Buenos Aires, Losada, 3.ª ed., 1954, 174 págs.; El gran Reidor Segovia, Buenos Aires, Kraft, 1954, 392 págs.; Primera antología de mis versos, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 3.ª ed., 1945.