Acuarelas porteñas

Incoherencias en el transporte público

Recorrer las calles porteñas liberadas de hecho, pese a las puntuales restricciones que la resiliente cuarentena impone, es un eficiente parámetro para verificar cual es el paisaje de la nueva normalidad urbana donde la manada, ya se acostumbra a convivir con la maldita peste. 

Los nuevos dueños del asfalto, por ejemplo, han pasado a ser los repartidores de los delivery, que, a horcajadas de sus potentes motos, motonetas, o lustrosas bicicletas de última generación, serpentean con sus coloridos bagajes en el tránsito frenético, con niveles de inconsciencia y prepotencia, similares a colectivos o taxistas. 

Por cierto, los primeros aún con los desgastados hules que separan al conductor del interior de vehículo, expresan casi con fidelidad radiográfica el desordenado devenir de la lucha pandémica desde su riguroso confinamiento inicial. Cada línea de colectivos, sin ninguna razón ostensible, interpreta los protocolos a su modo. Por ejemplo, en algunas se debe subir por la puerta intermedia (habitualmente destinada al descenso de pasajeros).

Otras siguen permitiendo subir por la puerta delantera, como es de uso normal. Pero incluso, en algunas de ellas, cada chofer adopta su criterio, y es menester contar con la agilidad y reflejos de un atleta para lograr acceder al mastodonte elegido. Ya logrado este objetivo, surgen nuevos dilemas. De acuerdo a las horas pico y al humor del colectivero, la cobertura de plazas se zanja de manera diferenciada. 

En los horarios más descomprimidos, la voz detrás del cortinado transparente, advierte: "Suben tres, no hay más asiento". Uno, que ya está arriba cómodamente sentado en la línea de asientos individuales, observa confuso varios lugares vacíos más de los señalados por el chofer, pero advierte que, ante el silencio general, su reclamo parecerá al menos, desusado. 

"Oiga, hay lugar para más gente", advierte igual, con cierto encono. "Viene Plaza Italia y Pacífico, y sube mucha gente. El que administra esto soy yo, no se meta, che", es la respuesta que evidencia dos aspectos nuevos de la psicología colectiveril, dignos de considerar: la capacidad de cálculo de los pilotos de las coloridas naves invento de la porteñidad, alcanza sin duda los niveles de la física cuántica o de algoritmos al menos; en segundo término, quizá la renovada conectividad con los controladores (celulares y handies mediante), ha logrado una optimización de los servicios. 

Viajamos todos sentados, porque pasa un colectivo dentro de lapsos que impiden el congestionamiento y las aglomeraciones. Esto parecería ideal, si no fuera porque en las primeras horas de la mañana y tras las horas de salida de los trabajos por la tarde/noche, el colectivo lleva más gente de lo permitido, parados, semisentados, escabullidos, trepados, como sea. 

La incoherencia antojadiza de los servicios de transporte público cuenta con un sólido aliado. La inacción de las autoridades porteñas del área. Hay una ausencia casi total de control para las empresas de transporte de pasajeros. En puntos claves, como Constitución, Retiro y Once, es simplemente una utopía ver algún inspector de la autoridad de Transporte, ya sea del gobierno local, o del ministerio bonaerense o nacional. 

Como rareza digna de la saga Borat, del comediante Sacha Barón Cohen, fui testigo de un áspero intercambio entre el conductor y un inspector de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), entidad de cuya existencia comenzaba a dudar. Desde la parada en Retiro, el funcionario le indicó: ""Arrímese al cordón, y deme la documentación personal y del vehículo, con los permisos"".

El joven chofer, algo sorprendido, respondió: "Pero eso ¿no lo tienen que pedir en la empresa?". Ya subido en la unidad, el comisionado le explicó: "Si, pero también hay operativos en la calle". De mala gana, y mientras buscaba la documentación, el interceptado respondió: "No sabía. ¿y como sé que usted es del organismo?", espetó al controlador, vestido de impecable uniforme azul, con grandes letras blancas son las siglas del organismo en la espalda, y la parte delantera. "¿Quiere ver la credencial?", fue la respuesta, que con mirada lapidaria apuró el final del trámite.

Seguramente hubo más casos similares, pero en mi carácter de usuario cotidiano debo decir que fue el único momento donde aprecié algún interés del estado en la cuestión, !Durante seis meses! 
Qué decir del accionar de la policía de la ciudad. Sería bueno saber la cantidad de efectivos que cuenta, dada su llamativa ausencia en las solitarias calles porteñas por la noche. A los agentes de chaleco celeste, también los ví hacer un somero chequeo, en una sola ocasión durante toda la cuarentena. Y al caer el sol desaparecen como si fueran extraterrestres. 

Restaría contar las vicisitudes que implica tomar un taxi, aunque resulta notorio que en el universo pandémico, han logrado descontar las ventajas de las aplicaciones que redujeron su demanda, por costo y disponibilidad. Pero eso será motivo de análisis próximamente.