Siete días de política

Diez meses de inacción dañaron la economía más que el virus

La caída del PBI y el aumento del desempleo se agravaron por falta de plan y exceso de “sarasa”. Tironeos por el supercepo. La crisis del dólar se venía venir; el gobierno reaccionó tarde

Las señales económicas empeoran semana a semana, el discurso del presidente está alejado de la realidad y su imagen se deteriora. La cuarentena que había usado para crecer en popularidad salió del centro de la escena y fue reemplazada por el “superdólar” como en el último y complicado tramo de la gestión de Mauricio Macri.

Pero lo que al anterior presidente le tomó cuatro años y una derrota electoral, Alberto Fernández lo consiguió en apenas diez meses con una receta simple: postergó decisiones imprescindibles para estabilizar la economía y se dedicó a pasear por los medios con una insólita retórica de campaña.

Abusó de lo que su ministro de Economía, Martín Guzmán, llama “sarasa”. Se puso la gorra al revés, tocó la guitarra y se convirtió en conferenciante sobre una situación sanitaria dramática que, más allá de emisión desbordada y subsidios, exigía un plan de acción urgente para evitar el colapso. Como era previsible el colapso de produjo: en el segundo trimestre el PBI tuvo una caída catastrófica, 19,1%; millones de personas perdieron sus trabajos, el desempleo superó cómodamente los dos dígitos y el dólar, la barrera de los 145 pesos (estaba a 62 el día que asumió).

¿Cómo respondió a esta situación? Les dijo a los ávidos compradores de dólares que “tenían que acostumbrarse a ahorrar en pesos” y volvió a prohibir por decreto los despidos, una medida de ineficacia probada (ver Visto y Oído).

A medida que se agudizaron los problemas, el discurso presidencial se volvió más incomprensible, por ejemplo sus disquisiciones sobre el mérito, y agresivo,  por ejemplo su ofensiva contra la “opulencia” porteña. Esas reacciones acentuaron el pesimismo potenciado por una situación anómala: el poder real no lo tiene él, sino su vice.

Respecto de esta última cuestión no hay incertidumbre. Los agentes económicos saben quién define y conocen sus antecedentes. De allí la parálisis de inversiones, los recortes de personal y el éxodo de los que pueden trasladar sus operaciones al exterior.

Lo sucedido durante los últimos siete días con el cepo es una radiografía de los males del gobierno. Hubo un tironeo inicial entre el ministro Martín Guzmán, y el presidente del BCRA, Martín Pesce, al que Fernández puso  fin laudando a favor del último. Se aplicaron mayores restricciones a la venta de dólares para atesoramiento y cómo era previsible el dólar “blue” escaló.

En realidad no podía ocurrir otra cosa. Si el gobierno seguía vendiendo, se quedaba sin reservas lo que amenazaba con disparar la cotización a la estratosfera. Resolvió aumentar las trabas, lo que hizo que la presión compradora terminase produciendo un efecto bastante parecido.

El problema no es de pujas entre funcionarios o facciones políticas del oficialismo, ni de quién da las órdenes, si Cristina Kirchner o el presidente, sino de falta de dólares; de cuándo y por qué monto se hace una devaluación a la que el presidente pretende sacar el bulto desde que llegó al poder. Algo que obviamente no puede hacer, porque la divisa norteamericana ya más que duplicó su valor desde diciembre. Creer que puede evitar la devaluación es tan ilusorio como creer que puede elegir entre un ajuste gradual o uno de “shock”.

Sin dólares, todo intento de gradualismo ha terminado históricamente en una devaluación fuera de control. El problema consiste por lo tanto en presentar un programa para atenuar el impacto. Diseñar un horizonte creíble y un ajuste lo menos cruento posible en términos sociales en lugar de insistir con la “sarasa”. En eso no ayuda presentar un presupuesto en el Congreso que prevé para fines de 2021 un dólar de 102 pesos y una inflación de 29% y que al mismo tiempo financia el déficit con emisión. Es decir, que no distingue entre la realidad y el deseo.

A esta altura la postergación del ajuste equivale a que termine haciéndose de manera desordenada y con ruido político creciente. Eso es lo que el dólar y las reservas le están diciendo a Fernández. El mensaje es claro: si no retoma la iniciativa con racionalidad económica, continuará deambulando “groggy” por el ring para usar una metáfora de Duhalde. Creer que “lo peor ya pasó” o que el problema es de comunicación o que la culpa la tienen los medios es creerse la propia sarasa, vivir en un microclima que deriva en cacerolazos, marchas de repudio y, finalmente, en un domingo fatídico en el que se produce un desastre electoral.

De esto ya tonó nota Cristina Kirchner por eso apura desde el Senado la estrategia para aliviar su situación penal y complicar a Horacio Rodríguez Larreta a quien el presidente consideraba un posible socio, pero que es un candidato de la oposición competitivo para las próximas presidenciales.