2020, EL AÑO BELGRANIANO

Belgrano juzga a sus contemporáneos

El general Manuel Belgrano fue un hombre de honor, y cuando alguna cosa le molestó o se relajaba su autoridad no dudó en informar a sus superiores, tomando a veces medidas extremas con gente que mucho apreciaba, como se verá en esta nota. A fin de no poner nosotros calificación alguna la lectura de documentación irrefutable sirve para conocer las luces y las sombras de algunos individuos de esos tiempos.

El movimiento de abril de 1811 no fue del agrado de Belgrano, y a quienes participaron de ella seguramente los tenía en poco concepto, por eso le pidió a Rivadavia:

“Procure Ud. que no venga Martín Rodríguez a este ejército, estoy convencido que no hay uno bueno de los del 5 y 6 de abril; aquí tengo a uno de ellos, Dn. J. R. Balcarce, quien se halla sindicado de complicación en el robo que se acumula a Antonino Rodríguez, hermano de aquel, a un tal Cossio y un oficial Noailles que se delató y delató a ellos; puede que no sea cierto, pero si lo fuese, ¿que es lo que debemos esperar de un hombre que así mancha su honor?. Vea Ud. ahí la causa de nuestra perdición, y de que este ejército lejos de conceptuarse; haya perdido tanto, lleno de hombres viciosos: lleno de hombres viciosos y sin quien los contuviese ¿qué habría de suceder. Pero Ud. verá que esto sólo sirve para contraerme los odios, pero nada me importa procediendo con justicia”.

El 31 de agosto de 1812 le escribió a Bernardino Rivadavia, refiriéndose a Manuel Dorrego:

“Ud. me sorprende con la noticia de Dorrego, y siento no me diga su delito; si ha cometido alguno, que sufra; me gusta mucho la justicia y para aplicarla no tengo consideración a ningún viviente: tenga Ud. esta regla y verá la autoridad sostenida sin mucho trabajo”.

Sin embargo al final de la carta agregó esto: “Dorrego es todo un oficial, no me lo detengan… lo necesito mucho”, párrafo que habla muy bien de ambos. Tiempo después el enfant terrible que llevaba adentro del bravo Dorrego habría de ser sancionado por San Martín cuando fue a hacerse cargo del ejército del Norte por una burla al general Belgrano.

El barón de Holmberg

El 29 de setiembre de 1812 apenas cinco días después de la batalla de Tucumán, Eduardo Ladislao Kaunitz el barón de Holmberg que había servido con honor y a quien Belgrano había elogiado anteriormente, fundado en “las indisposiciones que padece mi salud, he determinado pedir mi licencia… y de que concederme pueda retirarme hoy mismo a una de las casas de la Sras. de Ojeda que se halla a media legua de la ciudad”. 

Al día siguiente Belgrano ofició en estos duros términos al Triunvirato: “El barón de Holmberg, me ha presentado el memorial que acompaño: abusó de mi amistad y por consiguiente del aprecio y distinción que le he hecho, y me faltó el respeto debido; por cuyo motivo le mandé arrestado a su casa; esto acaloró, sin duda, su imaginación, y le ha empeñado en solicitar su licencia absoluta”.

Pero Belgrano que no tenía empacho en reconocer las virtudes de Holmberg prosigue con estos términos que lo distinguen: “es sujeto de muchos conocimientos, útil, utilísimo, y acaso al lado de V.E: más contenido, y dedicado a las ramas de artillería o de ingenieros, proporcionará a la Patria muchos y buenos servicios, pues tiene celo, constancia y luces, que no son vulgares entre nosotros en este Ejército; aquí ha trabajado; aquí ha trabajado mucho, ha desempeñado cuanta comisión le he dado; ha sido interesante en su contracción y confieso que le amo por estas cualidades; pero su genio vivísimo o sea no entender el idioma, él se ha precipitado y ya con ese castigo jamás creo gustará servir en este Ejército, donde me ha sido preciso tomar aquella medida para evitar un mal ejemplo de insubordinación, aún en el modo de hablar”.

Este párrafo explica claramente el concepto de que gozaba “Holmberg el artillero”, como lo llamó su descendiente Luis Holmberg en su libro; aunque el 11 de octubre el gobierno ratificó la sanción impuesta por Belgrano.

