Reflexiones en tiempos de pandemia

Justicia y desarrollo

En las sociedades contemporáneas, la justicia se relaciona con la igualdad económica. Sin embargo, bajo este punto de partida, estrictamente justo, se esconden sofismas que terminan conspirando contra el avance de la igualdad en las naciones que los aplican. Nada es más pernicioso para el bienestar de los sectores más postergados de una sociedad que se proclamen teorías de cuya aplicación práctica se derive para ellos una mayor pobreza.
 
Un primer sofisma declara que la igualdad en la distribución de la riqueza se debe alcanzar en el presente a cualquier precio, salteándose todos los esfuerzos y políticas de largo plazo que les permitieron a las naciones desarrolladas elevar exponencialmente la calidad de vida de sus ciudadanos. Históricamente ha repugnado a filósofos y moralistas hacer el reconocimiento de que sus ideales no son aplicables por igual a todos los hombres. Deseos aparte, el estudio de la historia nos enseña que aún las teorías más entrañablemente humanistas y defensoras de la dignidad de hombres y mujeres, se difundieron desde un pequeño núcleo de personas y pueblos a ámbitos cada vez más amplios. Así sucedió con la filosofía griega, el derecho romano, el cristianismo, la emancipación de los esclavos, el liberalismo, la democracia, los derechos del hombre y de las mujeres y la conciencia ecológica. Renunciar a una visión esperanzada del futuro sólo porque en una primera oleada sus ideales no podrán ser instaurados a la totalidad de las personas, siempre ha sido y será un error.
 
CAUSA EFICIENTE
En este sentido, el segundo sofisma es de naturaleza demagógica y es la causa eficiente de la pobreza de las naciones: se define como la prioridad otorgada a distribuir riqueza antes que a crearla, generando un círculo vicioso de decadencia que se vuelve en contra de los más necesitados. Para escapar de este sofisma, conviene recordar una doctrina de la justicia, cuyos principios combinan el ideal de la libertad y el ideal de la justicia, y que constituye la teorización más acabada del desarrollo de las naciones occidentales en su camino para lograr estándares de bienestar incomparables con el pasado.
 
En el mundo académico anglosajón, el libro de John Rawls, `Teoría de la Justicia', es venerado como un hito en la filosofía política. Su aparición en 1971 produjo la conmoción que necesariamente debía producir la resurrección del pensamiento kantiano, puro rigor y exigencia, en un medio intelectual más habituado a trabajar con las menores sutilezas del utilitarismo, los seductores desvíos del perfeccionismo, o las verdades consabidas del liberalismo.
 
En la primera página de su libro, Rawls nos suelta a bocajarro que "la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento". Sin embargo, acto seguido escribe: "Cada persona posee una inviolabilidad fundada en la justicia que incluso el bienestar de la sociedad como un todo no puede atropellar. Es por esta razón por la que la justicia niega que la pérdida de libertad para algunos sea correcta por el hecho de que un mayor bien sea compartido por otros".
 
Para compatibilizar estas visiones, Rawls propone dos principios de justicia. Su expresión más completa es la siguiente: Primer principio (principio de la libertad): "Cada persona ha de tener un derecho igual al más amplio sistema total de libertades básicas, compatible con un sistema similar de libertad para todos". Segundo principio (principio de diferencia): "Las desigualdades económicas y sociales han de ser estructuradas de manera que sean para:  A) mayor beneficio de los menos aventajados, y B) unido a que los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa igualdad de oportunidades".
 
Rawls afirmará, demostrando que su pensamiento está enraizado en la tradición liberal anglosajona, en la que el "right" se antepone al "good", que el principio de la libertad es prioritario sobre el principio de diferencia y que el inciso b) de este principio es prioritario respecto del principio a).
 
¿Qué nos quiere decir Ralws con sus principios de justicia, cuyos postulados, pese a los ríos de tinta que han corrido desde entonces, siguen siendo una representación teórica del desarrollo del Estado de Bienestar en las democracias liberales? Lo primero que quiere trasmitirnos es que dará prioridad a la determinación inicial de una estructura de principios de justicia (right), que deben ser elegidos racionalmente y sin conocer a priori que suerte le corresponderá a cada individuo en la sociedad, por sobre la elección de proyectos de vida (good), cuestión acerca de la cual sería imposible un acuerdo de antemano, debido a la diversidad de fines personales.
 
