UNA MIRADA DIFERENTE

El último acto de la decadencia americana

Con un presidente proteccionista y una oposición socialista, Estados Unidos conduce al mundo a una depresión con licuación pulverizadora.

El discurso que Jeff Bezos pronunció ante el subcomité del Congreso estadounidense que investiga a sus empresas más exitosas es mucho más que una pieza oratoria pergeñada por algún spin doctor privado, o que una obra maestra de inteligencia emocional, como algún periodismo ha dicho y otros han repetido. Es un compendio de todo lo que se ha escrito y dicho sobre el liberalismo desde Locke a esta parte. Es el mejor tratado de economía y sociología publicado hasta ahora. Y es también el ayuda memoria de todo lo que el gran pueblo americano parece haber olvidado. Por liberalismo se entiende aquí no sólo su aplicación práctica, el capitalismo, sino el principio vital de la libertad, de los derechos, del esfuerzo y del desafío de vivir. Que bien podría resumirse en una frase cuyo significado la humanidad dejará de entender en poco tiempo: el coraje y el empeño de perseguir un sueño. 

Probablemente si hubiera sido concebido en esta época, el alma mater de Amazon no habría llegado siquiera a nacer, fruto del traspié de una adolescente que decidió tenerlo y cuidarlo contra todos los avatares, y criado y amado por un padre adoptivo inmigrante que hoy sería perseguido por miedo a que se convirtiese en peligrosa amenaza al querer competir en el mercado laboral. 

La historia de Amazon y de su creador es la representación misma del capitalismo. Pocas veces se puede observar un ejemplo vivo y contemporáneo del éxito de una teoría. El sueño de plasmar una idea, la toma de riesgo al abandonar un empleo cómodo en pos de ese ideal, la dura etapa de conseguir algunos fondos para empezar, (“mis padres me dieron sus ahorros, a sabiendas de que podían perderlos, no entendían ni creían en mi proyecto, creían en mí”) la engorrosa y complicada tarea de crear alianzas, cadenas de valor virtuales, la construcción de un equipo de trabajo, lenta, compleja, pacientemente, que tan poco entienden los que creen que las empresas disfrutan al despedir personal. Por eso no fue casual su mención al millón de empleados de la empresa, una condecoración que luce con orgullo y de pleno derecho. 

Los jóvenes que lo escuchaban en algún keynote speech allá por la mitad de los 90, se inspiraban en él y lo admiraban, pero al mismo tiempo advertían lo quijotesco del emprendimiento. Hacer una librería sin tener ni un solo libro, hacer logística puerta a puerta sin tener un solo camión, ni interestatal ni local, cobrar sin tener experiencia bancaria ni influencia alguna sobre el sistema de pagos por tarjeta. El negocio inicial era una recreación del viejo método de venta por catálogo, montado sobre los depósitos que las demanda del sindicato de camioneros había obligado a desparramar por todo Estados Unidos al limitar el tramo diario de viaje. Desde allí fue bordando el desarrollo de un negocio global, que se potenció con el agregado del ebook y su Kindle, ahora virtualizado en cualquier smartphone, y luego con cientos de innovaciones y prestaciones.  

Los tira y afloja con las editoriales, los transportistas, las tarjetas, los partners en las diferentes etapas, son, además de habituales en cualquier actividad, parte de la disputa continua de los mercados, invisibles a los ojos del consumidor, que simplemente recibe su producto en el plazo fijado, lee su ebook y mira su película sentado en su living o en la Mac de su oficina. Por eso tampoco es casual que Bezos haya citado a Walmart entre sus competidores. 

Sorprendente

El recorrido de Amazon en este cuarto de siglo, para usar un juego de palabras en inglés, es amazing, sorprendente, mágico. Nadie sabe el grado de involucramiento personal y dedicación que se oculta detrás de ese tipo de éxitos. Ni el esfuerzo que conlleva la construcción de equipos humanos. Y algo más. Nadie mide la importancia del riesgo de quienes aportaron su capital, los accionistas, los miles y miles que arriesgaron sus ahorros porque creían en la empresa y su proyecto. Si esto hubiese ocurrido en Argentina, el presidente de la Nación habría calificado a esos inversores de “especuladores que no participan del proceso productivo”. 

No sorprende, sin embargo, que el Congreso americano esté investigando a Apple y Amazon. También en ese país el exitoso se ha vuelto sospechoso. Como alguna vez vaticinara Tocqueville, los gobernantes tienden a complacer a sus votantes aún en sus mayores errores, los envuelven en frazadas demagógicas, arropan su molicie y los convencen de su inutilidad, impotencia y sobre todo les fomentan su complejo de inferioridad y envidia. En esa línea, se confunde éxito con monopolio. Ni Apple ni Amazon, ni Facebook, han hecho nada para impedir a quien fuere competirle. Salvo ser mejores. No buenos. Sólo mejores que su competencia real o potencial. Netflix barrió con un líder indisputado cuando Blockbuster envejeció en su conducción y sus ideas. Ni siquiera le ganó con tecnología. Bastó un cambio en el sistema de entregas y en el modo de contratación, recordarán los memoriosos.

