Por Hugo Esteva
Circula un video tomado en Africa donde un leopardo arrastra dificultosamente a un impala que acaba de atrapar, seguramente luego de una difícil competencia de velocidad. Cuando se acerca al árbol donde va a culminar su tarea alimenticia, es avistado por un perro carroñero que lo azuza, pero que dispara al primer amague del felino. Vuelve no obstante en medio de una jauría de congéneres que logran la retirada -nunca una retirada es demasiado elegante- del leopardo, que se instala a mirarlos desde la copa. Los perros salvajes se ensañan con el cérvido todavía vivo por medio de mordiscos mucho menos eficientes y seguramente más torturadores que los del primitivo dueño. Así se entusiasman un rato con el producto de su rapiña; pero apenas lo justo para que un par de parlanchinas hienas asociadas empiece a pujar por ocupar el lugar de la jauría. Los carroñeros se resisten, aunque pronto las hienas consiguen una tercera aliada y poco después no queda perro a la vista.
Difícil encontrar fábula tan acorde con el modo en que se vienen tratando los asuntos de esta patria nuestra: desde el inepto manejo de la epidemia hasta el de la economía, haciendo blanco sobre el desarrollo de la guerra social. Asunto serio es que todavía no se organiza, aunque se manifieste cada vez con más vigor, un futuro protagonista que nos permita salir de la trágica encerrona.
Tal organización protagonista tendrá no sólo que vencer por las buenas a la demagogia bien paga a la que ya nadie cree, sino también impedir para siempre su regreso. Y eso no se logra solamente con enderezar la producción y las finanzas.
Sin carroñeros, pero también sin hienas.