UNA MIRADA DISTINTA

La nueva clase

Los políticos han deformado e infectado el sistema democrático, que ahora sólo sirve a sus necesidades y a sus negocios, no a la sociedad.

¿Quién oyó hablar de Midlovan Djilas? La lectura de la historia no es en estos días un valor. Tampoco la lectura, sin aditamentos. En tal precariedad, el individuo se vuelve muy manipulable, porque cae en todas las trampas que se le tienden para transformarlo en un fanático, que es un modo de esclavizarlo sin que se de cuenta. El fenómeno barrabrava no es sino la forma de que los aficionados se fanaticen y no se den cuenta de lo mal que juega su club preferido. El voto, aún en el caso de quién se considera racional a ultranza, es siempre emocional. Esta afirmación molestará a muchos, pero es un hecho comprobado en todas las sociedades, como saben los politólogos y los encuestadores. (Y los publicitarios) Y es la mayor herramienta de las campañas electorales y aún de gobierno. Lamentablemente. 

Midlovan era un joven yugoeslavo, admirador y amigo de Stalin, seguidor del hombre fuerte de su país, el Mariscal Josip Broz, o Mariscal Tito, como se lo conocía. Comunista cabal, político, guerrillero, romántico, intelectual, pronto Djilas llega a los más altos estamentos de poder en su país, y se proyecta en toda la URSS como teórico principal del marxismo-comunismo. En 1953, a un paso de alcanzar la presidencia de su país, comienza a publicar una serie de artículos en contra de los burócratas políticos, yugoeslavos y soviéticos. 

Es rápidamente detenido y separado de todas sus funciones, y en 1954 escribe un libro, que se publica en occidente en 1957, que tituló La nueva clase. Allí sostiene que la burocracia del partido comunista, que manejaba también los medios de producción y de generación de riqueza, se había transformado en una nueva aristocracia. Disponía de los bienes como propios, se enriquecía con ellos, trasmitía su poder y sus influencias a sus descendientes, no muy diferente a la tan odiada aristocracia zarista que los había precedido y que tanto habían denostado. Esa nomenklatura o “nueva clase” como la llamó, rompía el principio de la sociedad sin clases que habían preconizado, y sometía a la clase proletaria, tan explotada ahora como lo había sido en la época de los zares.  En esa nueva élite se otorgaban favores y ventajas entre sí, como en una corte, y se concedían privilegios, prebendas y prerrogativas de las que nunca gozarían los obreros.  

Rebelión en la Granja

Djilas terminó encarcelado, por supuesto. Por esa misma época se había comenzado a difundir una novela política escrita unos años antes, de un feroz anticomunista inglés, Eric Arthur Blair, que unos años después pasaría a la fama como George Orwell, al publicar su hoy emblemático 1984. La novela se tituló Rebelión en la Granja y contaba la historia de unos cerdos emancipados de la tiranía de un simbólico zarismo, para terminar cayendo bajo otra tiranía igual de los cerdos que conducían la revolución porcina. (Tras su nota del domingo sobre Trotsky, Karina Mariani meditará al recordar que León estaba representado por un cerdo llamado Snowball)

Tanto La nueva Clase como Rebelión en la granja estaban destinados entonces a mostrar la mentira en que había devenido el comunismo y la farsa de los supuestos derechos que otorgaba a las sociedades, y al enriquecimiento y acumulación de poder de los burócratas del partido comunista. Con el tiempo, como también pasa con 1984, esa característica ya no es privilegio del comunismo. Muchos países, Argentina más conspicua y descaradamente, están gobernados por una Nueva Clase, la de los políticos, que le han birlado la democracia, con el pretexto permanente de asegurarla y garantizarla. 

El peronismo de ayer, de hoy y de siempre, agravado por su mutación patógena, el kirchnerismo, es sin duda un fácil ejemplo. Suma a la descripción anterior un vademécum de corrupciones a todos los niveles, un abuso de poder continuo y una utilización del presupuesto no sólo irresponsable en lo económico, sino en el manejo político de la dádiva. Y como remate, su uso evidente de la marginalidad, de la miseria y de la droga, materia prima con la que urde muchos negocios y consigue muchos votos. 

El entongue

¿Está solos en esa línea? No. La corrupción es un fenómeno multipartidario. Puede cambiar la escala, puede ser más o menos descarada, pero no hay derecho a creer en blancos y negros, en diablos y ángeles, en réprobos y elegidos. El entongue (perdón por la precisión) entre las empresas constructoras y el estado tiene ya 70 años de historia. En todos los gobiernos, incluyendo hasta al feroz e implacable Proceso. Cuando la señora de Kirchner dijo en 2016 que Lázaro Báez no era ni lejos la empresa más beneficiada por su alegre reparto de obra pública, no demostró su inocencia con la frase, pero dejó mudos y paralizados a quienes la señalaban como la exclusiva beneficiaria de la asociación ilícita. El caso Odebrecht no tuvo en Argentina los mismos efectos dramáticos sobre sus políticos que en otros países porque el gobierno de Macri no firmó los acuerdos que posibilitarían la extensión de la causa al fuero local. Razones de alta política tal vez. Cristobal López tiene un socio macrista en el negocio del juego protegido. 

