El Otro Gardel
Por Ricardo Ostuni
Siempre me he preguntado, cómo sería la vida privada o si tenía vida privada Carlos Gardel, y encontré en las palabras del investigar Ricardo Ostuni un muy interesante análisis, realizado sobre las cartas escritas a sus más cercanos amigos, así como la entrevista que le realizaron en su vida
Los años treinta son nombrados en la historia de nuestro país, con el epíteto de década infame. Dos nuevas y opuestas corrientes ideológicas -fascismo y comunismo- pugnaban en el pensamiento político del mundo; aunque ambas coincidían en aborrecer a la democracia.
El 6 de septiembre de 1930 la derecha vernácula, derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen. Gardel estaba ya en los escaños definitivos de la fama. La invariabilidad de los adjetivos que acaparaba entonces, denuncia su encumbramiento como artista; pero el rastreo de su historia lo revela complacido con el golpe militar.
No son pocos los autores que estimulan este pretexto, para justificar el fracaso de sus presentaciones en Buenos Aires. Payssé González supone un boicot por parte del llamado klan radical. Su compatriota Nelson Bayardo sostiene en cambio, que el descrédito lo motivó el triunfo uruguayo sobre el seleccionado argentino en el campeonato mundial de fútbol de 1930.
No es materia de este trabajo indagar esas razones. Lo cierto es que Gardel, triunfante en Europa, veía declinar su popularidad en nuestro medio. Pero el tema que, en verdad, le acuciaba era su inseguridad económica.
Basta con recorrer su epistolario con Razzano y Defino, para descubrir una obsesiva preocupación por las deudas -en particular la hipoteca que pesaba sobre su casa de la calle Jean Jaures- y su futuro. Su otra gran preocupación era su voz.
No obstante Gardel tenía grandes sueños para el mañana: triunfar en los Estados Unidos, comprar una casa en Niza y vivir feliz sus últimos años junto a quienes ya habían ingresado definitivamente en su afecto.
Acaso más que un sueño fuera una esperanza y una confesión. Pareciera haber comprendido que, después de lustros de dispendio, su futuro era aún una meta borrosa; que de los tantos compañeros de juergas y andanzas que poblaron su vida, solo le quedaban
El 16 de enero de 1933 había revocado el poder que le otorgara a Razzano en 1925 poniendo fin a una larga amistad.
No le debe haber sido fácil a Gardel su ruptura con Razzano; indudablemente el desencanto debió pesarle, lo mismo que cierta sensación de desamparo. Razzano había sido el sabio orientador de su carrera desde las primeras giras y no pocas veces, su sostén emocional.
Hay documentos cuidadosamente eludidos por la biografía oficial, como las declaraciones de Razzano a Caras y Caretas el 25 de julio de 1936: "Los que departían con él en las grandes reuniones que él mismo provocaba - inexplicable afán de aturdirse- lo creyeron jovial, expansivo. Pero los que cultivamos su amistad sabíamos lo retraído, absorto y en algunos instantes contemplativo (que era) llevando siempre algo dentro de si, como una tristeza tortuosa, oscura. En el fondo era un niño. Tan pronto vencíale el abatimiento, como lo asaltaba un ansia incontenible de triunfo". Es indudable que Razzano da una semblanza muy distinta del estereotipo de la sonrisa eterna.
Terig Tucci completa ese perfil:
Es el retrato de un hombre inestable e inseguro nunca revelado por la biografía convencional. Defino intelectualiza su opinión disidente:
Sin embargo, hay hechos de incuestionable elocuencia. Gardel conoció a Isabel del Valle a fines de 1920 y mantuvo con ella por muchos años, una relación ambigua -por momentos neutra- pero siempre gravosa, sin que supiera como ponerle fin.
Sin embargo, la relación perduró hasta 1933 con idénticos vaivenes porque Gardel no supo afrontar personalmente la ruptura. Intuyo -como dejé dicho- que Razzano fue, por, sobre todo, un sostén emocional para Gardel; eso explica la permanencia del vínculo comercial no obstante las agudas diferencias que mantenían. Es sabido que sus discusiones eran cotidianas y violentas, aunque Gardel siempre cedía con una buena sonrisa.
Armando Defino poco a poco se fue mostrando imprescindible para Gardel:
Acaso esta revelación fue decisiva para Gardel. Defino, con admirable sutileza, ubicó a Razzano en un rol pasivo, sólo limitado a recibir generosos beneficios. Nada más inexacto. Aun cuando su conducta pudiera merecer censuras, no pueden negarse sus méritos en la carrera de Gardel.
