El pseudo-populismo de la iglesia de Francisco

 

POR MARIA TERESA GARGIULO *

Como escribía Cervantes en su Don Quijote: “En todas casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas”. Los hechos ocurridos en el Seminario de San Rafael, Mendoza, o en la provincia de San Luis ilustran por sí mismos el pseudo-populismo del Episcopado Argentino y de la iglesia de Francisco. Aquellos mismos que se jactan de establecer con el pueblo un “diálogo intenso y respetuoso” son los que en estos últimos meses no han mostrado empacho en silenciar violentamente lo “distinto”.

Un botón de muestra suficiente es lo que ha sucedido en estos últimos meses en dos diócesis del país cuyo carácter tradicional y conservador es de público conocimiento. A fines de abril el Papa Francisco le pidió la renuncia al obispo de San Luis, Monseñor Pedro Martínez, por razones “de matices y acentos en la vida litúrgica”.

Por su parte, el obispo de San Rafael, Eduardo María Taussig, que se jacta de seguir la consigna agustiniana de ser “tolerante en lo opinable”, mandó cerrar el seminario “Santa María Madre de Dios”. Aparentemente, porque en él se resistían a acatar la orden de dar la comunión en la mano durante la cuarentena. La orden no solo fue acatada en el seminario, sino que incluso los fieles propusieron otras alternativas –todas ellas igual o más efectivas para evitar posibles contagios por el coronavirus–. Pero el decreto de cierre del seminario Santa María Madre de Dios, emitido el 6 de julio por la Congregación para el Clero no se hizo esperar. Convirtiéndose así el obispo sanrafaelino en el “odiado del pueblo”.

Begoglio ha trasladado a Roma el modus operandi del populismo peronista que aprendió en el país. Un populismo controlado, es decir, que lejos de defender los intereses y aspiraciones del pueblo, no teme manifestar explícitamente su desdén, en este caso, por esta insignificante minoría de conservadores. Esta exportación de prácticas peronistas a la iglesia no es más que otro escenario que ilustra con palmaria evidencia el verdadero rostro del populismo argentino. Esta manera de introducir normas y decretos nos resulta extremadamente familiar. Se trata de discursos y habilidades que conforman un único arte u oficio en el peronismo argentino.

El populismo peronista, en cada reinvención, se esfuerza por definirse a sí mismo como la fuerza política capaz de garantizar que todas las clases populares, tradiciones, y ciudadanos (y en este caso feligreses, seminarios y diócesis) tengan igual posibilidad de acceso a la educación, la salud y demás puestos de poder. Pero rápidamente los hechos desmitifican el poder simbólico de este discurso. El pragmatismo maquiavélico del populismo se resuelve en un violento adoctrinamiento que cuida que los ciudadanos tengan acceso libre y gratuito a formarse en una única y uniforme tradición, a saber, la cultura peronista.

En esta misma línea, y buscando catequizar a sus fieles en los nuevos vientos eclesiales Taussig le decía los seminaristas el mismo día que anunció el cierre del seminario: “En los años que llevo nunca he podido cambiar el pensamiento, desde el sacerdote más viejo hasta el último seminarista piensan igual; no queda otra que cerrar el seminario”. Este es el margen que una iglesia populista puede dar a una diócesis con un perfil marginal y vulnerado en los pasillos eclesiásticos.

No es necesario redundar en el tono lacónico de los decretos. Los motivos que alegan sus comunicados son irrisorios e inexistentes. Y es que los verdaderos motivos de una política peronista nunca son objeto de discusiones explícitas. No dar razones de las propias prácticas no es más que otro juego de poder. En fin, a diferencia de estos discursos meramente ornamentales, quizás este seminario y el obispo emérito puntano sí eran y son capaces de dar cuenta de lo que creen y hacen.

* Doctora en Filosofía – Conicet