DESDE MI PUNTO DE VISTA

Socialismo carnívoro o socialismo vegetariano

Abre telón, el escenario está vacío salvo por una camilla en la que está sentado un señor muy compungido, su cabeza gacha, solloza. A su lado, de pie, vestido con bata de médico, otro hombre hace anotaciones:
- La situación es alarmante, sus arterias están colapsadas, no tiene un futuro prometedor.
- ¿Dr. me voy a curar?
- Bueno, si deja de beber como un cosaco, comer como si fuera la última vez, si hace mucho ejercicio y deja de fumar, existe la posibilidad de que su sistema circulatorio no termine reventando

La verdadera enfermedad de pobre hombre en la camilla no es su sistema circulatorio sino el uso que su dueño le ha dado. Es el sistema de vida que lleva lo enfrenta a la muerte y él sabe que cuando deje de fumar, coma sano y se mueva un poco, se va a mejorar. 

Bueno, si la obra de teatro se llamase “Argentina”, nosotros, como pacientes, pensaríamos que lo que se necesita para curarnos es un buen atracón, regado con todo el alcohol que podamos comprar o pedir prestado, mientras fumamos como chimeneas, sin movernos del sillón más cómodo que exista.

Si esta modesta puesta en escena suena exagerada, baste con citar un estudio de la consultora Taquión Research Strategy que determinó que 8 de cada 10 argentinos se irían del país si pudieran hacerlo. O sea que en un país donde los ciudadanos votan cada dos años, el 80% no sólo no se considera responsable de la decadencia que afecta a su país sino que huiría de la propia decisión que, mayoritaria y regularmente, toma cada 24 meses.

Somos un neurosiquiátrico a cielo abierto.

Repasemos las razones de nuestra enorme disconformidad: El deseo de querer salir del pozo existe, caso contrario, la gente no buscaría emigrar. O sea que el diagnóstico de la decadencia es casi unánime, hasta acá estamos de acuerdo con el doctor: vamos a reventar. 

La confusión se plantea cuando se quiere salir sin hacer nada para lograrlo. Y no sólo eso: se quiere salir, pero se insulta a quienes nos proponen un tratamiento que implica esfuerzo y en cambio se apoya a quienes cavan más el pozo. Se quiere salir, pero comiendo, bebiendo y fumando, que es precisamente lo que nos metió en el pozo. ¿Suena loco? El deseo de querer salir del pozo es estrambótico, porque incluso aquellos que afirman ser “antikirchneristas”, tienen ideas, costumbres y deseos profundamente kirchneristas.

No estamos así por culpa del kirchnerismo, estamos así porque, en la cosmogonía en la que se desarrolló la sociedad en las últimas décadas, el kirchnerismo encontró un hermoso caldo para instalarse y crecer. Todo el sistema de incentivos individuales que conforma el crecimiento de una nación, fue aplastado durante casi un siglo, sin importar quien gobernara. En su lugar creció un sistema de cazadores de renta estatal en diversas escalas. Así que abandonamos las actividades productivas, para conseguir contratos otorgados por el Estado, ya sea a lo grande en la obra pública o pequeños en un puesto vitalicio en una dependencia municipal. Esto, durante décadas desestimuló la inversión, la producción y la innovación. Con el sistema de incentivos averiado sólo nos preocupamos por sostener las relaciones con el poder que nos asegurara el sustento, en escalas que van del puntero al ministro, la canción es la misma.

La oferta política es una góndola como cualquier otra y nuestra dependencia del Estado hace que sólo queramos comprar productos que nos ofrezcan salir del pozo sin esfuerzo. Así que en cada elección tenemos en la góndola matices que representan nuestro estrafalario deseo de curarnos sin tratamiento. Nuestro panorama político, en consecuencia, nos obliga a elegir entre una izquierda setentista resentida y una izquierda moderada con aspiraciones nórdicas. Es marginal electoralmente cualquier movimiento que se corra a la derecha aún cuando sea esto lo que deseamos y por eso el 80% que desea emigrar no iría a Venezuela sino a países donde lo que es marginal es la oferta de izquierda.

Parangones con Venezuela

Hablando de Venezuela, repasemos el paralelismo: Chávez en 1992 hizo un fallido golpe a  Carlos Andrés Pérez, presidente por el partido Acción Democrática, perteneciente a la Internacional Socialista, basado en el discurso de la lucha de clases. Luego ganó las elecciones con el mismo discurso con el que su régimen lleva 20 años en el poder. Quienes se han opuesto al chavismo? El reconocido como presidente de la Asamblea: Juan Guaidó miembro del partido Voluntad Popular, también inscrito en la Internacional Socialista, y así todos los actores políticos relevantes de oposición venezolana que se definen como socialistas (a excepción de María Corina Machado, sistemáticamente corrida de la escena, casualmente).

