UNA MIRADA DIFERENTE

La cruel redistribución de la ignorancia

Es archisabido que el método elegido por el socialismo después del fracaso estrepitoso del criminal, torpe y ruinoso experimento social estalinista, es el preconizado por Antonio Gramsci, un marxista italiano más papista que el Papa, que propugnó como mecanismo de penetración ideológica la utilización de la educación, y la acción intelectual, filosófica, sociológica y periodística para doblegar y someter a las generaciones futuras al pensamiento y sumisión colectivista, tarea en que la violencia sanguinaria de Stalin había fracasado. 

Mezclando técnicas de conducción de masas, como las de Maquiavelo, con la dialéctica, que es inherente al comunismo, más las técnicas de manipulación de comunicación basadas en la repetición de falsedades y en la negación de cualquier dato o verdad que se opusiera a sus intenciones, (usado por el nazismo y el fascismo)  marcó el camino de lo que constituye la estrategia de fondo de lo que ahora en política se denomina trotskismo, porque se prefiere usar la figura romántica del también sanguinario León Trotsky frente a la imagen monstruosa del desprestigiado Stalin. 

Los que no han leído sus libros, han visto fragmentos del pensamiento de Gramsci en las redes y en muchos artículos, donde en definitiva sostiene que una vez que lo que hoy se llama corrección política inunde las cabezas de los jóvenes, que se creen confusiones idiomáticas y semánticas, que se culpe al capitalismo de todos los males, que se implante el concepto de que la riqueza crea pobreza, y que se adoctrine a los niños desde su primera infancia en el pensamiento socialista como una condición natural del individuo, la humanidad toda se volcará masivamente al marxismo. En esa tarea ayuda la confusión creada por las reivindicaciones de todo tipo, que, al empujar a crear fanáticos, obnubilan y alejan el enfoque racional. 

La educación por asalto

Para ello es imprescindible tomar la educación por asalto, forzar a los maestros a enseñar una sola teoría, lograr que los libros de texto que se escriban y se usen para enseñar respondan a una uniformidad que directamente anule el pensamiento crítico y no dé lugar a debate alguno sobre las alternativas. Esto debe ser acompañado de fuertes movimientos filosóficos, artísticos, culturales y de la prensa, o los medios, que sancionen y descalifiquen cualquier pensamiento o alegato diferente al que se intenta inculcar. Lo que no pudo hacer Stalin cuando separó físicamente a los padres de sus hijos y hasta los llevó a la delación y la purga política de los progenitores denunciados por sus críos, para que no tuvieran contra qué comparar el paraíso que se les ofrecía. 

La propuesta de Gramsci, en resumen, es la domesticación del pensamiento y el espíritu mediante la negación de educación a los supuestos discentes o educandos. Bajo el engaño de darles una formación escolar, o académica, se los está desinformando, cuando no haciéndoles perder el tiempo. Basta tomar un libro de texto de cualquier materia de educación general para detectar de inmediato esta práctica sistémica, lo que significa que el criterio ha permeado a la base misma de los regímenes educativos. Este punto no hace referencia a la deformación tipo peronista que hizo de Eva Perón una virgen repartidora de juguetes o de Néstor un padre generoso y heroico. Eso es un adicional que utiliza un método parecido, aunque memos sofisticado, como corresponde al barrabravismo. 

La tendenciosidad reina, cuando no la desinformación o deseducación. Las estudiantes de economía del sistema público universitario recordarán la prédica de sus textos y profesores, que parten siempre de leer El Capital y llegan como máximo a Keynes, raramente a Mises, a Smith a Ricardo o a algunos de sus seguidores más contemporáneos, como Friedman o Popper. 

Ideas deteriorantes

Para lograr esos objetivos en materia educativa, hace falta que la enseñanza sea mayoritariamente estatal, porque es en la estupidez de la burocracia donde mejor germinan estas ideas deteriorantes. Y por supuesto, para doblegar las voluntades individuales de los docentes, cuando existan, y del Estado, si lo intenta, hacen falta los gremios, que aún en Estados Unidos están casi excluyentemente en manos del trotskismo, con el apodo que fuera. Si se analiza la prédica sindical en ése y otros muchos países, es la misma: en contra de los vouchers, de los chartered schools, de las pruebas PISA o similares, de las notas, hasta de las promociones. Todo lo que incluya con excelencia, lo que eleve la calidad de maestros y alumnos, lo que intente medir la eficacia de cada institución o colegio. Y definitivamente, en contra de que los chicos pobres accedan a una mejor enseñanza, más libre, más abierta, más plural. No sea cuestión que se eduquen igual los pobres que los ricos. Curiosamente, los países más exitosos en materia educativa son los menos parecidos al modelo argentino, de algún modo hay que llamarlo. De paso, los de alto bienestar. 

