La invasión británica menos conocida

La guerra invisible

Por Marcelo Larraquy
Sudamericana. Edición digital.

 

El 18 de mayo de 1982, en plena guerra de Malvinas, el Reino Unido lanzó una operación comando en el continente argentino que hasta hoy es poco conocida para destruir los misiles Exocet de la aviación naval, un armamento que podía desequilibrar el conflicto.

En La guerra invisible. El último secreto de Malvinas, Marcelo Larraquy desvela por primera vez en castellano esa operación, que reconstruye con gran vivacidad.

Larraquy (Buenos Aires, 1965) entrelaza esa misión encomendada a las fuerzas especiales del Ejército (SAS) para que se infiltraran detrás de las líneas enemigas, con las alternativas del combate aéreo-naval, donde la amplia superioridad que desde el primer momento los británicos habían logrado, de pronto lucía amenazada.

La operación Plum Duff significaba romper la zona de exclusión que el propio Reino Unido había delimitado bajo la premisa de la legítima defensa. La planificación de esta misión de alto riesgo había empezado inmediatamente después de que dos aviones Super ƒtendard provistos con misiles Exocet aire-mar AM39 hundieron en su primera salida al destructor Sheffield.

La Argentina se había hecho poco antes del inicio de la guerra con una pequeña escuadrilla de Super ƒtendard equipados con ese sistema de armas aire-mar nunca antes probado en combate. El misil representaba un problema nuevo para el sistema de defensa antiaéreo de los buques, por la distancia de disparo. El Reino Unido tenía la garantía de Francia de que no había llegado a entregar los códigos para que los argentinos pudieran establecer el diálogo electrónico entre el avión y el misil cuando sobrevino el bloqueo comercial.

La noticia del hundimiento del Sheffield causó una conmoción en Londres. Surgieron dudas sobre cuántos misiles teníamos e incluso, según este relato, se abrió un nuevo escenario, la posibilidad de frenar la ofensiva militar y dar paso a una solución diplomática.

Hasta entonces, la flota de mar inglesa, con sus dos portaaviones, el Hermes y el Invincible, y los aviones Sea Harrier, había dominado el espacio aéreo y marítimo en torno a las islas con relativa rapidez. A fuerza de superioridad tecnológica, habían conseguido el repliegue de los buques argentinos y habían dañado las pistas en Malvinas. Todo esto imponía a los pilotos argentinos largas travesías desde el continente, con poco tiempo de vuelo disponible sobre el teatro de operaciones, y la obligación de realizar proezas para escapar a los radares.

El desembarco ya era inminente. Pero la entrada en escena del primer misil Exocet, disparado a 40 kilómetros de distancia, había cambiado la ecuación. El hundimiento del Sheffield demostraba que la flota británica era vulnerable, y cualquier daño en un portaaviones podía poner en riesgo toda la operación militar.

El primer tercio del libro, donde no falta el espionaje y la tensión diplomática, es un breve repaso de cómo se llegó al conflicto y un reflejo de la naturaleza del combate aero-naval, la importancia de la guerra electrónica y la gravitación del sistema de armas del Super ƒtendard. La crónica que propone Larraquy contagia la ilusión con el nuevo arma y la audacia de nuestros pilotos, con sus vuelos rasantes y parabrisas salpicados, que ya son legendarios.

En el segundo tercio se entra de lleno en la operación comando de los ingleses. En base a recientes revelaciones sobre el desembarco del capitán Andy Legg y sus siete hombres en la isla de Tierra del Fuego, el escritor narra con detalle esa aventura militar, y lo hace alternando el punto de vista de las dos partes, mientras sigue de cerca el progreso del conflicto.

En un relato por momentos trepidante, no descuida las vivencias de los pilotos argentinos en la base de Río Grande -a la que ya había descripto antes, con su fascinante estructura subterránea- ni olvida el arrojo de los otros pilotos argentinos que, aún en desventaja, transformaron el estrecho de San Carlos en un corredor de bombas para detener el desembarco.

En el último tramo, el autor da un giro a su escritura. Abandona el tono narrativo y deja de lado la guerra para interesarse por ese capitán Legg que condujo la patrulla de SAS y para mostrar cómo fue su propia investigación para contar esta historia.

Larraquy, historiador y periodista, que se ha dedicado a revisar la historia argentina de distintos periodos recientes, parte de la idea de que la guerra estaba condicionada desde su origen porque Galtieri y Anaya partían de un doble supuesto que resultó erróneo. El primero es que el Reino Unido no respondería. El segundo, que EE.UU. se declararía neutral. Pero el libro abre también interrogantes que se prestan a hipótesis contrafácticas. ¿Qué hubiera sucedido si la Argentina hubiese dispuesto de más misiles, si hubiese hundido más buques, si hubiera provocado muchas bajas en el desembarco? ¿Podría haber surgido en Londres un rechazo a la guerra? No lo dice explícitamente, pero ¿podría haberse impuesto la vía diplomática?

La guerra invisible es un relato por momentos apasionante, construido con buen pulso narrativo y tensión bien dosificada. La recreación de Larraquy contagia la angustia de los momentos dramáticos del combate, inflama el orgullo con las proezas de nuestros aviadores, y al final el lector se ve arrastrado del abatimiento a la esperanza, de las certezas a las dudas. No es poco, cuando el desenlace es por todos conocido.