El clamor del público obligó a suspender una función en el Teatro Real, donde no se respetó el distanciamiento

En España prevaleció el sentido común

Las fallas organizativas fueron admitidas ayer por las autoridades del coliseo. Si bien no se había superado la capacidad permitida, al no bloquearse ciertas butacas la gente se sentó a la par.­

 

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­Después de las veintisiete funciones de emergencia de `La Traviata', desarrolladas sin problemas durante todo el mes de julio, con todas las prevenciones sanitarias habidas y por haber, el Teatro Real, de Madrid, se animó con su temporada regular, de abono, que comenzó el viernes pasado nada menos con la presencia anunciada de los reyes de España y comprende quince títulos.­

Con concertación de Nicola Luisotti, "primer director musical invitado'' de la entidad, y puesta en escena del director de cine Gianmaria Aliverta, `Un Ballo in Maschera' fue cantada por Michael Fabiano (Riccardo), la relevante soprano Anna Pirozzi (Amelia), Artur Rucinski (Renato), la mezzo Daniela Barcellona (Ulrica) y Elena Sancho Pereg (Oscar), todos con la orquesta y el coro de la casa, cuyo titular es un excelente maestro: nuestro compatriota Andrés Máspero.­

La producción, perteneciente a La Fenice, de Venecia, fue repuesta en colaboración con el Teatro de la Maestranza, de Sevilla. A diferencia de `La Traviata', se trata de una mise-en-scène operística completa, con escenografía (Massimo Chechetto), vestuario (Carlos Tieppo), luces (Fabio Barettin), coreografía de Silvia Giordano y un desplazamiento casi normal de los artistas en el palco escénico. Para compensar la limitada capacidad de la sala en función del protocolo sanitario covid-19 de la Comunidad de Madrid, el evento se trasmitió en directo a través de dos pantallas emplazadas en las plazas de Oriente y de Isabel.­

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INESPERADO­

Todo anduvo bien; pero en la función del domingo pasado, que ubicó a novecientos cinco espectadores (el 51% de la capacidad total del recinto), antes que se levantara el telón gran parte del público comenzó a protestar ruidosamente por entender que no se respetaban las distancias mínimas de separación entre cada uno, tanto en las plantas altas como en las bajas (en el reparto del segundo elenco estaban Ramón Vargas, Saioa Hernández, George Petean, Silvia Beltrami y Sara Blanch).­

Aplausos, gritos, pataleos se hicieron oír con tal intensidad como para impedir obviamente el inicio de la representación. Frente a esta insólita situación, las autoridades de la sala (cuyo directores general y artístico son, respectivamente, Ignacio García-Belenguer y Joan Matabosch) reaccionaron y ofrecieron por altavoces a toda la concurrencia la posibilidad de una reubicación en otros lugares o la devolución del precio de sus localidades a todos aquellos que lo pidieran.­

Algunos lo aceptaron. Otros no. Y persistieron en su reclamo bullanguero, a punto tal que si bien en algún momento el maestro Luisotti trató de avanzar con los primeros acordes de la magnífica ópera de Verdi, lo intentó dos veces pero le fue imposible, frente a lo cual la dirección de la organización optó finalmente por cancelar la función. El Real dijo inicialmente que se había tratado de un grupo minoritario (¿quiénes?), prometió abrir una investigación (¿contra quién?) y adoptar las medidas de prevención correspondientes para las próximas funciones (¿cuáles?). Están programadas dieciséis representaciones de `Un Ballo in Maschera'.­

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FALLA ORGANIZATIVA­

Con más calma, en una conferencia de prensa realizada por Zoom a la que La Prensa fue invitada, las autoridades del coliseo madrileño expresaron su pesar por lo ocurrido y "su comprensión con todos los espectadores que no se han sentido seguros en sus butacas, aunque se cumpliera escrupulosamente con la normativa sanitaria vigente en la actualidad''.­

Lo que ocurrió no es en realidad difícil de explicar. Mientras en `La Traviata' se excluyeron de la venta muchas butacas numeradas que se dejaron vacías en base a un prediseño bien estudiado, para `Ballo in Maschera' la venta se hizo en cambio de manera libre aunque con un tope establecido en el sesenta y cinco por ciento de la capacidad total del recinto. No fue una idea muy feliz. El caso es que cada uno se ubicó donde quiso, dentro de la misma sección. Esto es: no hubo precintado de espacios ni de asientos. Por supuesto, hubo muchos que se sentaron uno al lado del otro (igual que cuando se toma un autobús, señalaron a modo de justificación naif en el Real).­

Para las próximas funciones, según lo declarado casi como en un acto de contrición, el teatro "adoptará todas las medidas necesarias para que los espectadores se sientan más seguros, reforzando igualmente su comunicación con el público''.­

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