Los sabios ciegos y el elefante

Existe un cuento, aparentemente hindú en sus orígenes, que luego se trasladaría a varias otras culturas, en el cual un rey ciego, quizás en referencia a Dhritarashtra, el rey ciego del Mahabharata, solicita a sus consejeros también ciegos que le informen la naturaleza de un objeto que le han obsequiado. Cada uno, tocando una parte del mismo, termina sacando conclusiones parciales. Inevitablemente, éstas resultarán equívocas. 
En realidad, era un elefante, pero cada consejero había llevado sus percepciones parciales al todo, a una conclusión. Esta anécdota ha cobrado una popularidad en los más diferentes terrenos e ilustra de manera muy clara cómo la visión parcial debe tener un contexto amplio para ser comprendida. En psicología cognitiva, se trata de uno de los sesgos cognitivos, el de la generalización, tomar una percepción parcial y extenderla al todo, inclusive por fuera de su ámbito. La premisa menor, diríamos en lógica, no termina en una premisa mayor por sí sola.
La pandemia ha confrontado al mundo a los más diversos dilemas, médicos, sociales, emocionales, económicos, frente a los cuales no estaba preparado. Así, una de las víctimas de la epidemia de covid-19 ha sido el pensamiento científico, lógico,  y, en realidad, la credibilidad de la medicina en general. Quizás el ejemplo más palmario sea el fuerte cuestionamiento actual a la Organización Mundial de la Salud (OMS). 
Escuchamos todos los días informaciones parciales, descontextualizadas, fuertemente cargadas emocionalmente, junto a cifras de improbable comprobación y que, mediante otro sesgo cognitivo -el confirmatorio- al informar el número creciente de contagiados, en la parcialidad de la lectura, confirma la certeza inicial: vamos a una catástrofe, en lugar de entender que más casos no es necesariamente peoría sino curso natural. Lo prioritario y excluyente era "atacar" al virus y defender la vida, por ende, cualquier otra lectura debe estar subordinada, en particular pensar.
Nadie podría estar más de acuerdo con "defender la vida", el problema resultó en el concepto de vida y en particular el de salud, y ambos fueron presentados de manera parcial y recortados de su contexto.
Al tocar la pata del elefante, uno de los sabios describió eruditamente una columna, imaginando el edificio del cual era parte. El número de contagios, o de muertos inclusive, llevó a pensar que era sólo eso, olvidando que el ser está inevitablemente interconectado a un sistema muy amplio, en el cual mover o tratar una variable necesita inevitablemente de las que lo acompañan. Tomando la más inmediata y dejadas de lado las otras patologías, que sin importar el curso de ésta, seguirían el propio. Así, muchas personas con patologías en tratamiento dejaron de lado el seguimiento y control de las mismas, ya que lo importante era la pandemia. 
Las consecuencias de esta lectura parcial son cuadros clínicos que siguen su curso mórbido sin control y, a veces, olvidando su necesario tratamiento. Imposible de establecer estadísticas que no se llevan, pero son las referencias de la propia consulta, o por otros de un sinnúmero de situaciones que, al no ser controladas, llegaron a una etapa de gravedad irreversible.
Todo esto sin contar las enormes consecuencias psiquiátricas que ya vemos y que veremos por años de este episodio.
Varias cosas aprenderemos, es de esperar, en esta pandemia, pero quizás una por sobre todas sea que no hay compartimentos estancos, sino que la vida está interrelacionada y entrelazada de manera infinita y que el viejo paradigma de lugares físicos o mentales, separados, no existe, es solo una fantasía.
Los costos de no entender que la vida silvestre tenía sus propias reglas y entre ellas las
microbianas, nos llevaron a padecer las últimas tres epidemias. Algo relacionado también con fenómenos de destrucción del medio ambiente. No podemos pretender que, con el mismo paradigma, las partes en lugar del todo, vamos a solucionar esta epidemia y las que inevitablemente vienen.
La salud, el bienestar, es algo mucho más complejo y sistémico. Olvidarlo se hace con un costo ya demasiado importante, quizás nuestra propia existencia como especie.