Inocencia perdida

POR MARIA AGUSTINA QUIROGA *

Hace pocas semanas nos disponíamos a celebrar con los más pequeños, el esperado y ansiado día del niño. Día que nace de la genuina reivindicación de la inocencia, de la ternura, día que nos interpela como sociedad a procurar para ellos, un futuro digno. “Los únicos privilegiados, son los niños”, nos enseñaba la abanderada de los humildes.

La ONU recomendó a los países establecer un día en el calendario para la promoción de los derechos de los niños y de este modo promover su bienestar social. Cada país hizo lo propio, y en 1989, entró en vigor la Convención Sobre los Derechos del Niño y dos protocolos facultativos para su desarrollo, los cuales fueron actualizados en el año 2000 con la entrada del nuevo siglo. Argentina por ley Nº 23.849 de 1990, aprobó la la Convención sobre los Derechos del Niño, que hoy forma parte de nuestro bloque constitucional estableciendo el interés superior del niño como principio rector.

Hablar de la infancia y de su protección, parecería ser un tema asumido por la sociedad. La sensibilidad frente a la reserva del porvenir, es un hecho social histórico que acompañó grandes transformaciones desde la erradicación del trabajo infantil, el abuso, la trata, hasta procurar se garantice concretamente el derecho a la educación, a un entorno familiar saludable, entre el sinúmero de aspectos que debieron abordarse para su protección integral.

Sin embargo, la niñez, esta etapa fundamental para el desarrollo de la persona, lejos de ser el espacio de amparo en que sus progenitores acompañan aprendizaje y crecimiento, hoy se ha convertido en un escenario de planteos existenciales sobre decisiones que marcarán toda una vida.

Sabemos que un niño, a su corta edad no tiene la facultad de decidir con prudencia sobre muchos aspectos de la adultez. Por eso en su hogar, encuentra y necesita personas adultas que puedan protegerlo, inculcarle valores, fomentar el desarrollo de sus capacidades. La familia cumple un rol fundamental en este sentido.

Hoy, en cambio, se busca imponer un paradigma de la niñez divorciado de la realidad, se invoca bajo el señuelo de la inclusión, una expresión que puede pasar desapercibida e inocente: Las infancias.

Hablar de infancias, es hablar de identidades de género en la infancia, de derechos sexuales y reproductivos, de derechos sobre sus cuerpos y sobre la satisfacción de sus deseos. Es sustituir al niño y a la niña, definitivamente. Es inducir respuestas a interrogantes nuevos en el despliegue de sus identidades.

En la adultez, este debate podría volverse estéril, al menos en cuanto a la concepción y definición que cada persona pueda hacer sobre sí misma. Pero en la edad temprana, es imposible negar como sociedad que se expone al infante a una definición trascendental de su vida, en la que no posee aún la madurez para comprender la consecuencia de sus actos.

Definir identidad de género en la niñez. y reclamar este derecho, se traduce en la posibilidad de exigir la hormonización temprana, tal cual ha sucedido en países de la Comunidad Europea, donde hoy se están reviendo disposiciones, por los efectos que han tenido para la salud de los menores. Hormonizar a un menor que se percibe de otro género, es irreversible. Es una decisión de la que no podrá volver, al menos en lo corporal, nunca más. Los riesgos médicos que acompañan no son un tema menor.

Definir por su parte derechos sexuales y reproductivos en la niñez, va mas allá del aborto. Reconocer derechos sexuales, es reconocer la aptitud de un menor para decidir con quién y cómo realizar el encuentro sexual. No es causal que movimientos internacionales como ALICE encuentren propicio el cambio de paradigma para reivindicar la pedofilia, como el derecho a amar y ser amados.

Si un niño o niña, tiene el derecho a definir su género, a recibir medicamentos para su transición a corta edad, a decidir sobre “su cuerpo” para abortar, y a decidir con quién y cuándo tener relaciones sexuales. Si un niño tiene la facultad y madurez para semejantes decisiones, más allá de lo que su familia pueda inculcarle, entonces habrá llegado el momento en que un menor, ya no sea considerado infante, habrá llegado el momento de despedir a la infancia, finalmente les habremos robado la inocencia.

* Abogada UCA. Diplomada en Derechos Humanos por la Universidad Austral.