ACUARELAS PORTEÑAS

Sobre una y otra Cumparsita

Se sabe que existen, al menos, dos Cumparsitas. Ambas comparten la misma partitura, compuesta por el músico uruguayo Gerardo Hernán Matos Rodríguez (1897-1948), pero difieren en sus letras.

Una de ellas, que tiene relación con el título, ya que se refiere a “La cumparsa / de miserias sin fin / desfila, / en torno de aquel ser / enfermo, / que pronto ha de morir / de pena”, fue perpetrada por el mismo Matos Rodríguez y constituye, desde el principio hasta el fin, una sarta de disparates incalificables.

La otra, que firman los argentinos Pascual Contursi (1888-1932) y Enrique Pedro Maroni (1887-1957), e identificada por una especie de subtítulo, “Si supieras”, tampoco resulta una composición para festejar con fuegos de artificio, pero, así y todo, es inmensamente superior a la que nos ofrece el artista montevideano.

En esta historia, se trata de un galán, que lamenta el abandono en que lo ha dejado, en el cotorro, cierta percanta. 

Empieza utilizando, hispánicamente, el tuteo: “Si supieras / que, aún dentro de mi alma, / conservo aquel cariño / que tuve para ti…”. 

Pero, acaso por emoción, olvida tan inverosímil hipercultismo y ahora, empleando nuestro pronombre vos, le formula esta pregunta, por otra parte completamente retórica, ya que la señorita, a la sazón ausente, no la responderá jamás, y, aunque estuviera presente, tampoco sabría explicar qué operación ha realizado en el indigente centro del sistema circulatorio del quejoso: “decí, percanta, ¿qué has hecho / de mi pobre corazón?”. 

Casi al instante enmienda el desliz gramatical y vuelve al tuteo: “Sin embargo, / yo siempre te recuerdo / con el cariño santo / que tuve para ti”. 

Queda claro que el hombre se encuentra solo en su habitación. Entonces, ¿para qué se toma el trabajo de dirigirse a una persona que no lo oye? Sin embargo, agrega: “Y estás en todas partes, / pedazo de mi vida, / y aquellos ojos que fueron mi alegría / los busco por todas partes / y no los puedo hallar”. O sea: la mujer está en todas partes pero los ojos no están en ninguna parte. Puesto que la dama se ha ido, el galán podría hallarlos, después de buscar “por todas partes”, sólo en caso de que, antes de partir, aquélla se haya despojado, al igual que Edipo, de sus ojos y los haya dejado, por ejemplo, sobre la mesa de la cocina o dentro de una tacita de loza.

El sol que no ingresa y el perrito ayunador

La última estrofa, en la que regresa la conjugación del voseo, merece publicación íntegra:

 

Al cotorro abandonado

ya ni el sol de la mañana

asoma por la ventana

como cuando estabas vos,

y aquel perrito compañero,

que por tu ausencia no comía,

al verme solo el otro día

también me dejó…

 

¿Debemos entender que, debido a la ausencia de la señorita, ya no se producen amaneceres? ¿O, menos cósmicos y más pedestres, admitiremos que el caballero ha cubierto la ventana con un cortinado oscuro que impide la entrada del sol? Y en seguida se presenta otro problema serio, referido a un ser, no por irracional, menos sensible y, quizás, algo caprichoso… 

Sabemos que el perrito compañero, dolido por la ausencia de su ama, se entregaba al ayuno. Ahora bien: ¿cuándo se produjo tal abandono del hogar? Si este hecho infausto ocurrió, digamos, como mínimo unos tres días atrás, el perrito ya estaría muerto o, por lo menos, moribundo a causa de la inanición. Pero no: parece que aún goza de buenas condiciones físicas, aunque muestra dos facetas reprochables: impiedad e ingratitud. En lugar de compadecerse de la soledad del caballero, no sólo no lo hace sino que decide abandonarlo, agravando así sus penurias, aunque –no hay mal que por bien no venga– liberándolo de las obligaciones de satisfacer las necesidades manducatorias y esfinterianas del llamado mejor amigo del hombre.

Como la dama continúa ausente, deberíamos preguntarnos por el porvenir del veleidoso can: fuera del cotorro, ¿seguirá ayunando o, apóstata, habrá decidido volver a alimentarse? Y, en esta segunda circunstancia, ¿quién va a proveerlo de los nutrientes adecuados?

En fin, los versos de La cumparsita de Matos Rodríguez son su propia parodia, pero los de Contursi y Maroni nos proponen enigmas que algún día –tal vez– se descifrarán.