Una mirada diferente

Por qué Mercado Libre es un grave peligro

El bloqueo y sitio de los centros de distribución de la más grande empresa argentina con el sello corsario de Pablo Moyano, no es, está claro, un hecho aislado ni espontáneo. El peronismo, como la marabunta, tiene siempre apariencia de desorden y descontrol, pero en el fondo actúa obedeciendo reglas atávicas dictadas por su genoma colectivo inexorable. Como el mandato del emblemático y estereotipado escorpión que tipifica para muchos las compulsiones de la jefa del Gobierno, nuestra señora de las mulitas. 

Además de que los argumentos que se esgrimen en esta nueva prepotencia son jurídicamente falsos, lo son también las acusaciones de explotación salarial, atrasos y otros argumentos que esgrime Pablo, subrogante de su padre, el gremialista ejemplar, en la conducción del gremio de choferes de camiones, que ha usurpado también el término logística para intentar ampliar su poder a ramas complejas de la comercialización que ni siquiera conoce. Con éxito, habrá que reconocer, porque Camioneros, o los Moyano, según se mire, son hoy socios ocultos de todas las empresas logísticas privadas, además de dueños putativos de OCA, y participantes en todas las actividades logísticas y a veces no logísticas de las grandes empresas de comercialización privadas. 

Matonería e impunidad

Cuando el hijo del amigo presidencial dice “si el gremio quiere, Mercado Libre no trabaja”, aparte de confirmar su matonería e impunidad, tiene razón. No hay que olvidar cuando postergó la sustitución de resúmenes bancarios en papel por su envío digital para no perder el negocio postal implícito, o suspendió el cobro por cámaras del peaje, sistema cuyo personal está mágicamente afiliado a su gremio, cuyos asociados suponen conducir camiones, no casillas que no van a ninguna parte. 

También en este caso, en el más puro estilo corporativo mussoliniano que caracteriza tanto a grandes empresas privadas como a empresas sindicales, la opinión de los trabajadores afectados resulta irrelevante y no merece ningún respeto, tanto en su decisión de ir a trabajar, como en la de afiliarse a otro gremio por el que se sientan mejor representados. 

En una línea parecida está la persecución y apriete al CEO internacional y fundador de la empresa, Marcos Galperín, acusado por el fanatismo oficialista de haber apoyado al expresidente Macri y como consecuencia merecedor del escarnio por parte del gobierno de reivindicación kirchnerista. Más allá de toda consideración política, cualquier empresario, de cualquier tamaño, estaría más cerca de un gobierno de libertades que de un gobierno de controles. Salvo las macrosanguijuelas que vienen prendidas del estado desde 1943. 

En la misma línea, ayer la AFIP publicó una resolución de dudoso apego constitucional que fija nuevas reglas para establecer la residencia fiscal a efectos del pago del impuesto a los Bienes Personales que es tan dirigida y específica, que bien podría llamarse Resolución Galperín. 

Más allá de estas tristes anécdotas, y en la lógica del estatismo y populismo peronista y del sistema empresario-sindical que es su socio eterno, Mercado Libre implica un grave peligro que debe ser vigilado, limitado y si es posible erradicado del entorno económico nacional. 

Para comenzar, se trata del éxito de la meritocracia. Su fundador, en 1999, no se benefició con la estructura de falsa inclusión deseducativa que el populismo ha implantado. Al contrario. Es el fruto de una formación nacional e internacional de excelencia y de esfuerzo. Para un movimiento que ha hecho de la mediocridad y la ignorancia una de sus banderas, se trata de un peligroso ejemplo. 

También lo es que haya sido capaz de crear un unicornio que plantea una concepción moderna del comercio, algo tan odiado por los regímenes de planificación central y similares. La distribución siempre ha sido denominada “intermediación innecesaria” desde Marx&Stalin a Perón&amigos. Debe ser insoportable que alguien se haga billonario defendiendo los principios de libre comercio, de mercados absolutamente transparentes y no controlados. O que se atreva a romper el sentimiento de inferioridad inculcado y a negociar en la cuna del capitalismo con inversores auténticos, no con bonistas que prestan para aumentar el gasto público y luego se enojan cuando no se les quiere pagar. 

Peor es que lo haya logrado sin coimear a los funcionarios, ni coparticipar sus ganancias con el poder, ni haciendo lobby para conseguir prebendas y sin necesitar al estado, lo que debe ser considerado un accionar de extremo peligro. Si fuera emulado, ese proceder podría hacer perder quién sabe cuántos pobres, subempleados o marginales en el futuro, la materia prima de lo que, casi en una burla, se llama justicialismo. Tal vez por eso se lo acaba de excluir de los beneficios que el estado otorga a las empresas de software. (Se excluyó a las empresas que desarrollan soft para su propio uso) Pura  ignorancia económica, además. El software es, en muchísimos casos, casi un commodity. Justamente Mercado Libre y otras similares le generan valor agregado. Como Facebook, o Google, o cualquier red o app de uso universal. 