Los ejemplos son muchos y enojarán a los partidarios (fanatizados) de todas las tendencias. Pero se puede retroceder hasta donde se quiera en las asociaciones entre políticos, sindicalistas y empresas del Estado. Entel, Agua y Energía, Segba, no se fundieron sólo por una mala gestión. Sus grandes licitaciones de otrora, como ahora la venta de futuros del Banco Central, o las comisiones en la toma o pago de deuda del país, o los blanqueos, fueron siempre multipartidarias y coparticipadas. 

La venta de la empresa de Franco Macri a su sobrino Calcaterra  tuvo exactamente el mismo formato bondadoso y generoso que la venta de YPF a Eskenazi: “Pagámelo después, con las ganancias”. Se dirá que son formatos diferentes. Tal vez. Para el kirchnerismo fue un negocio. Para el macrismo fue un salvoconducto para limpiar el futuro de críticas y lupas. Claro que el peronismo, con Menem primero y con los Kirchner después, fue más alevoso, más irrespetuoso en sus formas de enriquecimiento y obscenidad. Gradaciones seguramente hubo y hay. Pero no se trata de hacer un ranking, sino de entender las causas del fracaso eterno circular. 

Siembra de obstáculos

En donde los partidos más se parecen, sobre todo cuando crecen, es en la siembra de obstáculos para que el individuo, el ciudadano, las células más pequeñas de la comunidad, las circunscripciones, las comunas, accedan al poder con representantes directos. Cuando se trata de persuadir a políticos de cualquier signo de la importancia de que, aunque fuere un tercio de los diputados se eligiesen por distrito y sin necesidad de un partido, pero sobre todo por distrito, se obtiene una lluvia de improperios. Todos los argumentos en contra de la idea son siempre descalificadores, insultantes o falsos. Inténtelo. La boleta sábana es un dogma. 

El sistema entero es una aristocracia de la burocracia. Los obstáculos que se han diseñado para la constitución de partidos son inconstitucionales y antidemocráticos. “Bastan 4000 personas o menos para formar un partido”- dicen los voceros de la burguesía política. Trate de hacerlo. O trate de hacer campaña para ser diputado sin gastar medio millón de dólares, una garantía de que quien lo intente estará buscando una franquicia para hacer negocios. 

Las reformas de Alfonsín a la Constitución en 1994 agregan un senador por la minoría, otra forma de escamotear y condicionar el poder, como se ve hoy mismo en el devaluado Senado de Cristina. Lo mismo ocurre con las PASO, que fueron inventadas cuando le convenía al kirchnerismo, fueron modificadas por el propio kirchnerismo cuando le convino otra cosa, y están a un paso de quedar en vida latente porque no le conviene a ningún partido. Lo que le importe al ciudadano no se tiene en cuenta. 

La rutina política está llena de trampas. Algunos de corrupción pura, como las leyes disolventes que apoyan el robo de tierras por seudoaborígenes, el subsidio compartido a madamas como el caso Sala, los subsidios otorgados a 20,000 desaparecidos inventados, que en muchos casos no fueron cobrados por sus familias sino por “la política”. Amantes y esposas que en nombre del cupo han heredado quien sabe cómo las habilidades de sus hombres, o de hijos que quién sabe por qué equivocación de Mendel han heredado la capacidad política de sus padres, cuando no sus cargos. Un fenómeno multipartidario.  O abogados recibidos en dos años, donde evidentemente tiene clara supremacía el peronismo. 

Nada es creíble

Cuando se habla de corrupción, no se habla sólo del robo o la maniobra económica. La política argentina es corrupta, está podrida, los sistemas son perversos y las leyes los apañan. Nada es creíble. Por eso los resultados son siempre los mismos. Y cuanto más corrupto el sistema, mayor es el populismo y el abolicionismo, una coima a la sociedad para ganar tolerancia. 

Los politólogos y periodistas especializados hablan del político profesional, del negocio de la política o del manejo de la caja como si fueran alternativas válidas, naturalizando la aberración como rutina y quitando todo valor a la vocación de servicio, al juramento por la patria. Los políticos han hecho de su militancia una salida laboral. Un Linkedin sin necesidad de CV ni formación. Como en la URSS, el poder lo decide el partido. O dos partidos, da igual. Los lectores seguramente se han preguntado muchas veces por qué el país siempre termina en la misma encrucijada: por la nueva clase. Por eso nunca baja el gasto, sangre y savia de la burocracia aristocrática. Por eso habrá más impuestos. 

Es cierto, existen globalmente, hasta cierto punto. También lo es que los países donde ello menos ocurre son los que tienen más bienestar y riqueza. La única nueva clase debería ser el ciudadano común. Basta dejar de lado el fanatismo para comprender que eso no está pasando. 

Como cuenta Orwell en Rebelión en la granja, de los siete mandamientos que debían regir el gobierno de los cerdos, que eran de igualdad, de honestidad, de respeto, luego de los cambios de la burocracia porcina partidaria y burguesa quedó uno solo en pie: todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.