En esta tarea los gremios cumplen una multifunción. Luchan denodadamente contra una mayor profesionalización de los maestros. La negación de la carrera universitaria que es imprescindible para la calidad educativa hoy. La oposición que encontró CABA cuando intentó hacerlo es un ejemplo irrefutable. Un maestro más formado sería un obstáculo en la tarea de deseducar. También sería menos maleable y tendría menos temores a las amenazas y agresiones de los gremialistas que lo representan. El reclamo de mayor presupuesto para la educación, también esgrimido por los gremios, siempre está atado al reparto fácil, nunca a una mejor formación ni a una mejor performance. Sería contraproducente para el objetivo de fondo. Por otro lado, intentan educar lo menos posible, no educar o confundir. 

Porque el paso siguiente del criterio gramscista es simplemente no educar. Hacer perder el tiempo. Crear la ilusión de que se está formando a los niños y jóvenes. Las escuelas se habían transformado, hasta antes de la pandemia, en comedores y guarderías, más que escuelas. Hoy no son ni eso. La educación estatal es una limosna, una concesión que otorga graciosamente el estado. Una basura de contenedor que comen los pobres. 

Ruego desesperado

La negación gremial a retomar las clases, frente al ruego desesperado de toda la sociedad, no es una casualidad ni un reclamo. Es parte de esa línea de fondo. Para los gremios docentes, fieles soldados del gramscismo, además de obedientes servidores del peronismo, (el preservativo que usan para sus fines superiores) la educación, entendida como la mayoría de la sociedad, no es esencial. Lo esencial es deseducar. El objetivo es una sociedad de borregos sin pensamiento, una masa informe que obedezca consignas y siga órdenes sin cuestionarlas. Y vote por quien se les diga. Los gremios cumplen su mandato y su parte. 

El peronismo gobernante, a su vez, en su extrema debilidad, necesita a los gremios, y también los usa para su prédica paralela que cree que reemplaza al socialismo por el kirchnerismo, el instituto Patria, la Cámpora o cualquiera de esas sucursales, finalmente la misma cosa, o el mismo preservativo. 

Paradójica, hipócrita y cruelmente, el socialismo y el peronismo, (otrora supuestos enemigos, según Perón, que decía que su movimiento era un límite al comunismo) que han hecho de la pobreza su bandera, sabotean salvaje y despiadadamente el instrumento más efectivo y rápido para salir de la pobreza: la educación. Al hacerlo, condenan a millones de niños y jóvenes no sólo a caer en la marginalidad eterna, sino a no ser capaces de razonar dentro de lo que la medicina considera pautas aceptables de pensamiento. Están formando generaciones enteras de discapacitados cognitivos, y no se trata de una metáfora. 

Lo que muestra otra vez un aspecto todavía más importante. La información, la formación y la calidad de pensamiento, son presupuestos fundamentales en el mundo actual para el ejercicio pleno de la libertad. No hay libertad sin capacidad de elegir, de disentir, de discernir, de pensar, de progresar, de emprender. Al negar la formación elemental que cualquier ser humano merece, se niega el más importante de todos los derechos humanos y de todo derecho: el de no ser esclavo, el de la libertad. El socialismo, como el peronismo, se sienten amenazados por los individuos que pretenden hacer valer su libertad y reclaman por ella. Por eso odian y lastiman cuántas veces pueden a la clase media, que es, en su definición más simple y potente, la clase que elige. La que decide. La que opta. La que ejerce todo el tiempo su libertad. 

La destrucción sistemática de la educación, de paso el bien más preciado de las clases medias en todo el mundo es un ataque cruel y programado a la libertad. Una condena a la pobreza y marginalidad de grandes capas de la sociedad, un acto criminal tan grande como los perpetrados por el alevoso sistema educativo de Stalin, aunque las víctimas todavía no se apilen en las calles. 

Con motivo de las declaraciones recientes de la ministra de Educación porteña – que reflejan el cansancio y la furia de una sociedad indignada y hastiada – además de la jauría de ataques del trotskismo vestido de gremialismo, hubo docentes que se sintieron personalmente involucrados y agraviados por sus comentarios. Tienen un buen modo de no sentirse objetos de la crítica: irse de su sindicatos si no los representan. O quedarse en ellos, si se sienten identificados con su prédica y su accionar. O con su sabotaje. A menos que se sientan esclavos de sus gremios, lo que sería triste. 

También los maestros tienen un papel a jugar. También ellos deben decirle basta a sus sindicato, si, como dicen, quieren defender su vocación. Porque finalmente, docente debería ser equivalente a decente. Y el parecido no es sólo fonético.