El unicornio exitoso

El unicornio de Galperín no partió de una idea original. Fue una reproducción del sistema de eBay, aplicada al orden local. No muy distinto al siglo de oro americano, entre 1875 y 1975, en el que los inventores se copiaban, se imitaban, se inspiraban o mejoraban la idea de otros. De las disputas entre Dunlop, Firestone y Goodyear, surgió la moderna cubierta vulcanizada e inflable, por ejemplo. ML tuvo que recorrer un largo pero veloz camino en estos 20 años. Desde conseguir los inversores a vencer la reticencia natural de los argentinos a “poner una tarjeta en la web”, algo inconcebible hasta hace poco tiempo. Por ese criterio, seguramente, eBay terminó siendo uno de los inversores de la empresa, y cuando dejó de serlo, continuó su cooperación mutua con ella. 

La creación posterior de Mercado Pago fue revolucionaria, porque cambia todo el paradigma de pagos. Como lo fue la idea de calificar públicamente a comprador y vendedor. Hoy la línea verde o los comentarios a favor y en contra de un participante del mercado, son imprescindibles al hacer una compra. La sola idea de que alguien pueda calificar a un proveedor o producto negativamente cambia las conductas instantáneamente. Semejantes logros son un pésimo ejemplo para los intervencionistas y reguladores del mercado. La idea de transparencia, de oferta y demanda, de eficiencia, la teoría económica de la libertad de mercado llevada a la práctica de modo universal e instantáneo, no puede menos que ser una amenaza no sólo para los burócratas antimercado, sino para otros sectores, como los bancos, que fueron despertados de su cómodo sueño monopólico cuando descubrieron que la nueva empresa les estaba birlando el monopolio en sus narices. Por eso también corrieron a pedir la protección y la regulación estatal. 

Con críticas y reclamos, muchas veces merecidos, ML se ha ganado la confianza del consumidor, últimamente en la pandemia, donde fue la salvación de los compradores y también el mecanismo de supervivencia de muchos pequeños negocios, existentes o creados ad hoc, de artesanos, artistas, modistas, cocineros, cuentapropistas que se mantuvieron conectados con el resto del país merced a la multinacional argentina, que ya opera en 16 países. Al punto que, cuando la pandemia se haya ido, o mejor, cuando el estado deje de jugar con las cuarentenas, este emprendimiento online crecerá aún con más velocidad, y será la primera opción de compra. 

¿Cómo no temerle, cómo no sentirse amenazado por semejantes libertades, por la consagración instantánea de las teorías de mercado, desde Smith a Hayek? Ni siquiera hace falta recurrir a la mano invisible para explicarlo, ni al concepto abstracto de una inteligencia colectiva que determina los precios, la distribución, la producción, el stock de bienes. Basta escribir lo que alguien busca en un rectangulito. 

Sindicalismo obsoleto

También en el área laboral está creando un gran riesgo. El de que los trabajadores elijan a la empresa, en vez de ser al revés. Y algo mucho más grave: que haya un gremio exclusivo que agrupe a los trabajadores de un solo conglomerado. Eso sería inaceptable para los moyanos barrabravas. Porque además implicaría que los trabajadores se beneficiaran del éxito de la empresa en que trabajan, una coparticipación natural que odian los sindicalistas, cuyo negocio es hacer creer a sus asociados forzosos que los están defendiendo del robo de la plusvalía. Todo lo que sea moderno es una amenaza para el sindicalismo obsoleto. Ahí se cae, curiosamente, la mentira de la redistribución de la riqueza. Eso no le conviene a los bloqueadores de hoy. Por eso se oponen a la agremiación por empresa. 

Esta combinación de talento, confianza en sí mismo, creatividad, perseverancia, esfuerzo, inversión, riesgo, permanente desafío y éxito, es simplemente insoportable para la filosofía peronista-populista-seudoprogresista que es hoy lamentablemente mayoría, por lo menos en las urnas. Y también para el gobierno. Cuando Fernández dice que quiere revisar el capitalismo, lo que implica es que quiere buscar maneras de recaudar más impuestos, de repartir más lo ajeno, de reforzar su burocracia, supuestamente administrando mejor que los propios interesados su futuro y sus patrimonios. 

Cuando piensa en estímulos, piensa en los subsidios y seudoinversiones estatales para fomentar la construcción, un modelo de hace 100 años, además corrupto. O en un blanqueo para los amigos. O en un ruinoso salario universal que alejará toda propensión al trabajo, si aún queda, y multiplicará el déficit, la inflación o la deuda. O todas juntas. No piensa en la potencia y la capacidad de los emprendedores, ni en el esfuerzo, ni en la importancia de la educación, ni en la inversión real, ni en atraer talentos para crear muchos unicornios. No sabría qué hacer con ellos, ni como controlarlos u obligarlos, ni cómo dominarlos. El peronismo no podría repetir los casos Ciccone, Repsol, Cresta Roja, Vicentin, y otros menos conocidos. 

En algún punto, - dialéctico, se acepta -  Mercado Libre simboliza dos conceptos que el peronismo ha aprendido a manosear, a odiar y a temer: mercado y libertad. Es coherente que lo considere un enemigo peligroso.