LA BELLEZA DE LOS LIBROS

El inventor José Hernández

La costumbre de comparar lecturas me ha enseñado que, así como hay escritores que han hecho de la aplicación y de la acuciosidad su método de trabajo, y, al cabo de los años, pueden mostrar una obra razonablemente digna y mesuradamente loable, hay otros —¡maldita sea su suerte!— a quienes el hada ha tocado con la varita mágica.

El efecto de esta varita excede en mucho la mera habilidad de producir literatura; consiste —ante un caso de necesidad poética (pedestres razones de métrica, de ritmo o de rima)— en la facultad de inventar expresiones felices: es decir, expresiones que digan lo que el autor quiere decir y que, al mismo tiempo, sean aceptadas sin violencia por el lector.

José Hernández —qué duda cabe— fue uno de los afortunados escritores favorecidos por la varita mágica. Entre tantos ejemplos posibles, me referiré a sólo uno.

El Hijo Segundo (Martín Fierro, II, xiii) describe las desdichas de los niños que deben vivir sin el amparo de sus padres. Dice:

 

El que vive de este modo

de todos es tributario;

 

Tras este exordio descriptivo, la próxima idea que debe exponer es que “falta el padre, o sea el jefe de familia”. Pero Hernández no puede escribir el octosílabo “falta el jefe de familia” pues necesita una palabra que rime con tributario. Entonces, su varita mágica le dicta:

 

falta el cabeza primario,

 

Estoy convencido de que el cabeza primario por “el jefe de familia” sólo existe en un lugar del mundo: en el libro titulado Martín Fierro. Y, resuelto —con absoluto desparpajo— este problemita de rima, Hernández concluye la sextina con su eficacia habitual, y dotándola del remate de una comparación en extremo gráfica:

 

y los hijos que él sustenta

se dispersan como cuentas

cuando se corta el rosario.

 

La varita mágica le ha permitido inventar la expresión y seguir con total fluidez hasta terminar la estrofa. La contundencia y la calidad de los seis octosílabos, la fluidez del razonamiento, la elegancia del lenguaje lograron que el cabeza primario pasara inadvertido o, mejor aún, se viese como una gala, del mismo modo que un grupo de pequitas anaranjadas no desmerecían un bello rostro de mujer:

 

El que vive de este modo

de todos es tributario;

falta el cabeza primario,

y los hijos que él sustenta

se dispersan como cuentas

cuando se corta el rosario.