Amazon no fue a pedirle al gobierno que obligara a Barnes & Noble a dejarlos vender libros puerta a puerta. La antigua librería americana también sacó su implemento de lectura digital y su sistema de ebooks. Y fracasó. Así es el capitalismo. Las empresas disputan el mercado. Nacen y mueren, la destrucción creativa que explicó Schumpeter y que tanto molesta cuando se pierde. Pero el consumidor gana. ¿Por qué no hay un Amazon que venda libros en Argentina?  Porque no hay un Bezos. ¿Por qué no hay un sitio de cine latinoamericano que venda películas que no tienen cabida en las salas? Porque es inviable, dicen. Esa es la palabra que escucharon muchas veces Jeff, o Steve, o Mark.  Para pensar, jóvenes. 

Hace casi medio siglo, cuando se terminó el ciclo de 100 años de su brillante revolución industrial, que Estados Unidos viene crecientemente protegiendo a los perdedores, no premiando a los ganadores. Es cierto que Wall Street ha sido protagonista de estafas a todo nivel, apañadas por el estado, incluyendo la Fed y el Congreso. Pero esos no son ganadores. Son tramposos. Son perdedores ilegítimos y debieron ser encarcelados. Pero también fueron protegidos.

Un protector

La elección de Donald Trump mostró claramente que los perdedores eran muchos y ansiaban un protector. Los participantes de viejas industrias desplazadas por una competencia que no sabían enfrentar. La industria automotriz, por ejemplo, fue apabullada por Japón, con sueldos mucho más altos, pero con una moderna concepción que Detroit no imitó. Otras industrias simplemente fueron muriendo por obsolescencia o nuevos hábitos de consumo. La reacción de Trump para complacerlos fue anticuada y fatal: poner recargos, amenazar a sus empresas que contaban con cadenas de valor global para que aplicasen un “compre nacional” como haría cualquier populista bananero. Apelar a la acusación de espionaje tipo Big Brother. En esa misma línea proteccionista, presionó por la baja de las tasas y la devaluación del dólar también como cualquier populista de habla hispana, y de refuerzo, aumentó el gasto militar, o sea el gasto público, con la inimputabilidad que caracterizó su vida. Por supuesto que se plegó a la prédica de los monetaristas matematicistas que bregan por una inflación que licue la deuda y supuestamente aumente el empleo, según una fórmula curandera que predican. Una mezcla de nacionalismo de barricada, proteccionismo, keynesianismo y liviandad de juicio. 

Como del otro lado tiene a la oposición demócrata que defiende el socialismo  con sus postulados de la renta (?) universal y el impuesto infinito, a la vez que cualquier movimiento disolvente que aparezca, el carotenado presidente luce a primera vista como un liberal a nivel Thatcher, y tiene fanáticos no sólo en su país sino entre muchos que ven su alejamiento de entes burocráticos como la OMS, la OTAN o la CDDHH como una muestra de anticomunismo y no como una faceta de la renuncia al papel americano de líder del orden mundial. El maniqueísmo partidista también es un instrumento que han utilizado muchos líderes de opereta latinoamericanos, junto a otras figuras repugnantes a nivel universal. 

La pandemia obra como una lente de aumento y un acelerador de partículas de estas tendencias. El endeudamiento de los estados es rampante. Las tasas de interés son negativas, la inflación es inevitable, la emisión es ahora un sistema válido e irremplazable de financiamiento, el empleo se evaporó, y las pocas empresas con valor propio real son acorraladas en el Congreso americano. 

Es difícil creer que la FED, emasculada por Trump y con conducciones débiles de burócratas sublimados, vaya a aumentar las tasas si sube la inflación, como ocurría hasta hace un año. Como es difícil creer que el gasto vaya a bajar, ni siquiera en relación al PBI. Tampoco EEUU va a abandonar su cómodo proteccionismo fomentado, ni lo hará Europa. Al contrario, la tendencia es a la inversa. En el caso de Europa, el manotazo impositivo se hará sentir en cuanto asome el menor atisbo de crecimiento. Esto significa que se caerá en los mismos errores de la depresión de 1930 a sabiendas. Proteccionismo, estatismo, falta de confianza, temor al riesgo, alto gasto, con los mismos resultados : desempleo y depresión mundial. 

La emisión no esterilizada, la nula tasa de interés, la suba de costos provocada por las políticas proteccionistas y de subsidios y gasto público, terminará influyendo para licuar la deuda global con una estanflación, lo que, paradójicamente, no redundará en una mejora de financiamiento para las empresas, al contrario. La política ha hecho olvidar en pocos días las lecciones de la historia. 

Paradojalmente, frente a este panorama China parece capitalista, y así lo pregona. Pero sin una fuerte interrelación con EEUU y Europa sólo puede aspirar a ser el líder de los pobres por la próxima década, suponiendo que pueda comprarles lo suficiente como para mantenerlos interesados en un comercio mutuo. Un tironeo entre perros salvajes para ver quien se queda con la escuálida presa. La resultante será un sistema de tratados que, en vez de ser de apertura, serán de limitación del comercio. Todo lo opuesto a la globalización. También en las consecuencias: pobreza, desempleo, conflictividad bélica. 

En ese mundo de temor, inseguridad y falta de confianza del individuo en sí mismo, no ser mediocre es indudablemente un pecado, preferentemente un delito. Por eso, con total coherencia,  se está interpelando a los exitosos en la que fuera la cueva del Macarthismo, el Congreso Americano.