LIBERAR LAS FUERZAS DEL MERCADO ES LA UNICA FORMA DE SALIR DE LA POBREZA

Razones del fatalismo argentino

El negacionismo de intelectuales y políticos argentinos es inmune a la evidencia de que fue la economía de mercado la que sacó de la pobreza en los últimos 40 años a 740 millones de chinos y millones de peruanos y chilenos, y tiene sumidos en la pobreza a millones de argentinos desde hace décadas.

POR ARMANDO J. RIBAS (h)

Desde el primer peronismo se ensaya, una y otra vez, con matices, la misma fórmula  ya probada y fracasada en los países más pobres del planeta basada en una visión contraria a liberar las fuerzas del demonizado mercado. La fórmula del éxito se busca por el lado de una intervención estatal desmedida y extractora de ingentes recursos del sector privado para mantener un gasto público asistencialista y descomunalmente alto.

Conviene recordar que el mercado no es otra cosa que la suma del esfuerzo de millones de individuos que desde el sector privado despliegan sus cualidades humanas: voluntad, creatividad y conocimiento,  para mejorar su situación personal y la de sus prójimos produciendo de esa manera la totalidad de la riqueza del planeta, sabedores de que la madre naturaleza no la genera por sí sola. Allí los hombres intercambian lo mejor que cada uno tiene de sí mismo por dinero con sus otros congéneres. El dinero no es más que la representación del valor que uno le da al valor entregado por el otro en forma de trabajo, servicio o producto. En definitiva, el mercado somos los hombres ofreciendo lo mejor que cada uno tiene. Cuando se demoniza y condena al mercado y al dinero, no se hace otra cosa que demonizar y condenar a los seres humanos.

SABIDURIA CHINA

Hasta la China comunista descubrió después de décadas de haber ensayado la fórmula del fracaso que liberar las fuerzas del mercado era la única manera de salir de la pobreza. Entre 1980 y 2018 su PBI chino se multiplicó 37 veces pasando de u$s 305.000 a u$s 12,75 billones, con una tasa de crecimiento anual promedio del 10%. En ese período, 740 millones de chinos salieron de la pobreza.

Nuestros políticos vernáculos no tienen que viajar tan lejos para constatar la evidencia de los resultados del libre mercado. En Perú, el primer gobierno populista de Alan García, estuvo signado por un importante descontrol fiscal y culminó en 1990 con una hiperinflación del 7.964 % anual, una pobreza que rondaba el 60 % y un PBI per cápita de u$s 1.302. El gobierno de Alberto Fujimori se vio obligado a realizar un severo ajuste de las cuentas públicas y la pobreza se incrementó en un 10 %. Sin embargo, a un año de asumir, la inversión extranjera directa empezó a crecer de manera exponencial y a partir de allí el país andino experimentó el mayor crecimiento sostenido de América Latina. Desde entonces la pobreza se redujo a un 20 % y el PBI per cápita se incrementó más de 5 veces (u$s 7.200).

La Argentina fue en el sentido inverso. Con el regreso de la democracia los niveles de pobreza estaban algo por encima del 10 %. A partir de allí las políticas asistencialistas e intervencionistas basadas en mayor presión fiscal y un incremento del gasto público fueron aumentando la pobreza. Desde entonces  el índice que la mide fue fluctuando entre un 25 % y hasta un 47 % durante la presidencia de Duhalde. Hoy está bastante por encima del 35 %. Al mismo tiempo que se consiguen esos paupérrimos resultados se denosta y critica con furia a la Argentina de principios del siglo XX que luego de décadas de una economía de libre mercado llegó a un PBI per cápita por encima de Inglaterra y solo debajo de los Estados Unidos de quien en aquella época era acreedor. Hoy hemos descendido de aquél segundo lugar al puesto N° 70, y bajando.

Hay una constante en Argentina desde que abandonara las políticas liberales de libre mercado. Gasta más de lo que su economía produce. El gasto público de China no supera el 16 % del PBI, el de Perú está en el orden del 20 % y el de Chile en el 25 %. Uruguay después de un largo período gobernado por el socialista Frente Amplio terminó 2019 con un gasto público del 34 %. El gasto público en Paraguay no llega al 20 % y el de Colombia ronda el 28 % del PBI. El de Argentina está por encima del 45 % del PBI, es decir que nuestra economía privada soporta un gasto que prácticamente duplica el de los países mencionados. 