En consecuencia, y siguiendo una genuina tradición liberal, el teórico de la justicia se declara neutral en materia de deseos personales y se enfoca en el diseño de una estructura social que constituya un marco de referencia para el desarrollo de los ciudadanos. Este marco de referencia se conoce como el Estado de derecho.
 
¿Dónde aparece entonces el genuino aporte de Rawls a la tradición liberal clásica? Su contribución radica, y esto es lo segundo que desea transmitirnos, en la formulación del principio de diferencia. Según este célebre principio, las desigualdades se justifican en tanto y en cuanto beneficien a los más desfavorecidos. Es decir, se aceptan estas desigualdades porque maximizan la situación de los individuos más postergados, y por comprobar que la pretensión de eliminarlas terminaría provocando un deterioro mayor en su calidad de vida.
 
De allí que Rawls complemente la fórmula final de los dos principios de la justicia, con una "concepción general" de la justicia: "todos los bienes sociales primarios -libertad, igualdad de oportunidades, renta, riqueza, y las bases de respeto mutuo-, han de ser distribuidos de un modo igual, a menos que una distribución desigual de uno o de todos estos bienes redunde en beneficio de los menos aventajados". Dicho en otras palabras, cualquier intervención del Estado que, bajo la pretensión de mejorar la igualdad de la sociedad, termine perjudicando a los menos favorecidos será injusta. El principio de la diferencia establece con claridad meridiana que el expediente de igualar para abajo atenta contra el bienestar de los ciudadanos en peor situación socioeconómica. Creer que inhibir la energía emprendedora de quienes tienen más capacidad innovadora, más se esfuerzan o que más capital arriesgan, es la receta para elevar el nivel de vida de los más pobres, es un buen slogan para ganar elecciones pero una pésima política para generar trabajo y riqueza.
 
Los beneficios que obtienen los hacedores de riqueza estarán justificados si los sectores menos favorecidos mejoran su situación con respecto a la que estaban antes de que actuaran aquéllos. Quienes rechazan esta posibilidad, es decir, quienes rechazan el principio de diferencia y bloquean las iniciativas de los innovadores, condenan a los más pobres a no mejorar su bienestar.
 
El desarrollo del moderno Estado de Bienestar es la prueba evidente del principio de diferencia de Rawls: en las naciones que hoy son desarrolladas, se pudo pasar de las fuertes desigualdades iniciales a sociedades más ricas e igualitarias, como no ha habido en ninguna época del pasado, porque se permitió igualar para arriba y se supo incentivar a quienes creaban riqueza. Sin estos niveles de riqueza, el inciso b) del principio de diferencia nunca hubiera sido una realidad. El venerable postulado de la igualdad de oportunidades era un ideal teórico del liberalismo moderno, pero sólo fue posible su progresiva concreción social por imperio del inciso a): únicamente en las sociedades donde se premió a quienes producían riqueza llegó un momento en que el Estado de Bienestar fue posible. No se puede distribuir lo que no existe.
 
IGUALDAD DEMOCRATICA
Volvemos al inicio de esta nota. La igualdad democrática es un ideal que progresivamente se ha extendido en las sociedades desarrolladas. Desearíamos que aquí y ahora sus beneficios llegaran a cada habitante de la Tierra. La seriedad académica de autores como John Rawls nos enseña que es necesario postular una concepción de la justicia que realmente favorezca el desarrollo de las sociedades y que, en consecuencia, no se quede en eslogans demagógicos, cuya repetición infundada arruina su futuro y mantiene a los sectores menos favorecidos en niveles de pobreza perfectamente evitables. En una perspectiva de mediano plazo, con sus avances y retrocesos, el mundo occidental se dirige a una era de creciente igualdad. Su fundamento son principios de libertad y justicia, que han hecho y hacen la diferencia.