Volver a escuchar a Sarmiento

Cuando el 21 de septiembre de 1888 se inhumaron en el cementerio de la Recoleta los restos de Domingo Faustino Sarmiento - que el 11 de ese mes había muerto exiliado y pobre en Asunción, Paraguay - el entonces vicepresidente de la Nación, Carlos Pellegrini, en una memorable oración fúnebre emitía el ya famoso juicio definitivo.

Decía: “Sarmiento nada debe a su época, ni a su escena. Fue el cerebro más poderoso que haya producido la América”. Y proseguía: “Nacido en el primer año de la revolución, ha sido el que vio más lejos en el porvenir los destinos de nuestra patria y quien mejor comprendió los medios de alcanzarlos. Ha sido el faro más alto y más luminoso de los muchos que nos han guiado en la difícil senda”.

Profetizaba Pellegrini: “Cuando la República Argentina sea una de las grandes naciones de la tierra y sus hijos vuelvan la mirada hacia la cuna de su grandeza, verán destacarse la sombra de Sarmiento, consagrado desde hoy y para siempre como uno de los Padres de la patria”.

Los escritos de Sarmiento, recogidos en 52 volúmenes, fueron redactados en medio de una actividad febril que lo llevó a recorrer el mundo mientras desplegaba una tarea incansable de construcción de instituciones sociales sin precedentes en nuestra historia. En sus escritos la educación ocupa un lugar fundamental y es a ellos que me propongo evocar. Los invito a volver a escuchar la voz del maestro cuyo credo tal vez esté resumido en la frase que pronunció en 1857: Leer y escribir es la civilización entera

Al definir el valor social de la educación, Sarmiento afirmó: “La educación pública ha quedado constituida en derecho de los gobernados, obligación del gobierno y necesidad absoluta de la sociedad”.

Decía: “Un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos, pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la nación, hayan por la educación recibida en su infancia, preparádose suficientemente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados. El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que las posean”.

En ese breve párrafo está resumido el proyecto fundacional que una generación tuvo para la Argentina que consideraba a la educación la herramienta esencial para lograr la consolidación de nuestra sociedad, cerrando las brechas generadas por la desigualdad.

Sarmiento era consciente de las dificultades que enfrentaba la concreción de su proyecto pero también advertía la trascendencia política y económica de la educación cuando decía: “El solo éxito económico, nos transformará en una próspera factoría, pero no en una Nación. Una Nación es bienestar económico al servicio de la cultura y de la educación" y agregaba: “¿Se disminuye el diezmo? Educad a la masa de la población para aumentar las producciones. ¿Baja en lugar de subir la renta de aduana? Educad a los más para que produzcan algo. ¿Teméis a las revoluciones? Domesticad a los ignorantes, para que no os supriman a vosotros o a vuestros hijos. ¿Queréis que la representación nacional sea una realidad? Educad a los electores futuros”.

En 1884 Sarmiento desafiaba a la sociedad de entonces: “Vuestros palacios son demasiado suntuosos al lado de barrios demasiado humildes. El abismo que media entre el palacio y el rancho lo llenan las revoluciones con escombros y con sangre. Pero os indicaré otro sistema de nivelarlos: la escuela”. Alertaba en 1849: “¿No queréis educar a los niños por caridad? ¡Pero hacedlo por miedo, por precaución, por egoísmo! Movéos, el tiempo urge; mañana será tarde”.

La callada voz de Sarmiento debe estar presente, hoy más que nunca, porque nos convoca a realizar la imprescindible tarea común de ocuparnos de la educación de los otros y de hacerlo con la convicción de que solo así nuestros hijos y nietos podrán realizarse como personas y contribuir a ubicar a la Argentina entre las grandes naciones de la tierra como profetizaba Pellegrini. Fue Sarmiento quien nos ha señalado el camino y nos ha impuesto el deber de atender al desarrollo personal de cada uno de los habitantes del país haciéndolos ciudadanos. Sólo entonces habremos conseguido construir esa gran nación soñada por los próceres de entonces.