¿La oferta política es causa o consecuencia? Con enorme apoyo popular, el petróleo venezolano se nacionalizó en 1976, a partir de esta decisión, el gasto de la clase política venezolana no conoció techo. Para cuando los precios del petróleo se derrumbaron ese gigante que era el Estado paternalista venezolano ya no se podía financiar y debió endeudarse como un adicto. El jueguito de la dura herencia y el Estado benefactor sostuvieron la estructura de gasto y deuda que subsidiaba la “mesa” de los venezolanos, que cada vez era más mísera. Años después y ante el abismo, un mínimo intento de corrección de este descalabro originó la “protesta social” fogoneada por los partidos de corte socialista (incluyendo a los miembros del partido gobernante que quitaron el apoyo a su presidente) sumado a una lista de “intelectuales y miembros de la cultura bienpensante” siempre dispuestos a denunciar al “neoliberalismo” y subrepticiamente apoyados por la mafia empresarial beneficiaria del sistema proteccionista devenido del intervencionismo. Todo saltó por el aire con el Caracazo con muertos, heridos, saqueos y represión. ¿Suena familiar o no?

Para que la sociedad venezolana fuera tan fácilmente cooptada por Chávez, fue necesario que estallara ese ecosistema parasitario que durante décadas fomentó la perdición del país. La llegada del chavismo es la consecuencia directa de la socialdemocracia, y a pesar del relato revolucionario, no se trató de un cambio de modelo, sino la evolución única posible de la socialdemocracia de origen. Para no andar con medias tintas: Chávez fue el garante de los privilegios de las elites empresarias y políticas ante el colapso del modelo.

Comprender la historia de la Venezuela prechavista es acuciante, hoy, para los argentinos. Porque la inmensa mayoría de la oposición al kirchnerismo está compuesta por partidos y políticos que suscriben abiertamente al proyecto socialdemócrata que arruinó a Venezuela. Y no pueden o no quieren proponer un cambio real en el sistema económico porque son parte de la enfermedad que tiene al señor sentado en la camilla al borde de la muerte.

Mirando al 2021

De triunfar, el año que viene, la vía colaboracionista al kirchnerismo, actuará (es inútil negarlo) como un corrosivo que va a arrastrar a los no kirchneristas a la desmovilización y la frustración. 
Ya no habrá pulsión de dar la pelea por las ideas si avanza la corriente “moderada”, que desde todos sus canales de comunicación exige no entrar en conflicto, adaptarse, contemporizar. Rendirse, digamos todo. La vía colaboracionista conduce a la sumisión y al suicidio del país, ahí está Venezuela para demostrarlo.

“Garrote y prensa” era una consigna con la que Franco seleccionaba algunas selectas sentencias que eran parte del paquete aleccionador que sostenía al sistema y así darle aire en los medios. “Garrote y prensa” es la sentencia que ha caído sobre los manifestantes contra la cuarentena inconstitucional que los oficialismos han dispuesto. Multas y detenciones sabrosamente divulgadas por los periodistas ahogados en pauta. “Garrote y prensa” con operaciones mediáticas de victimización tan burdas como eficientes que dejaron en evidencia una sola cosa: el desprecio de los partidos políticos socialdemócratas por el enojo y el quebranto de sus bases electorales. Leen los fenómenos sociales como el kirchnerismo y terminan comunicando lo mismo. No pueden o no quieren proponer otra cosa ante la caída económica más importante de la historia del país.

Ecosistema podrido

Bueno, así como el señor de la camilla no se va a curar por el solo hecho de desearlo y sin hacer tratamiento, Argentina no va a mejorar con buena onda y optimismo, sin eliminar las causas que han provocado el desastre que hace que el 80% de los argentinos quiera huir despavorido. Nuestro ecosistema político ha provocado una contracción brutal de nuestra riqueza y un sistema de esclavismo clientelar impagable que fue parcheando las crisis con dinero prestado. Cada tanto nos piden devolver lo que en mala hora se pidió prestado para hacer de cuenta que no pasaba nada y ganar a corto plazo una elección.

Siempre diciéndonos que no estábamos enfermos, que no era necesario hacer tratamiento. Y ahora nos encontramos con el problema de raíz, una casta política que nos considera de su entera propiedad, que nos puede prohibir trabajar o circular y que tenemos la obligación vitalicia de mantener aunque sea a costa de dejar de comer. 

Debido a esa perversidad que polariza entre un socialismo carnívoro o uno vegetariano, la resistencia a los totalitarios viene resultando nula. La libertad es un logro alcanzado duramente, siempre amenazado por los que ven en el despotismo la solución simple a los problemas. La anulación de las libertades es los que, de hecho, tenemos hoy con esta oferta política que avaló más del 80% que, curiosamente, quiere emigrar. ¿Qué van a buscar afuera? Un sistema de mercado libre en el que puedan comprar y vender lo que desen y no lo que el gobierno les dice, un sistema político que controle al poder y no que pacte espuriamente. Un país en donde la corrupción no sea el hazmereir mundial, una escala de incentivos que apuntale y desarrolle la producción y el trabajo, un sistema de justicia que asegure el respeto a la propiedad privada.

En fin, el 80% que se quiere ir aspira a un país desarrollado, y no al pozo socialista que es Venezuela. No queremos lo que votamos, eso es lo que no queremos reconocer. La polarización a la que nos enfrentamos en cada elección posee un potencial devastador inmenso y corremos el peligro de acabar arrollados por una farsa que sólo busque, como el chavismo, sostener los privilegios de la casta.