En primera persona

El safari de la pandemia­

POR SANTIAGO LEGARI * ­

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­Safari en swahili (la lengua local que comparten algunos países cercanos al lago Victoria, en Africa oriental) quiere decir "viaje''. Aunque ordinariamente se usa la palabra para describir una excursión con el fin de ver animales salvajes, y acaso fotografiarlos, vale también usarla, y se la usa así en Africa, para cualquier periplo. Me refiero aquí al viaje de la pandemia y de la cuarentena como safari, pues pienso que la sabiduría africana puede iluminarnos en este largo atardecer.

Comenzaré con un par de ejemplos: uno, argentino; otro, africano. Días atrás, mientras comenzaba a dar una clase a distancia, se cortó la luz en mi edificio, como quien dice "éramos pocos y parió la abuela''. Había estado una semana preparando esa clase y, a continuación de la mía, los alumnos tenían clase con otro profesor, de modo que no era cuestión de pasarla a otro horario. Salí desesperado a parlamentar con los muchachos de la empresa de electricidad, apostados estoicamente en la puerta de casa, quienes rápidamente me informaron que se trataba de un "corte programado'', como quien dice "programado justo para la hora a la que a vos te pusieron la clase''.­

Cuando faltaban unos pocos minutos para que expirase mi ventana de tiempo docente, volvió la luz como por arte de magia y de un modo seguramente menos programado. Salí disparado hacia la computadora e hice lo que pude, con un grupo de alumnos a los que en lo sucesivo seguramente les costará creerme del todo. En estas situaciones pagan justos por pecadores.

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PODER ASFIXIANTE­

Por supuesto que la cuarentena, con su poder asfixiante sobre quien está acostumbrado a vivir en libertad de movimiento, va mucho más allá de un ocasional corte de energía. Pero el ejemplo ocasional que ofrecí puede trocarse, para el lector, por cualquiera de las muchas molestias que haya sufrido en estos días. Paso ahora a mi ejemplo africano.

Nótese el contraste entre la situación y la reacción antes descriptas, y las ocurridas en una confitería de Nairobi durante el mundial de fútbol de 2014. En Kenia por trabajo, me encontraba en ese local con un par de amigos africanos para ver la final entre Argentina y Alemania. Cuando en pleno primer tiempo el partido iba empatado en cero, de repente Gonzalo Higuaín metió un gol (el famoso gol que no fue), y explotó la confitería en aplausos, gritos y saltos. En ese preciso instante se cortó la luz. Nadie se inmutó. En Nairobi, las bajas de tensión y los cortes de luz son como el pan de cada día. La gente, tranquila, siguió bebiendo y charlando en la oscuridad. Un rato después, volvió la electricidad, se encendió la gran pantalla central. Como todos sabemos, el partido seguía empatado en cero: el gol había sido anulado durante el corte, por posición adelantada. Yo estaba atónito; el resto de los presentes, impertérritos.­

Podría pensarse que no es comparable una interrupción futbolística (por más que lo sea nada menos que de la final del mundial) con un corte que afecta el trabajo (de un profesor o de cualquier persona). Pero en realidad el africano, en mi experiencia limitada, reacciona siempre parecido frente a lo imprevisible: con una manera de ser relajada, con la flexibilidad de los músculos sueltos. Por eso se encuentra bien equipado, en líneas generales, para enfrentar una situación como lo que actualmente nos acosa.­

En cambio, el occidental (prototípicamente más rígido, cuando no cuadriculado) está acostumbrado a planificar; a prometer cosas y luego poder cumplirlas; a esperar que algo ocurra y que, en efecto, ocurra. 

Ese occidental, en la pandemia y en la cuarentena es como un ser desnudo en una selva plagada de enemigos. Por supuesto, si tengo razón, lo contrario también es cierto: el africano en general no se halla tan a gusto en el mundo de la puntualidad y de los vencimientos, al que a veces se denomina, con simplificación entendible, germánico. Se mueve mejor en un río revuelto que en una laguna planchada de la provincia de Buenos Aires. Aunque las generalizaciones son relativas, fui muchas veces testigo de estas certezas en mis ocho estadías docentes en Africa, y en numerosas visitas de mis alumnos africanos a la Argentina.­

Lo cierto es que ahora Occidente (incluido nuestro querido país) ha sido emparejado con el resto del mundo (incluida Africa) por el corona virus. Entiendo que mis queridos amigos africanos están mejor preparados que nosotros para sobrevivir exitosamente esta coyuntura e incluso para convivir en paz y fructíferamente con ella. Podemos aprovechar este momento para aprender de su sabiduría.­

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* Autor del libro `Un profesor suelto en Africa'.­