Facundo Pedrini y la poesía de la inmediatez

El director de Contenidos de Crónica HD reivindica las 'placas rojas' y presenta su nuevo libro, "Finales".

Presentar a Facundo Pedrini como periodista y escritor tal vez no ayude tanto a descubrirlo como decir que es el "creador'' de las famosas 'placas rojas' (también negras o transparentes) de Crónica TV. Ahí sí asocia uno su figura con la de un profesional de reacción rápida y sagacidad superlativa, que parece disfrutar de caminar al borde de la cornisa discursiva, entre fugas novelescas (cómo olvidar su cobertura del raid delictivo de Víctor Schillaci y los hermanos Lanatta en los albores de 2016) y un cada vez más evidente pronunciamiento político.

Probablemente el mote de "creador'' que le endosan le quede grande (en rigor de verdad, las placas rojas existían desde mucho antes), pero sin duda es el hombre (el más visible dentro de un equipo) que las aggiornó y las relanzó en la era de la comunicación 2.0 hasta elevarlas al altar del periodismo argentino. Titulero hasta el tuétano, Pedrini piensa en placas y a ellas les dedicó su primer libro ('Argentina, una historia en placas', Ediciones B) en 2016.

Promovido a Director de Contenidos del rebautizado Crónica HD, se mantiene en la primera línea de la 'batalla' informativa, lidiando con móviles y tarotistas, con zócalos y presentadores enfáticos. Pero no descuida su afán por la escritura. Es así que acaba de presentar su segunda obra, 'Finales' (TantaAgua Editorial), con prólogo de Carlos Ulanovsky y un estilo mucho más íntimo, que navega entre la crónica periodística, la poesía y las reflexiones personales.

-¿Cuál fue el disparador de este libro?

-Advertir que durante todo este año las cosas terminan y los finales no tienen nada que ver. El libro está rodeado de finales silenciosos, nadie grita cuando la caída es obvia para todos y a nadie le sorprende que algo se estrelle. El libro empieza con una madre en una sala de quimioterapia y termina con una abuela que corre a su nieta y siempre está a dos brazos de distancia; en el medio pasa un país de intenciones largas y brazos cortos.

-Reúne diversos tipos de textos: perfiles, poesías, crónicas de perdedores como la del librero de San Juan y Sarandí, o José, el del bar de Crónica. ¿Cuál es la clave para combinar tantos géneros sin que resulte un pastiche?

-Son todos finales que pasan al mismo tiempo. Mientras (Osvaldo) Bayer deja de respirar, hay un librero que se convierte en mantero porque nadie compra 'La Patagonia Rebelde'. Mientras Héctor Ricardo García decide vender todo y encerrarse a morir en su Disney privado, alguien vende una juguetería regalándole el último Mickey al pibe que duerme en la esquina. Los finales no están en el bronce, los finales están en las cosas. Y las cosas siempre fueron de alguien. Por eso no se lastiman ni se molestan si se cruzan.

MARCAS DE LA HISTORIA

-Miguel Bonasso, Bayer, Walsh, Neustadt, Raab, Héctor R. García...El libro desborda de referencias a periodistas de otra época. ¿Quiénes lo han marcado más profundamente en su profesión?

-Siento que la cantidad de reproducciones de este tiempo se está llevando puestos los espejos. Me preocupa sentir que a veces matar a la vaca sagrada es esquilar la referencia. Eso nos deja complemente vulnerables a la novedad. No criminalizo lo que viene, pero a veces los finales son privados y a veces son época. Y ahí es cuando son imprescindibles los tipos que supieron colgar las décadas en un perchero popular. No todos los que nombraste fueron ejemplares (la genialidad también sirve para el contraejemplo), pero todos fueron definitivos, como los finales. La última merienda de Bayer y la pelea por sacar las galletitas del fondo de la taza; la resurrección del 'Turco' Asís, la confesión de Ulanovsky para entender y no para formar parte; el secreto de las placas rojas de García; la pelea final de Bonasso, sus recuerdos de la muerte y del hombre que no sabía morir, te apilan arriba de lo que pasó y en las marcas de la historia.

-Su poesía se emparenta con el aforismo, un género considerado a menudo como un arte menor. ¿Qué posibilidades le ofrece este tipo de escritura?

-Todos los finales del libro son crudos y cortos. Casi todas las sentencias son breves porque lo esencial se escribe en pocas palabras, como una placa roja que anuncia lo terrible en vivo y en directo, como la agenda de una abuela que sólo tiene diez números de teléfono porque siempre llama a los mismos y la llaman los mismos. Siempre entendí a la brevedad como un estilo directo y como un pacto de lealtad a la hora de comunicar qué es urgente y qué es accesorio.

-El relato de la enfermedad terminal de su madre, y su descubrimiento de la obra de Roberto Arlt en paralelo, es francamente desgarrador. ¿Alivia el dolor haber podido ponerlo en papel y compartir esa carga con el lector?

-No lo escribí para que deje de doler sino para poder curarme. El cáncer es un rayo que cae un domingo de sol a la tarde en una mesa en el patio, mientras todos se pasan la ensalada y hablan boludeces. Las maldiciones de Arlt me hicieron compañía porque era el único que no prometía nada. Cuando estás cerca de la muerte todos prometen: los médicos, los curas, los amigos, los libros de autoayuda, los padres sanadores, los psicólogos. Arlt escribió el final de mi mamá antes que pase.

SOLO SOPLAR

-Si tuviera que explicar en pocas palabras qué son las 'placas rojas' y su importancia dentro de engranaje informativo de Crónica, ¿qué diría?

-Son una trompada en la boca a la hora de informar. Una obligación moral ante el país real y un compromiso indeleble con lo popular. La grieta se ocupa de la manera de mirar, Crónica cuenta la manera de vivir. No hay límites estéticos, el cuadrilátero sagrado sigue siendo un altar popular que tiene que ver con las costumbres, los ídolos, el sentido de trascendencia, la fe, la necesidad y también la carcajada. El pueblo se divierte y se equivoca, hay una pareja besándose antes de la última bomba. Por eso también hay que saber interpretar esa condición: la realidad multidimensional. Somos más de 150 personas que trabajamos en el canal y sostenemos la reputación de ese hijo putativo. No hay placa sin camarógrafo, sin asistente de cámara; no hay placa sin tiracables, sin productores, sin microfonistas. Los hallazgos tienen que ver con las sagas. No son los anticuerpos de las placas las que los determinan famosas, sino que es en ese momento en donde la realidad se pone de acuerdo con lo extraordinario. Ahí sólo resta soplar.