Dos cartas nos revelan a otro Martín Miguel de Güemes, lo que no es baldón alguno a la gesta que protagonizara. Fue la que Belgrano remitió al gobierno desde Tucumán el 10 de noviembre de 1812: 

“Habiéndome informado el alcalde de la ciudad de Santiago del Estero Dn. Germán Lugones de la escandalosa conducta del teniente coronel graduado don Martín Güemes con Da. Juana Inguanzo, esposa de Dn. Sebastián Mella, teniente de dragones en el ejército de mi mando, por vivir ambos en aquella ciudad aposentados en una sola mansión, y habiendo adquirido noticias que este oficial ha escandalizado mucho antes de ahora con esta mujer de la ciudad de Jujuy, llamé a su esposo Mella y le reconvine que estaba separado de ella, a que me contestó haciéndome presente la amistad ilícita que tenía con el expresado Güemes, quien le había amenazado repetidas veces, que le iba a quitar la vida, por intentar poner remedio a este exceso, y reconviniéndole que porque no me había dado parte jamás, me expuso que no lo había hecho por no molestarme, pues en tiempo del general Pueyrredon había impuesto ante el una queja, y no sacó otra cosa, que el ser burlado y vejado, de cuyas resultas se había dispuesto ya a abandonarla. Con estos antecedentes indubitables, considerando que cualquier procedimiento judicial sobre la materia, sería demasiado escandaloso y acaso ineficaz, he tomado la resolución de mandarle a Güemes, como lo hago con esta fecha, que dentro de veinticuatro horas de recibida mi orden se ponga en camino para esa ciudad en donde se deberá presentar a V.E. por convenir así al servicio de la Patria, y al teniente gobernador de Santiago, le oficio previniéndole, que le haga saber a Da. Juana Iguanzo, que dentro de tres días, que deberán correrle desde el acto de la intimación, salga para esta ciudad a unirse con su esposo, y para que pueda efectuarlo sin el menor embarazo, le proporcione por su justo precio los auxilios que necesite, pero que en caso de contravención tomará las medidas más ejecutivas y eficaces para que tenga mi orden cumplimiento”. Agregaba finalmente que con estas medidas “he tenido por objeto la conservación del orden, el respeto a la religión y el crédito a nuestra causa”.

El 26 de noviembre el gobierno aprobó las medidas adoptadas por Belgrano.

El 26 de febrero del año siguiente, a pesar del “jubileo” por la batalla de Salta desde ésta ciudad, volvió Belgrano a referirse a Güemes en estos términos: “Si el teniente coronel Dn. Martín Güemes procediese con el honor que corresponde a su carácter, se abstendría de pedir se le hiciesen saber las causas que dieron motivo, no a ser confinado, sino que marchase a la capital a la orden de V.E., pues él no puede ignorarlas cuando su propia conciencia le debe acusar de que su vida escandalosa con la Iguanzo ha sido demasiado pública en Jujuy, en ésta y en Santiago del Estero… Las virtudes y servicios militares de que ha sido informado V.E. no son tantas ni de tanto valor como se ponderan vulgarmente. Virtudes ciertamente no se le han conocido jamás,  sus servicios han sido manchados con ciertos excesos, o mejor diré delitos, de que tengo fundamentos muy graves para creerlos, aunque no documentos, porque cuando llegaron a mi noticia, juzgué inoportuno y extemporáneo el indagarlos…”. Belgrano trataba de depurar a su ejército “de toda corrupción” como base para el apoyo de los pueblos a las armas de la Patria.

Pero la grandeza de Belgrano superó con los años este concepto y en setiembre de 1816 le escribió: “Como yo he hecho ostentación de la amistad de usted en consecuencia de que habían hablado algunos de que usted no la tendría conmigo, así porque lo mandé a Buenos Aires, como porque a Rondeau dicen que usted le manifestó que no me admitiría, seguramente se han venido a valer de mí para que me empeñe con usted, y yo me he gloriado de esto, conociendo que aquel ridículo concepto ya no existía…”.

Luces y sombras de aquellos hombres que al retratarlos con sus virtudes y defectos, con sus sombras y luces, adquieren mayor esplendor sus hazañas en la guerra de la Independencia.