2020, EL AÑO BELGRANIANO

Sarmiento y el monumento a Belgrano en Plaza de Mayo (I Parte)

Corría el año 1873 cuando presidía el país Domingo Faustino Sarmiento. La histórica Plaza Mayor, también de la Victoria, para entonces 25 de Mayo ostentaba un monumento la histórica Pirámide inaugurada al 25 de mayo de 1811, primera tributo a los hombres de la de la Revolución del año anterior. Junto a ella se había dispuesto honrar dos oficiales caídos en cumplimiento del deber en las recientes campañas: Manuel Artigas y Felipe Pereyra de Lucena. El primero ayudante de Belgrano, herido gravemente en San José en abril de 1811, falleció el 24 de mayo de ese año y el segundo por las importantes heridas sufridas en un encuentro con las tropas de Goyeneche en la quebrada de Yuraicoragua el 20 de junio de 1811.

Fue muy fuerte el impacto de la noticia como que la Junta Gubernativa dispuso el 31 de julio que se grabaran sus nombres en una lámina de bronce en la Pirámide de Mayo. Pero la falta de fondos para costearla hizo que sólo quedara el decreto, en 1812 el padre de Felipe pidió el cumplimiento de la disposición, pero también por falta de dinero, los nombres se inscribieron provisoriamente en las celebraciones mayas de ese año. Los Pereyra Lucena volvieron a insistir, pero nada lograron en 1856 cuando Prilidiano Pueyrredon remozó la Pirámide, hasta que finalmente en 1891 por colecta popular a 80 años del decreto de la Junta Gubernativa durante la presidencia de Carlos Pellegrini se cumplió el homenaje el 24 de mayo.

Buenos Aires no tenía monumentos, sólo el de San Martín inaugurado el 13 de julio de 1862 en el Retiro obra de Luis Joseph Daumas. El recuerdo en el bronce o en el mármol de Belgrano era una significativa ausencia de la época, por eso en 1870 con el auspicio del gobierno de la Provincia de Buenos encabezado por Emilio Castro y del nacional a cargo de Domingo F. Sarmiento se organiza una comisión para encargarse de él y recolectar los fondos.

La suscripción popular tuvo inmenso éxito como lo señalara Mitre en el discurso en el acto inaugural de la estatua:

“Ha sido fundida con el óbolo del pueblo, como deben serlo las estatuas de los grandes hombres en una nación libre. En ella está incorporada la moneda de cobre del más pobre ciudadano argentino, como en el alma grande de Belgrano se refundieron las nobles pasiones y las generosas aspiraciones de sus contemporáneos…”.

Integraron esa comisión Mitre, que había publicado ya una biografía del prócer hacía más de una década en la Galería de Celebridades Argentinas; el antiguo general Enrique Martínez de muy poca actuación ya que falleció en noviembre de ese año y Manuel José de Guerrico destacado coleccionista que residía en Francia. Éste tuvo a su cargo las tratativas con el escultor Albert Ernest Carrier-Belleuse y con el encargado de realizar el caballo en bronce Manuel de Santa Coloma, emparentado con una tradicional familia porteña.

Llegada la obra a Buenos Aires se emplazó y se dispuso inaugurarla el 24 de setiembre de 1873 en coincidencia con el 61 aniversario de la batalla de Tucumán. Cuatro días antes así se anunciaba en los considerandos del decreto del presidente Sarmiento:

“La estatua ecuestre del general don Manuel Belgrano, que lleva en alto la bandera nacional, que él hizo flamear primero en los campos de batalla, y debiendo recordarse en esta ocasión el origen, las glorias y el carácter simbólico de nuestra bandera”.

Cuanta razón tenía sobre “el carácter simbólico de nuestra bandera”. Allí estaban Sarmiento y Mitre duramente enfrentados por la política, que sin embargo anteponían las naturales y humanas diferencias para honrar al general Belgrano. Una lección que debiera ser obligatoria escucharan los que van a ocupar cargos públicos y practicarlas una vez retirados de la función, porque el carácter simbólico de la bandera, lo dijo también Avellaneda el ministro de Instrucción Pública de Sarmiento en ocasión solemne muchos años después: Esta Bandera es, sobretodo, la Bandera de la Nación, y pueblos compuestos de millones y millones de hombres libres seguirán inclinando la frente a su paso, hasta la terminación de los siglos”.

“Levantemos nuestros corazones para saludarla en su heroísmo de ayer, en su noble simplicidad de hoy, en su futura y portentosa grandeza del mañana. Vamos ahora a cobijarnos todos bajo sus pliegues y pidámosle que calme las pasiones rencorosas, que haga brotar a su sombra la virtud del patriotismo, como en otro tiempo el laurel del guerrero y que conduzca a su pueblo por la paz, por el honor, por la libertad laboriosa, hasta ponerlo en posesión de sus destinos, aquellos que le fueron prometidos por Belgrano al hacerla flamear sobre su cuna".