Siete días de política

Deuda: un respiro en medio de un deterioro sin precedentes

El acuerdo con bonistas representa más un alivio político que financiero para Fernández, porque el Estado, de todas maneras, no iba a pagar. Llegó la hora de las definiciones económicas

Después de un largo tironeo con los acreedores protegidos por la justicia norteamericana Alberto Fernández consiguió su primer objetivo de gobierno: no pagar los bonos que vencen durante su mandato sin caer en default. Todos sabían que no iba a pagar porque no tiene los dólares. La duda residía en cuánto le costaría salirse con la suya y el resultado está a la vista: después de siete meses de conmovedora resistencia y de mejorar varias veces su “última” oferta consiguió el objetivo: transferir el stock de deuda a su sucesor, que ya adquirió el derecho de culparlo de sus futuras desdichas con los mismo términos con que él culpa a Mauricio Macri. Puesto en números: hasta 2024 Fernández tenía que pagar 32 mil millones de dólares; ahora pagará 4.500. Lo que se dice en lenguaje llano pasar el muerto.

Por su parte los bonistas consiguieron un precio bastante más favorable para sus títulos y la posibilidad de desprenderse de ellos recortando pérdidas. El empresariado local, en tanto, también salió ganando. Le sacaron la piedra en la mochila que hubiese significado otra cesación de pagos que les complicaría la gestión de cualquier crédito a tasas medianamente razonables.

El estado nacional, en cambio, no podrá endeudarse, porque sigue siendo insolvente. Conseguir dinero fresco para hacer populismo será una tarea poco menos que imposible. En ese rubro sólo dispondrá de la emisión y el consiguiente riesgo inflacionario.

Eso quedó reflejado en que después de una modesta “euforia” de los mercados el riesgo país, el dólar paralelo y los bonos volvieran a las andadas y el Banco Central a vender reservas. Las expectativas siguen siendo negativas. Después del triunfo de los Fernández en las PASO el riesgo país se proyectó a la estratosfera y continúa por encima de los 2.000 puntos.

El exitismo presidencial y de la mayoría de los medios ratificó la naturaleza política del logro gubernamental. Es el primero que consigue Fernández tras haber consumido su período de gracia con dilaciones, marchas y contramarchas y un declaracionismo intenso mientras las condiciones económicas y sociales caían en picada.

En este caso el acierto es atribuible a que Fernández contó con el visto bueno de su vice (unificó personería como se dice en la jerga) y prestó oídos a la alarma del Banco Central por la caída de las reservas. Hay una emisión monumental y cada peso que anda suelto va a parar al dólar.

Con su habitual sentido del humor el economista Juan Carlos de Pablo apuntó que los argentinos somos mucho más exigentes que el FMI. “En 2018 –-recordó en un informe-- Christine Lagarde no sabía qué más hacer para felicitarnos, y nos prestó muchísimo dinero; pero los argentinos compramos dólares, en vez de venderlos”. Esto ocurrió, muy probablemente, por que la señora Lagarde nunca vivió ni piensa vivir en la Argentina.

Al margen del mayor o menor entusiasmo con que se juzgue el acuerdo del gobierno con los acreedores, un hecho innegable es que el siguiente paso es el blanqueo de un plan económico o por lo menos de una serie de medidas para parar la caída de la actividad y enderezar las variables macro.

Para medir la magnitud de la crisis que el coronavirus profundizó baste con señalar que, según publicó en tapa un centenario matutino que no es “La Prensa”, el canje reportará un alivio de pagos de 42,5 mil millones de dólares en los próximos cuatro años. El déficit proyectado para 2020 es, en tanto, de aproximadamente 36,5 mil millones de la misma moneda, alrededor del 7% del PBI.

En 2019, bajo Mauricio Macri y por presión del FMI, el déficit primario había sido casi eliminado.

La recaudación según reconoce el propio gobierno (ver Visto y Oído) prácticamente desapareció. Las deudas de los contribuyentes con la AFIP alcanzan cifras alucinantes.

Hace dos meses el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF) alertaba a cerca de que la emisión para auxiliar al Tesoro había pasado holgadamente el billón de pesos y que la proyectada para todo el corriente equivaldría a un 3,5 del PBI, unos 18 mil millones de US$. La mayor emisión de los últimos 30 años.

Al presidente Alberto Fernández le llevó siete meses saltar la primera valla y ni siquiera lo hizo, simplemente la rodeó. Pero ahora se encuentra con que las que la siguen son más altas y no las puede eludir. Podría decirse que sus forcejeos con los poderosos fondos de inversión norteamericanos fueron un entrenamiento liviano para lo que viene.

Ahora le toca mediar en las inevitables pujas sectoriales de la pospandemia en medio de una situación macroeconómica desbordada. Tiene que negociar medidas de ajuste con el FMI y conseguir que las acepte su frente interno. Así, con recursos cada vez más escasos será  puesta a prueba la coalición política, sindical y empresaria que lo llevó al poder.