Cuando la relación con Defino fue lo suficientemente íntima como para sentirlo más que un administrador, un consejero, Gardel decidió su ruptura con Razzano. Necesitaba, innegablemente, contar con un nuevo apoyo emocional. Defino asumió ambos roles y fue una suerte de coraza protectora frente al grupo de viejos amigos.
El entorno de Gardel se volvió muy estrecho: apenas cuatro viejos amigos, doña Berta y el matrimonio Muñiz. Los demás sólo fueron vínculos profesionales. Gardel atravesaba por entonces los años más difíciles de su carrera. Para mantenerse en lo alto de la fama buscó un camino alternativo al canto: el cine. En abril de 1932 le escribió a Defino desde Francia dándole cuenta de su porvenir incierto:
Dice bien Simon Collier: parece obvio que Gardel admitía conscientemente que la Argentina ya no era el centro de su vida y su actividad profesional.
La revista Atlántida del 6 de agosto de 1931 pág. 59 publicó esta nota:
Sobre este punto dice Enrique Cadícamo (1) que Gardel llegó a Buenos Aires el 30 de junio de 1931 para cumplir un contrato de un mes en el cine Broadway y su presentación se efectuó en septiembre ante una concurrencia que no lograba cubrir las diez primeras filas de la platea.
No corresponde a la índole de este trabajo abundar en otras consideraciones para mostrar la situación de Gardel en los primeros años de la década de 1930. Tenía sobrados motivos para una honda preocupación. Su situación económica no se correspondía con su trayectoria artística y precisaba de constantes éxitos para mantener el primerísimo nivel de popularidad que había logrado.
De ahí su intento por hacer pie en Nueva York, donde la radio y el cine le ofrecían mejores posibilidades de triunfo que los escenarios. Fantasioso como lo era, comenzó a soñar con todo lo que podía depararle ese gran país del espectáculo... (Cadícamo ob. cit.)
Gardel seguramente debió aprender que en los Estados Unidos resultaba muy difícil la actividad profesional. Pocas veces se menciona que el resultado de su primera presentación en la NBC no fue satisfactoria y que se le sugirieron cambios para las transmisiones siguientes. Collier refiere que pese a su irritación Gardel se adaptó rápidamente a este nuevo modo de trabajo.
Fueron muchísimas las dudas y las incertidumbres iniciales. Según la revista Variety uno de los escollos para el éxito de Gardel era, precisamente, su desconocimiento del idioma inglés. Terig Tucci recuerda que alguna vez tuvo esta respuesta para los directores de la NBC:
No resulta fácil de aceptar que hubo momentos donde todo era incierto y oscuro en la trayectoria artística de Gardel, porque su legado es una imagen de constante triunfo. Cuesta imaginar íntimamente estas desventuras; no parece verosímil, ni siquiera como hipótesis, la existencia de una sombra de fracaso. Sin embargo, esa era la realidad.
Después de no poca perseverancia Gardel logró finalmente rodar en Long Island sus filmes más famosos, cuyo análisis no corresponde a la materia de este libro.
En cambio, es remarcable el esfuerzo que le demandó este logro en medio de la sensación de desamparo que soportó durante buena parte de su estadía en Nueva York. Recién en diciembre de 1934 Gardel volvió a soñar:
Es previsible que, si bien no pensara aún en su retiro, íntimamente intuyera que debía aprovechar al máximo ese momento. ¿Qué edad tendría entonces? Cuarenta y cuatro según su biografía oficial, cuarenta y ocho según Terig Tucci, cincuenta o más, según otras presunciones. De cualquier manera, ya era tiempo de acumular tranquilidad para la hora del descanso.
Sin embargo, la NBC no era partidaria de esta gira; sus directivos pensaban que Gardel debía afincarse en Nueva York, aprender el idioma y seguir su carrera cinematográfica alternando con sus grandes estrellas. Para tentarlo le abrieron las puertas del Teatro Paramount.
El ofrecimiento era un primer contrato de 2.000 dólares por cuatro semanas que, de acuerdo con el éxito de público, podría triplicarse en las semanas subsiguientes. Pero hubo una desinteligencia; Gardel prometió rubricarlo al día siguiente de la oferta, pero no sólo no lo hizo, sino que, además, canceló su contrato radial con la NBC.
Según palabras de Razzano, Gardel necesitaba siempre que alguien le hiciera sentir la voluntad que lo abandonaba. Posiblemente en esta circunstancia lo hubiera precisado más que nunca a su lado.
Dice bien Mariani:
(*) del libro Repatriación de Gardel.