El peronismo y sus circunstancias

En algún sentido, el peronismo podría ser definido parafraseando a Marx: “¿No le gusta mi peronismo? No importa: tengo otros”. Claro, no se trata del filósofo de Tréveris sino de Groucho. 

Existe un peronismo para cada gusto, a la carta. Uno que privatiza, otro que estatiza; uno tercermundista, otro que busca optimizar las relaciones con el mundo desarrollado; uno que dice promover el capitalismo, otro que prefiere combatir al capital; un peronismo que reivindica a los terroristas de los setenta, otro abomina de ellos. Para todos los gustos. Para rubios y para morochos, para católicos y agnósticos, para libros y alpargatas. 

Esta diversidad, que a nivel de dirigencia bien podría calificarse de impostura, es la que le permite abarcar un ancho espectro político y captar votos de indigentes, marginados, clase media progresista de izquierda, nacionalistas de derecha, empleados y obreros sindicalizados. Canaliza también el resentimiento contra “los ricos” que, como se sabe, en la Argentina no son admirados sino repudiados.

Sin embargo, el peronismo siempre tuvo en cuenta el contexto histórico en el que le tocó gobernar. Hasta ahora.

Los años gloriosos

En los tiempos previos a la penicilina la enfermedad venérea más popular tenía una cura muy incómoda y dolorosa sobre la base de mercurio. En ese tiempo circulaba una sentencia humorística: “Una noche con Venus, seis meses con mercurio”. O sea, un placer fugaz y luego padecimientos prolongados. Con el populismo en general y el peronismo en particular, sucede igual: a una sensación breve de bienestar suceden largos períodos de postergación y atraso. 

Cuando se va Miguel Miranda a comienzos de 1949, el nuevo protagonista económico, Alfredo Gómez Morales, informa a Perón que la situación de la economía y de las finanzas no era buena, que era preciso rectificar un rumbo. Pero Perón aspiraba a la reelección y faltaban aún dos largos años para los comicios presidenciales. Antes de eso modificó la Constitución e impuso una Carta Magna furiosamente nacionalista. Pero una vez reelecto, entonces sí, comenzó su ajuste. 

Este cambio de rumbo ha tenido pocos escribas. Los peronistas, suelen omitirlo por razones obvias: ellos han construido un mito a partir de la fiesta de 1946 a 1949, que sólo fue posible a partir de la situación económica y financiera desahogada que vivió el país al no participar de la Segunda Guerra Mundial y ejercer como proveedor de las potencias aliadas.

El ajuste de Perón

En su autobiografía, Antonio Cafiero cuenta los desplantes que él y su grupo hacían a Gómez Morales, disconformes con la política de ajuste que el entonces Ministro instrumentaba con la anuencia de Perón. Dice Cafiero que, en términos actuales, se trataba de una política “neoliberal”.

El principal calificativo que merecía, sin embargo, era el de realista. En efecto, en su Segundo Plan Quinquenal Perón impulsó un giro drástico a la política económica que había llevado a cabo hasta ese momento. 

Por un lado, acabó con la creación de empresas públicas e intentó que los precios de las tarifas estuvieran en relación con los costos de producción y generación. También hizo aprobar una ley para promover las inversiones extranjeras y para que esos inversores pudieran retirar sus ganancias del país. Se realizó el Congreso de la Productividad, a través del cual se envió el mensaje que los aumentos de salarios debían provenir necesariamente de aumentos en la producción por hora trabajada. Además, y como broche final, se intentó un contrato con la petrolera Standard Oil de California a fines de poder extraer la parte de petróleo que el país importaba y que YPF no estaba en condiciones de producir. Todo esto le valió a Perón reproches por parte del ala izquierda del peronismo. 

Los años de Menem

Menem asume en un año simbólico, con coordenadas históricas muy singulares. Cae el Muro de Berlín y el comunismo se derrumba en la URSS y Europa del Este. 

Menem, que había hecho una campaña peronista clásica, proponiendo nacionalismo y salariazo, termina haciendo la reforma de mercado más profunda que nadie hubiera podido imaginar. Cierto es que se sube a una ola mundial de prestigio de las ideas de la república y la libertad comercial, pero Argentina contaba con motivos propios para privatizar, desregular y liberalizar su economía.

El resultado fue un crecimiento notable, en gran parte producido por la conquista de la estabilidad en los precios aunque lograda sobre la base del establecimiento de un tipo de cambio fijo que a lo largo del tiempo acumuló una presión que resultó fatal. La ideas de la libertad política y económica fueron mayoría durante estos años de la mano, (¡quién lo diría!) de un peronista. 

El regreso a los cuarenta

Los años de los Kirchner fueron, en ciertos aspectos, una copia de los cuarenta. Aunque esta vez como comedia. Por la devaluación realizada por Duhalde tras la quiebra de la convertibilidad, la moneda nacional perdió dos terceras partes de su valor. El dólar subió al cuádruple y luego se estabilizó en 3 pesos. Esto permitió al gobierno regodearse con los superávits gemelos durante toda la presidencia de Néstor Kirchner. Además, las commodities comenzaron a subir hasta alcanzar precios excepcionales. La soja llegó a 600 dólares la tonelada y la avidez del gobierno desató el conflicto con el campo a comienzos de la presidencia de Cristina Kirchner. La derrota electoral de 2009 hizo que el gobierno disparara el gasto público rumbo a la reelección. La inflación quebró la barrera de los dos dígitos y pese a los congelamientos de tarifas, al retraso cambiario y las mentiras del INDEC, llegó a rozar el 40% anual. 

La extensión de los programas sociales se montaron sobre los precios excepcionales de los cereales y oleaginosas. El populismo prometía holgura para siempre y mostraba un estado dadivoso que hacía pensar que eso era posible. Cuando los precios internacionales recuperaron niveles más razonables, todo el esquema se vino abajo. A fuerza de congelamientos y dilapidación de las reservas, complementado con un déficit fiscal colosal, quedó armada una bomba de tiempo que, si bien no le explotó a Macri, fue suficiente para que no lograra la reelección.

Populismo sin recursos

Durante el último gobierno de Cristina Kirchner, el gobierno ya carecía de los recursos que permitieron sostener los dos primeros períodos. Los precios internacionales se habían desplomado y sólo quedaba el mecanismo de la expansión monetaria. Como ello generaba inflación, entonces sobrevinieron artificios como el retraso cambiario, los congelamientos de tarifas y controles de precios. El tránsito hacia una situación más normal de todas estas variables significó un inevitable sacudón económico que frustró la reelección de Macri. Los ajustes son odiosos y cuentan con el rechazo generalizado.

Pese al esfuerzo de reacomodamiento realizado por el gobierno anterior, Fernández carece de los recursos que le permitan reiterar el populismo de la primera década del siglo. Esta vez no hay margen para expandir el gasto sin obtener consecuencias desastrosas en forma inmediata.

Eso significa que insistir por ese camino supone la deriva hacia una situación venezolana. Pero ahora el gobierno cuenta con la pandemia para explicar cualquier estrépito.

El desastre de la economía será atribuido a la pandemia y no a los dislates del populismo. Por eso, el peligro es mayor.