Periodismo, pánico y pandemia

Si alguna enseñanza dejará esta pandemia, es que el periodismo -y los medios de comunicación en general- siguen gozando de un poder inusitado, incomparable, superior incluso al que se animan a admitir, por lo bajo y con culpa, los más entusiastas de sus cultores.

El efecto que han tenido estos dos meses de incesante cobertura periodística sobre la población del mundo entero ha sido demoledor. Resumirlo en la palabra pánico tal vez peque de mezquino. Fue algo mucho mayor. Personas sensatas, racionales, fueron ganadas por el miedo más primitivo. Aterradas por cifras de muertos y fotos de ataúdes, renunciaron a todo lo que antes daba sentido a su existencia: la práctica de su fe; su trabajo y sus medios de ingresos; el trato con otros seres humanos, incluso de su familia cercana; sus derechos y obligaciones; el gozo de las libertades más elementales, o la posibilidad, siquiera, de respirar un poco de aire libre, esquivando multas policiales y la delación rencorosa de sus vecinos. No sólo las garantías constitucionales fueron suspendidas en este extraño período de emergencia: también cesó el uso de la razón y se evaporó la última reserva de sentido común que quedaba en los espíritus.

Pero la pesadilla no ha concluido. Aunque es cierto que con el paso del tiempo se escuchan cada vez más voces que piden el regreso a la normalidad, el pánico persiste. El llamado “cerebro reptiliano” sigue al mando. Inmune al estancamiento o a la deflación de las curvas de contagiados del virus, a los repetidos estudios que verifican disminuciones en las tasas de contagio y de letalidad, a la detección de niveles de inmunidad natural superiores a lo pensado, a la aparición de tratamientos más o menos aceptables, al cauteloso pero firme proceso de normalización que se verifica en Europa, América del Norte y buena parte de Asia. No hay noticia, por positiva que sea, que cambie la tendencia. Todo parece en vano frente al temor irracional.

Fue un bombardeo muy efectivo. Bastaron tres o cuatro semanas iniciales de saturación informativa, con títulos alarmistas, relatos desmesurados y fotos o filmaciones catastróficas, para demoler toda una manera de vivir la vida, una forma de entender la civilización. Por eso el miedo sigue reinando, dueño y señor. Y lo seguirá haciendo, indefinidamente, en tanto quienes se encuentren en sus garras esperen del periodismo la autorización para dejar de temer. Porque esa autorización nunca llegará, al menos no con la misma intensidad con que en los últimos dos meses se les transmitió a toda hora un terror sin límites, se incentivó la delación ciudadana y se predicó la necesidad de obedecer, sin dudar, a “expertos”, gobiernos y presuntos filántropos de toda laya.

PINTURA FALAZ

Hace algo más de un siglo G.K. Chesterton definió como pocos el vicio de fábrica de la prensa, el pecado original que nunca podrá expiar. “La gran debilidad del periodismo, como pintura de nuestra existencia moderna, proviene de ser pintura formada enteramente de excepciones –escribió en La esfera y la cruz, novela esencial de 1909-. Anunciamos en carteles luminosos que un hombre se ha caído de un andamio. No anunciamos en carteles luminosos que un hombre no se ha caído de un andamio. Con todo, este último hecho es en el fondo mucho más emocionante, en cuanto indica que un hombre, animada torre de misterio y terror, todavía se mantiene en pie”. Luego agregaba: “De ahí que toda su pintura de la vida sea por necesidad falaz; pueden reflejar únicamente lo desusado. Por democráticos que sean, sólo se ocupan de una minoría”.

Las epidemias llegan y se van. Así ha ocurrido siempre en el transcurso de la vertiginosa historia humana, y nada en la plaga que ahora azota al mundo indica que vaya a ser diferente, pese al terrorismo de los medios, a las proyecciones erradas de los “expertos” y al deseo perverso de gobiernos ineficientes y totalitarios. Eso también es una noticia, una buena noticia, la mejor de las noticias posibles en estos días, que debería proclamarse con grandes títulos y fotos a todo color. “El hombre todavía se mantiene en pie”, tendrían que difundir en cadena los canales de televisión, las radios y todos los diarios y portales de Internet. Pero no lo hacen y sabemos que no lo harán. El vicio otra vez vencerá a la verdad, y la excepción volverá a tomarse como regla y la foto ampliada, aterradora, no nos dejará ver la película completa ni alegrarnos, a su debido tiempo, con el anhelado final feliz.