Cualquiera sabe que con el nivel del gasto actual, las bajísima inversión extranjera directa, un déficit fiscal imposible de revertir dado que no se cuenta con la posibilidad del endeudamiento externo ni con la de elevar la presión impositiva sobre un sector privado agobiado y exhausto, el único camino que propone el gobierno, por ahora, la emisión de moneda, nos llevará inexorablemente a una espiral inflacionaria que su vez redundará en mayores niveles de pobreza.

¿La dirigencia cambiará el rumbo? ¿Aprenderá de nuestros vecinos y de muchos otros países exitosos que apuestan a liberar las fuerzas del mercado? Difícilmente.

El pensador estadounidense Thomas Sowell, de raza negra, educado en el Harlem  y que durante décadas fuera el mayor detractor de la izquierda infiltrada dentro del Partido Demócrata, en su obra, The vision of the Anointed" (La visión de los ungidos), nos dice que las grandes catástrofes de la humanidad han requerido mucho más que visiones dogmáticas erróneas e incluso malvadas que han llevado al hombre a cometer todo tipo de equivocaciones. Según él: ``Ha habido un ingrediente adicional: algún método mediante el cual se ha evitado la retroalimentación de la realidad, de modo que un curso de acción peligroso podría continuar ciegamente hasta una conclusión fatal''.

En la visión de Sowell los ungidos son quienes están convencidos de ser moralmente superiores. No solo creen estar siempre en lo correcto, sino que se paran en un plano superior respecto de aquellos que no están de acuerdo con ellos, siempre errados y moralmente perversos. Los ungidos hacen gala de su compasión y solidaridad por los menos afortunados como sello distintivo de sus opositores que siempre son considerados egoístas, insensibles e inclusive malvados.

Sowell agrega que la razón por la cual la visión de los ungidos sobre la realidad es inmune a la evidencia fáctica que la contradice, es que dicha visión estaría indisolublemente entrelazada con el ego de quienes la profesan. No se trata solo de la visión del mundo y su análisis causal, sino de una visión de sí mismos y del rol moral superior que ellos creen tener en el mundo. Para ellos, para los ungidos, la mayoría de los problemas del mundo no existen objetivamente sino que existen debido a que los otros no son tan virtuosos como ellos.

LA VISION DEL PAPA

Esa visión la podemos ver nítida en el denominado Plan para resucitar al mundo recientemente lanzado por el Papa, donde revela su hoja de ruta para reconstruir el planeta y ``conformar la civilización del amor frente a la pandemia de la exclusión y la indiferencia''. Su tesis principal es justamente que los problemas del mundo radican en la falta de virtud de los hombres, fundamentalmente de todos aquellos que creen en el sistema de libre mercado.

La psicología también nos enseña que entre los síntomas de una persona soberbia el más destacado es la convicción de que siempre hace todo bien junto con su incapacidad para asumir el error. Para él o ella, asumir que ha hecho algo mal, implicaría tener que cambiar la imagen que tiene de sí mismo y reconocerse imperfecto.

Solo desde esta perspectiva se puede entender el negacionismo intelectual que es inmune a la evidencia de que fue la economía de mercado la que sacó de la pobreza en los últimos 40 años a 740 millones de chinos y la que hizo otro tanto con millones de chilenos y peruanos y que, por el contrario, su desdén y condena en la Argentina tiene sumidos en la pobreza a millones de argentinos desde hace décadas.

El lector podrá observar por sí mismo la soberbia en personalidades tales como Fidel Castro, Hugo Chavez, Domingo Perón, Néstor y Cristina Kirchner, e incluso pareciera ser, el actual Presidente de la República que no duda en calificar de miserables a los empresarios y se vanagloria de dar clases de moral a los principales líderes de los países más prósperos de la tierra. El contraste entre la miseria en la que vive Cuba y Venezuela, junto a la eterna decadencia argentina por un lado, frente al avance de los países que adoptan la racionalidad económica y los valores de la libertad, es la prueba más irrefutable del negacionismo intelectual en el que comulgan todos ellos.