Aborto y manipulación mental­

¿Cuánto poder tiene una idea, una consigna, una frase repetida? ¿Cuán maleables son las convicciones de una persona, de un grupo, de un país? ¿Y qué papel tienen en ese proceso los formadores de opinión, los creadores de conceptos y de imágenes, la intelligentzia universitaria y los grandes medios de comunicación?

La intención no es contestar esas preguntas con respuestas académicas, que de eso ya se ocupan, mal o bien, legiones de profesores y expertos del ambiente universitario. Se trata por el contrario de pensar en la experiencia propia, en ejemplos concretos y nada teóricos.

Uno de esos ejemplos es el del aborto en la Argentina. Hoy ese tema es como un cuchillo que está desgarrando las entrañas del país. Pero hasta hace poco más de treinta meses el tema no existía. No movilizaba a nadie, salvo a agrupaciones minúsculas sin presencia social. No aparecía en las encuestas, no inspiraba a ningún político de pesoEsa había sido por décadas la entidad del aborto como asunto público en el país. La nada misma. Hasta que a un asesor iluminado al que nadie jamás votó ni votará se le ocurrió, pretextando razones electoralistas, que el tema apareciera, y el tema apareció.

Lo que sucedió después es historia conocida. Pero empezó así. Bastaba que alguien diera el empujón inicial para que se echara a andar toda una vasta maquinaria. Una maquinaria con piezas bien ensambladas de antemano: cifras infladas e incomprobables; relatos emotivos, impactantes, culposos; reivindicaciones de "género" y de clase; ubicuas militancias ideológicas; simpatías por moda o presión de grupo, y un pañuelo verde como símbolo.

Interpretada como campaña publicitaria fue un verdadero éxito. Había que animarse a potabilizar el crimen del aborto y empaquetarlo para el consumo masivo de las amplias clases medias de un país de origen hispano y católico. La campaña lo consiguió en tiempo récord.

Pero ese golpe publicitario no puede entenderse en la Argentina sin el auge del movimiento madre, mucho más abarcador y ambicioso pero no menos súbito en su masificación, del que el reclamo por el aborto vendría a ser como un desprendimiento radicalizado: el feminismo militante.

 

SIN PRECEDENTES­

Otra vez los hechos mandan. No hacen falta cifras, referencias, estadísticas o simposios. El cambio mental inducido por el feminismo no tiene precedentes históricos. Esa masiva transformación en la mentalidad femenina de buena parte del mundo operada en apenas cinco o diez años no puede parangonarse con nada. No lo consiguió el comunismo, porque su difusión no fue tan vertiginosa ni tan masiva. Tampoco el hitlerismo, porque quedó restringido a un solo país. Los ejemplos religiosos que podrían aducirse no son adecuados, y si lo fueran, no respetarían la brevedad del plazo aludido. En el caso del islam, además, su fulgurante expansión inicial se consiguió a punta de espada, no por convencimiento.

Lo cierto es que la versión más reciente y extrema del feminismo y su hijo favorito, el aborto, encendieron a grandes porciones de la población femenina (y no solo femenina) de Occidente como un incendio en pasto seco.

Tal como suele ocurrir en la naturaleza, no fue un incendio espontáneo. Hubo abundancia de pirómanos. Tampoco faltó el combustible, bajo la forma de mucho dinero. Gracias a esas condiciones el campo ardió rápido y cada vez parece más difícil apagar las llamas.

Conviene volver a las preguntas del comienzo. ¿Es posible cambiar las mentes y corazones de medio país en apenas tres o cinco años? Sí, claro que sí. Hay que estudiar el caso argentino.

Hay que estudiar el discurso uniforme de los medios de información, la complicidad oportunista en las publicidades de las grandes marcas, el adoctrinamiento virtualmente unánime de cantantes, actrices, periodistas, políticos y gobernantes, la adhesión cerrada de la clase intelectual y los formadores de opinión.

Las mentes cambiaron y los corazones se enfriaron. Y sin embargo, la historia tiene el final abierto: la transformación no fue absoluta. Hace dos años la aceitada maquinaria para la que no había antecedentes terminó trabándose. Se topó con un obstáculo que no había imaginado. Encontró la horma de su zapato. Medio país, por lo menos, reaccionó y salió a las calles embanderado en sus propias consignas tanto o más potentes que las de sus adversarios. La "defensa de las dos vidas" probó ser mucho más convincente que el mezquino "derecho a decidir". El pañuelo celeste opacó al pañuelo verde.

Hace dos años el sorprendente caso argentino fue la excepción que nadie creía posible. Ahora la contienda se repite. Y todavía no se ha dicho la última palabra.