Claves de la seguridad

Una grotesca negación

 

 

La “sensación de inseguridad” es una percepción social. En diciembre de 2001 la socióloga peruana Lucía Dammert, en su artículo “Construyendo ciudades inseguras: temor y violencia en Argentina” (publicado por Revista EURE cuando era becaria posdoctoral del CONICET/UNSAM en Argentina) sostuvo: “A pesar que la definición de la sensación de inseguridad es un tema aún en debate (Pain, 2000; Williams, 2000; Rountree,1998), existe acuerdo en que como concluyó Hough (1995) la sensación de inseguridad no es un concepto unitario y sencillo, sino por el contrario, es un muy complejo set de actitudes y sentimientos”.

No obstante asumir así lo difícil de precisar el concepto, para algo que representa una síntesis resultante de la interacción de múltiples y variadas subjetividades en un contexto comunitario, se hace evidente que si el orden jurídico argentino entiende por “seguridad” a la situación de hecho en que se encuentra garantizado el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional, va de suyo que la “sensación de inseguridad” registra la disconformidad de la población respecto a la capacidad gubernamental para garantizar ese preciso estilo de vida en sus aspectos más elementales.

Políticos incómodos

Ello explica la incomodidad de los políticos que ejercen responsabilidades de gobierno para lidiar con lo intangible de ideas y sentimientos que no necesariamente guardan relación con las estadísticas delictivas. Porque la “sensación de inseguridad” es también un dato político. Es, si se quiere, un relato popular, alimentado por distintas usinas e intereses pero que no se sostiene en el tiempo sin vivencias que lo apuntalen.

Consecuentemente, el 2 de junio del 2004 el presidente Néstor Kirchner argumentaba: "Los índices de inseguridad van bajando, pero la sensación de inseguridad aumenta porque tuvimos la idea de cambiar la cúpula de la Policía Federal". Es decir, contraponía al relato popular el relato del gobierno, intentando simplificar la compleja realidad. 

En la misma línea, el 25 de marzo de 2005 León Arslanián, quien oficiaba como Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires profundizaba el relato gubernamental al decir: "No sólo bajó el índice delictivo en la provincia, sino que también disminuyó la sensación de inseguridad". 

Y un año después, el 31 de agosto de 2006, la evolución hacia la felicidad de ese relato gubernamental se hizo trizas cuando la Plaza de Mayo albergó una enorme multitud acompañando a Juan Carlos Blumberg. Allí, en ese preciso día, acrecentada la sensación de inseguridad por la ola de secuestros y en particular por la muerte de Axel Blumberg, la contramarcha en defensa del gobierno convocada por Luis D’Elía en el Obelisco volvió a rasgar a la Argentina como sociedad; dejando expuesta “la grieta” que desde entonces divide abiertamente a los argentinos: entre los que aspiran a ser ciudadanos al amparo de la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional, y los que anhelan ser cómplices de una asociación ilícita rapiñando el esfuerzo ajeno.

A diferencia de Néstor Kirchner, Alberto Fernández no dispone de capacidad intelectual ni política para construir y contraponer a la sensación de inseguridad -como relato popular- un relato propio. La misma evolución de la grieta se lo impide. Por eso respondió a una pregunta del periodista de A24 Javier Díaz desde la negación: "Yo, sobre sus sensaciones lo único que le puedo recomendar es que hable con un psicólogo, eso me excede a mí".

Con esa reacción grotesca perdió las últimas hilachas del disfraz de moderado dejando expuesto lo que es: un artilugio electoral y portaestandarte de la tercera presidencia de Cristina Fernández. 

Facultades inconstitucionales

Entiéndase que si conceptualmente no puede brindar seguridad un gobierno que atenta contra la Constitución Nacional (arrogándose -con la complicidad de toda la casta política- a partir el 19 de marzo de 2020 facultades que los constituyentes no le concedieron), que denuncia penalmente a ciudadanos que reclaman se hagan cesar delitos, que fomenta usurpaciones, que no condena la instigación y ataques de sus militantes contra el campo, y que pretende guetos haciendo distingos comunistas por clases sociales, la sensación de inseguridad se dispara cuando lejos de tener un discurso articulado Alberto Fernández se expresa en términos de seguridad con la misma impericia con que Sabina Frederic conduce al que, con acierto, Laura Etcharren describe como “un Ministerio de Seguridad de la Nación de cancionero de colegio secundario, de perspectiva de género y de gatopardismo”. 

Carlos Mira, en un duro artículo publicado en Tribuna de Periodistas titulado: “Otra vez apareció la versión maleducada de Alberto Fernández”, a raíz de la referida declaración a Díaz, describe que "La Argentina tiene un presidente que la avergüenza. Tiene un presidente hipócrita, ignorante, mediocre, poco informado, altanero, sin mundo y que vive una realidad ajena a la del hombre medio al que explota para mantenerse donde está”.  

Suscribo esas palabras señalando que Alberto Fernández, sin guardar la mínima dignidad que corresponde a la investidura presidencial, avergüenza a la Nación Argentina ante el G20 al pedir un "Fondo Mundial de Emergencia Humanitaria", cuando todo el mundo sabe que ni siquiera fue capaz de bajar su sueldo como un simbólico gesto humanitario ante el esfuerzo de los argentinos.